9 de noviembre de 2010

   De la introspección a la acción  Grof Y LASZLO.


      Sobre nuestra curación y la del mundo
      Laszlo: Los temas que hemos tratado esta mañana dejan bien claro que la
      primera condición básica para crear un mundo sus­tentado en la paz y la
      cooperación es un mejor entendimiento en­tre las personas, y también entre
      las culturas. ¿Queremos decir, por consiguiente, que la nueva
      espiritualidad también es una ma­nera de alcanzar el entendimiento
      intercultural? ¿Acaso la espiri­tualidad capacita a las personas para
      vivir juntas y llega a curar las heridas de la sociedad y el mundo en
      general?
       
      Grof: Sin duda aquí está el potencial. Las experiencias transpersonales
      en las que sentimos que nos identificamos con los de­más podrían
      desembocar en una mayor aceptación. He podido comprobarlo en numerosas
      ocasiones. El único problema sería saber si eso puede darse a gran escala,
      y a tiempo, para poder cambiar las cosas.
       
      Laszlo: La gente de Auroville, la comunidad experimental hindú basada en
      la espiritualidad, está convencida de que si un gi‑upo de individuos se
      concentra en una determinada clase de conciencia, eso afectará también a
      los demás. ¿Creéis que la difusión de la conciencia transpersonal es un
      factor real y promete­dor?, ¿que esta propagación, y no esa conciencia que
      va pasando de uno a uno hasta abarcar a todos los individuos, podría ser
      la causa de un cambio significativo en nuestro mundo actual?
       
      Grof: ¡Absolutamente! En la India creen que los yogis que meditan en las
      cuevas del Himalaya pueden influir de manera po­sitiva en la situación
      mundial; y en la actualidad disponemos también de las ideas de Sheldrake
      sobre la resonancia mórfica. Por desgracia, la teoría del centésimo mono,
      una atractiva y lo­gradísima imagen de este mecanismo, resultó ser una
      ficción en lugar de un hecho científico. Al principio creó una gran
      expecta­ción, pero luego Lyall Watson admitió que la había inventado.
       
      Russell: En realidad no se lo inventó todo. Hizo los experi­mentos, que se
      publicaron en revistas especializadas japonesas, según dijo, pero los
      resultados no fueron tan espectaculares como afirmaba; no había nada
      especial en todo aquello.
      
      Lo que, sin embargo, encontré más increíble de la historia del centésimo
      mono es lo fácilmente que se adhirió todo el mundo a ella. La gente
      deseaba creerla, tanto más cuanto que fueron muy pocas las personas que se
      cuestionaron su autenticidad o se to­maron la molestia de analizar la
      investigación original; lo cual to­davía es más sorprendente, dado lo
      curioso de su contenido. Lo mismo ocurre con la teoría de Sheldrake, que
      toca un tema muy parecido: la idea de que aprender es contagioso y que
      cuanta más gente aprenda a hacer una tarea determinada, más fácil será
      para los demás aprenderla, incluso aunque vivan en el hemisferio opuesto
      del planeta. Volvemos a encontramos con otra afirma­ción de lo más
      extravagante y, sin embargo, veo que mucha gen­te acepta esta teoría sin
      cuestionársela.
       
      No he dejado de preguntarme la razón, porque eso no suele ocurrir con las
      ideas poco convencionales. Creo que la gente nota en su interior que las
      cosas son así: lo sienten de manera intuiti­va. Es como un conocimiento
      interior que nos dijera de algún modo, no sabemos exactamente cómo, que el
      estado de concien­cia de una persona puede influir en la conciencia de los
      demás. Es como si se diera una especie de divulgación transpersonal de la
      conciencia, y cuando alguien sale con teorías o experimentos que refrendan
      esta posibilidad, tenemos la sensación de que ésa es la prueba que nos
      faltaba.
       
      Grof: Me gustaría plantear una observación que podríamos considerar una
      prueba indirecta. A menudo sucede que revivir el nacimiento biológico
      tiende a facilitar en el inconsciente colecti­vo el acceso a imágenes y
      experiencias de una violencia, una crueldad y un derramamiento de sangre
      inimaginables. La gente revive las atrocidades que se cometieron en el
      pasado durante guerras o revoluciones, las cámaras de tortura de la
      inquisición y los campos de concentración. Cuando el proceso de
      autoexplora­ción alcanza este nivel, la experiencia se vuelve
      transpersonal; la historia de lo individual se funde con la historia de la
      especie. Aquellos que iniciaron el proceso como una terapia personal a
      menudo sienten, llegado este momento, que en realidad no se es­tán curando
      sólo ellos, sino que ese beneficio también repercute en el campo de la
      conciencia de la especie. Es como si el incons­ciente colectivo contuviera
      impurezas, alguna materia indigesta de épocas anteriores, y al
      recuperarlas en la conciencia individual para procesarlas luego, tuviera
      lugar una limpieza y una curación colectivas.
       
      La profundidad e intensidad de estas experiencias va mucho más allá del
      marco de lo que uno considera personal e individual: las personas sienten
      que se identifican con el sufrimiento huma­no. Algunas incluso refieren
      arquetipos presentes en la literatura espiritual, como, por ejemplo, Jesús
      sufriendo por los pecados de los demás, o bien el Bodhisattva negándose a
      alcanzar la libera­ción personal y adoptando voluntariamente la tarea de
      liberar a todos los seres que sufren.
       
      Todo ello nos conduce a plantearnos la cuestión de la relación existente
      entre el trabajo interior y el activismo dirigido hacia el mundo exterior.
      ¿Cuál es la mejor estrategia para lograr un cam­bio efectivo en la
      situación externa? Ya he mencionado a esos yo­gis que según parece
      solucionan los problemas del mundo sin abandonar el entorno inmediato de
      sus cuevas. Hace unos años Ram Dass y Daniel ElIsberg sostuvieron una
      interesante discu­sión sobre el tema en el congreso anual de la Asociación
      de Psi­cología Transpersonal (APT) en Asilomar, en Califomia. Ram Dass,
      defensor de la práctica espiritual sistemática y que contaba en su haber
      con experiencias transpersonales impresionantes, lle­gó a la conclusión de
      que lo más importante que podíamos hacer para contribuir a mejorar la
      situación mundial era realizar un tra­bajo interior sistemático que nos
      condujera a una profunda transformación psicoespiritual. Si todos
      hiciéramos lo mismo, el mun­do cambiaría, e incluso evitaríamos la
      posibilidad de enfocar erróneamente diversas actividades, que es lo que en
      realidad em­peora las cosas.
       
      Daniel ElIsberg tenía una idea distinta. Como activista y pa­cifista que
      había divulgado los planes secretos de los círculos militares americanos
      publicando documentos del Pentágono, Ellsberg estuvo convencido desde el
      principio de que lo único que podía cambiar el mundo era una actividad
      externa decidida: protestas políticas, manifestaciones, boicots y otras
      posibles es­trategias de la misma naturaleza. Creía que participar en
      mani­festaciones y terminar en comisaría para aparecer luego en los
      titulares de los periódicos era la actividad revolucionaria más eficaz y
      lo mejor que podía hacerse para catalizar un cambio po­sitivo.
       
      Es decir, la discusión empezó desde dos posiciones diametral­mente
      opuestas, pero a medida que iban adentrándose en el tema, fueron acercando
      sus puntos de vista de manera progresiva. Ram Dass terminó por aceptar que
      una vez se ha trabajado partiendo de las inclinaciones personales y cuando
      ya hemos clarificado nuestra propia posición gracias a un profundo trabajo
      interior, hay que salir al mundo para poner en práctica nuestras ideas. En
      la actualidad está profundamente implicado en su trabajo y dedica gran
      parte de su tiempo y energía a proyectos sobre el medioambiente y otras
      causas altruistas.
       
      Por su parte, Daniel Ellsberg cayó en la cuenta de que los ac­tivistas mas
      acérrimos deben realizar también un trabajo sistemá­tico interior para
      poder intervenir con plena conciencia, centran­do sus energías, con los
      medios más adecuados y librándose de los coletazos de sus propios impulsos
      inconscientes todavía no resueltos.
       
      Russell: Hay muchas posibilidades de que una persona que realice un
      trabajo interior influya directamente en la conciencia de los demás. Sé
      por propia experiencia que cuando medito con un grupo de personas en la
      misma habitación, algo ocurre: mi manera de meditar es significativamente
      más profunda y clara. Se nota mucho, aunque es algo que no puedo explicar,
      a menos que demos por supuesta la existencia de una influencia directa
      entre los que estamos meditando.
       
      Se ha demostrado que el efecto se extiende más allá de la es­tancia donde
      la gente medita. Unos investigadores que estudia­ban las consecuencias de
      la meditación trascendental descubrie­ron que el hecho de que un gran
      número de personas meditaran juntas tenía consecuencias visibles sobre los
      que vivían en la misma zona. Estos profesionales formaron grupos de cinco
      mil personas que meditaron en la misma ciudad durante varias sema­nas.
      Luego analizaron diversas estadísticas de orden social en aquella
      localidad durante el período que duró el experimento y descubrieron que
      las tasas de delincuencia, los accidentes y los in­gresos hospitalarios
      habían disminuido. Ya sé que suena rarísi­mo, pero no creo que amañaran
      los resultados. Los críticos que denostaron esta teoría estudiaron
      detenidamente los experimen­tos y pusieron de relieve que los
      investigadores no habían con­trolado una determinada variable. Los grupos
      de meditación tras­cendental volvieron a repetir el experimento mejorando
      el control de los parámetros implicados... y siguieron saliendo los mismos
      resultados. De verdad que es increíble.
       
      Laszlo: El hecho de que exista una conexión interna/externa es bastante
      probable. He presenciado experimentos sobre el tema en Milán, en Italia.
      Los voluntarios del grupo de control se some­tieron a una prueba con
      electrodos conectados a la cabeza para de­tectar sus ondas cerebrales.
      Resultó que cuando los sujetos entra­ban en plena meditación, los dos
      hemisferios del cerebro seguían un modelo sincronizado. Las ondas se
      volvían armónicas.
       
      Ahora bien, lo que me interesa destacar de todo esto es que se da algo
      parecido cuando varias personas meditan juntas. Las ondas cerebrales de
      todas ellas, o prácticamente todas, se sincronizan; y del grupo surge un
      modelo de onda cerebral casi idéntico, aun sin haber contacto sensorial
      entre los individuos. He visto casos en los que tras cinco o seis minutos
      de meditación, doce de los sujetos lle­garon a alcanzar una sincronización
      entre ellos de un 98%.
       
      Las sincronías y otras conexiones sorprendentes
       
      Grof: A mí lo que me fascina de verdad es algo que se en­cuentra en el
      terreno de lo puramente psicológico: el campo de las sincronías en lugar
      del de la sincronización. Cuando hacemos los ejercicios respiratorios,
      muchísimas veces ocurre que las personas compartimos las mismas
      experiencias, o bien que éstas se complementan a la perfección, aunque no
      se haya tenido contac­to a través de los canales habituales. También
      ocurre que estos in­dividuos suelen aparecer en las experiencias del grupo
      y, al aca­bar la sesión, dibujan mandalas prácticamente idénticos.
       
      Russell: No creo que estas sincronías ocurran simplemente por casualidad.
      Me he percatado de que las sincronías se dan con mayor frecuencia cuando
      tengo la conciencia clara y centrada. Si, por ejemplo, acabo de volver de
      un retiro donde se practica la meditación, parece que las sincronías no
      dejan de sucederse. Es como si el universo entero estuviera de mi lado;
      todo sale a la perfección: muchísimo mejor de lo que yo podría haber
      previsto o planeado; y al contrario, cuando siento el estrés y la fatiga,
      y mi estado mental acusa la tensión o el agotamiento, apenas hay
      sin­cronía en mi vida. Es decir, estas conexiones de alguna manera parecen
      reflejar el estado de mi propia conciencia. La interesan­tísima
      implicación del argumento es que puedo ejercer un cierto grado de control
      sobre la manifestación de estas sincronías si procuro por mi propio
      bienestar interior.
       
      La comprensión de estas relaciones es algo muy complejo dentro del
      paradigma actual. Sin embargo, unas cuantas expe­riencias me han
      convencido en primer lugar de la existencia del fenómeno y, en segundo,
      que, por lo tanto, algo debe de funcio­nar mal en este paradigma.
       
      Laszlo: Lo que necesitamos es damos cuenta de que, por un lado, estos
      efectos y experiencias sincrónicos ocurren efectiva­mente y, por el otro,
      ocurren con independencia de la clásica re­lación de causa y efecto. Sin
      embargo, me pregunto si en realidad no existirá alguna clase de
      correspondencia. El hecho de no ha­llarla quizás se deba a que la estemos
      buscando en el marco del paradigma antiguo. Quizás deberíamos considerar a
      los indivi­duos como fragmentos de una totalidad mayor; una totalidad más
      vasta que está sufriendo una transformación, y los individuos van dando
      palos de ciego para entender lo que está ocurriendo (a ellos, a la
      comunidad y a la cultura en la que viven inmersos). Mientras sigamos
      buscando la explicación en la mente indivi­dual, conseguiremos unos
      resultados paradójicos y en apariencia esotéricos. La explicación real
      podría hallarse en el nivel de la to­talidad.
       
      Ahora bien, es importante aclarar precisamente cuáles son las sincronías e
      interconexiones (o coincidencias) de que hablamos: ¿las que relacionan
      entre sí la mente de distintas personas?, ¿o bien las que relacionan la
      mente y la materia?
       
      Grof: Existen dos clases de coincidencias atípicas que me in­teresan. La
      primera se trata meramente de una acumulación o combinación de
      acontecimientos harto improbable. De ella habló por primera vez el
      científico austriaco Kammerer, del que hizo un estupendo retrato Arthur
      KoestIer en The Case of the Midwife Toad (“El caso de la comadrona
      asquerosa”). A Kammerer le fas­cinaba el fenómeno de la sincronía. Por
      ejemplo, un día vio el mismo número en el resguardo del aparcamiento y en
      la entrada de teatro que utilizaría aquella misma noche. Por si fuera
      poco, volvió a tropezarse con él cuando, al pedir un teléfono a un
      co­nocido, éste le dio ese mismo número.
       
      C.G. Jung citaba las observaciones de Kammerer en un artí­culo titulado
      “La sincronía como principio conector no causal” y que relataba una
      historia todavía más increíble concerniente a un tal señor Deschamps y a
      una extraña variedad de budín de cirue­la. La primera vez que el señor
      Deschamps vio el budín fue cuan­do su amigo, el señor de Fontgibu, se lo
      regaló por su aniversa­rio. La segunda vez que tropezó con el mismo budín
      fue cuando lo vio en la carta de un restaurante de París, al cabo de unos
      años. Al pedir el postre, descubrió que la última porción de aquella
      ex­quisitez acababa de pedirla al otro extremo del restaurante el mis­mo
      señor de Fontgibu que le había descubierto el bizcocho. Aca­baba de llegar
      a París y, “por accidente”, había entrado en el mismo restaurante.
       
      Muchos años después al señor Deschamps le sirvieron aquel budín en una
      fiesta. Esta tercera vez le pasó por la cabeza que lo único que faltaba
      era su amigo, el señor de Fontgibu. De repente sonó el timbre de la puerta
      y ahí apareció su amigo, perplejo y confuso. Llegaba a este tercer
      encuentro con el budín por error, porque alguien le había dado mal la
      dirección. Me cuesta mucho creer que esta clase de extraordinarias
      coincidencias sean sólo una casualidad (en realidad, son astronómicamente
      improba­bles). Yo me inclino más bien por ver en ellas la obra de un
      em­baucador cósmico redactando el guión de la realidad.
       
      Más notable aún resulta la segunda clase de coincidencia, ésa en la que
      una parte es una experiencia intrapsíquica y la otra un acontecimiento de
      la realidad consensuada, del mundo material. El famoso ejemplo de Jung es
      el del escarabajo que golpeaba a la ven­tana de su estudio justo cuando el
      psicólogo estaba analizando el sueño de un paciente sobre un escarabajo
      egipcio. Joseph Camp­bell describió un caso similar que le ocurrió a él en
      una ocasión. En la época en que escribió el libro The Way of the Animal
      Powers Campbell residía en Manhattan, en el piso decimocuarto de un
      altísimo edificio. Su estudio tenía dos paneles de ventanas: uno daba a la
      Sexta Avenida, el otro, al río Hudson. Casi nunca abría los ven­tanales
      que daban a la avenida, porque la vista que desde allí se ofrecía no era
      interesante. Estaba escribiendo el capítulo sobre la mitología de los
      bosquimanos kalahari de África, según la cual una de las principales
      figuras heroicas es la mantis religiosa, y tenía va­rios artículos e
      imágenes del personaje dispuestos a su alrededor. En plena tarea sintió el
      impulso repentino de abrir una de las ven­tanas, que, por lo general,
      mantenía cerradas; y allí, en el piso decimocuarto de un altísimo edificio
      de Manhattan, había una man­tis religiosa subiendo por la fachada. ¿Qué
      probabilidades hay de que algo así ocurra por casualidad?
       
      He observado que las sincronías son más frecuentes en la vida de aquellas
      personas que han sufrido una transformación psico­espiritual profunda
      presenciando la muerte del ego y el renaci­miento. Es una experiencia que
      suele comportar muchos cambios decisivos en el sistema de valores y la
      estrategia vital. La gente es más capaz de vivir el presente y lo hace con
      un gran celo. No le interesa tanto la rígida búsqueda de objetivos
      específicos. Su vida deja de parecerse a un combate de boxeo o lucha libre
      y se asemeja más a las artes marciales. El surf nos brinda una metáfo­ra
      incluso mejor. Cuando hacemos surf, no podemos decidir a dónde iremos,
      hemos de deslizamos sobre las olas. Las personas, por consiguiente, en
      lugar de forzarnos a lograr un objetivo futu­ro, luchando contra enemigos
      y apartando obstáculos del camino, sentimos la dirección de la energía, y
      la manera en que podemos adaptamos a ella. Sencillamente nos dejamos
      arrastrar por la co­rriente. Es muy parecido al concepto taoísta wu wei,
      la inacción en el sentido de aceptar el devenir de los acontecimientos.
       
      La vida se vuelve más llevadera y, por muy extraño que pa­rezca, más
      creativa, productiva y gratificante. Esto es lo que su­cede cuando
      empiezan a darse las sincronías y éstas, de manera inesperada, suscriben y
      posibilitan todo aquello que hacemos, lo cual, por otro lado, no sólo
      redunda en beneficio propio, sino que beneficia a toda la comunidad. Hay
      una sensación de vinculación profunda con los demás y una necesidad de
      prestar nuestros ser­vicios en bien de la cooperación y la sinergia. Se
      advierte un gus­to por las diferencias, una mayor tolerancia y la
      sensación de per­tenecer a la familia humana, la naturaleza y el cosmos. A
      su vez, la conciencia y la sensibilidad ecológicas aumentan
      considera­blemente.
       
      Laszlo: Cuando varios sucesos aparentemente distintos se re­únen en
      nuestra propia mente, o incluso en la mente de personas conocidas, siempre
      podemos intentar ofrecer una explicación en términos de memoria y recuerdo
      asociativo. Sin embargo, cuan­do algo que sucede en la mente de uno entra
      en relación sincró­nica con un acontecimiento que sucede fuera del cráneo,
      en el mundo físico, tenemos que lidiar con un asunto muy distinto.
      Ne­cesitamos en este caso un marco de explicación radicalmente di­ferente.
      Éste es el auténtico desafío para los investigadores mo­dernos dedicados a
      analizar el alcance y el poder de la mente y la conciencia.


1.     El papel de la espiritualidad *

            Durante varias jornadas, tres representantes de la llamada
            “psicología transpersonal” (Ervin Laszlo, Stanislav Grof y Peter
            Russell) se reunieron para —en palabras de Ervin Laszlo—:
            “reflexionar sobre las posibilidades de que haya paz en el mundo...”. En el presente
            fragmento se debate sobre los papeles encontrados de la
            espiritualidad y la religión —institucionalizada— en la “revolución
            de la conciencia” que los autores preconizan.


      GROF: Dejadme volver al desafío del que hablábamos antes, la síntesis de
      las concepciones científica y mística del mundo. En los círculos
      académicos reina la sensación de que la ciencia y su monismo materialista
      han refutado y descalificado de una vez por todas lo espiritual y lo
      religioso, desde las primitivas creencias populares hasta las grandes
      tradiciones místicas. Creo que, además de reflejar un profundo
      desconocimiento de la naturaleza y la función de la ciencia, confunden la
      espiritualidad con la religión, Considero que es un problema grave y creo
      que es imposible reconciliar ciencia y espiritualidad si no aclaramos este
      punto.
      LASZLO: Muy bien. ¿Cómo definirías tú la espiritualidad? ¿En qué sentido
      es distinta de la religión?
      GROF: La espiritualidad es un asunto privado y refleja la relación
      existente entre el individuo y el cosmos. Por analogía, la religión es una
      actividad organizada que precisa de un lugar concreto y un sistema de
      mediadores asignados y distribuidos jerárquicamente. En teoría la religión
      debería ofrecer a sus miembros los medios y el apoyo necesario para que
      desarrollaran sus experiencias personales. Sin embargo, eso no ocurre
      jamás. De hecho, las experiencias espirituales personales son una clara
      amenaza para las religiones organizadas, porque independizan a sus
      miembros de la organización, del sistema de creencias. Los místicos no
      necesitan mediación, están en contacto directo con lo divino, porque la
      espiritualidad se basa en una experiencia directa cuya perspectiva sobre
      la realidad consensuada es radicalmente distinta o cuyas dimensiones de la
      realidad por lo general suelen permanecer veladas. Estas experiencias
      transcurren durante los estados atípicos de la conciencia y su estudio
      compete a la psicología transpersonal. Es un campo de fenómenos que
      debería estudiarse a fondo, y los resultados habrían de incluirse en una
      concepción científica globalizadora del futuro.
      En el albor de todas las grandes religiones siempre hay estados
      visionarios, que son las experiencias transpersonales de sus fundadores:
      la iluminación del Buda bajo el árbol de la bodhi, el milagroso viaje de
      Muhammad o la visión de Jehová en la zarza ardiendo. En la Biblia abundan
      descripciones de esta clase de experiencias: la visión de Ezequiel del
      carro en llamas, Jesús tentado por el diablo, la visión cegadora de Jesús
      que Saulo presenció en su viaje a Damasco o la revelación apocalíptica de
      san Juan en la cueva de la isla de Patmos.
      Sin embargo, al organizarse las religiones, los creyentes oyeron hablar de
      estas experiencias en los sermones y las leyeron en las sagradas
      escrituras. El acceso directo a la divinidad ya no era posible y, a
      menudo, ni siquiera aceptable. Si se diera el caso de que alguien tuviera
      una auténtica experiencia mística en alguna de las iglesias actuales, los
      sacerdotes le enviarían al psiquiatra. Cuando la religión se organiza, las
      experiencias transpersonales directas suelen darse sólo en las ramas
      místicas o las órdenes monásticas que realizan prácticas espirituales:
      meditación, ayuno, oraciones, etc.
      Existe una diferencia fundamental entre religión y misticismo. Hay
      religiones sin espiritualidad y espiritualidad sin religión. La religión
      organizada necesita convencer a la gente de que tiene que acudir con
      periodicidad a un lugar específico e implicarse en el sistema para
      relacionarse adecuadamente con la divinidad. Para los místicos, la
      naturaleza y su propio cuerpo ya desempeñan el papel del templo. Su
      conexión con lo divino es directa y no precisa de mediadores, sobre todo
      cuando éstos jamás han pasado por estas experiencias y tan sólo son
      dirigentes nombrados a dedo. Los místicos cuentan, por el contrario, con
      el apoyo de una comunidad de personas y maestros que han recorrido un
      camino más largo en pos de la verdad.
      Los verdaderos sistemas espirituales son el producto de un análisis
      sistemático y secular de la psique gracias a tecnologías precisas que
      alteran los estados mentales. Son el resultado, por otro lado, de un
      proceso que en muchos sentidos se parece al método científico.
      LASZLO: El filósofo Alfred North Whitehead dijo algo muy bonito: la
      ciencia, y también la cultura, progresa con la llegada de una mente
      preclara que arroja una nueva luz, más integrada y comprensiva, sobre un
      aspecto en particular de la experiencia y la investigación. Las ideas que
      postula son correctas en general pero inconsistentes en detalle. Entonces
      entran en escena sus seguidores, quienes las reducen hasta darles una
      cierta consistencia, aunque en el proceso se pierda una cierta frescura de
      la idea original. Se convierten, por consiguiente, en algo estéril, un
      mero dogma. El dogma, a su vez, se destruye con el tiempo, y entonces
      aparece otro nuevo ser integrador con una nueva y creativa manera de
      reflexionar, y el proceso vuelve a comenzar desde el principio. Esto
      también le ocurre a la religión.
      RUSSELL: Es inevitable que esto suceda. Acabamos de decir que las
      religiones siempre las han empezado los individuos o, a veces, grupos de
      individuos que han vivido una profunda experiencia personal de liberación.
      De alguna manera se les ha revelado la verdad, y desean trasladarla a los
      demás. Así es como surgieron por primera vez las enseñanzas.
      Por desgracia, las enseñanzas nunca se reciben en el mismo estado de
      conciencia con que se imparten. El maestro habla desde la iluminación,
      mientras que el discípulo intenta entender desde una conciencia que no
      participa de la misma iluminación, y es inevitable que algo se pierda por
      el camino. Mientras el maestro siga junto al discípulo, podrá intentar
      corregir sus errores y asegurarse de que reciba la instrucción de forma
      adecuada. Sin embargo, cuando el maestro muera, sus enseñanzas irán
      pasando de unos a otros y, a cada paso, algo se perderá o no se entenderá
      del todo, o bien se añadirán nuevos datos al original. Es un poco como el
      juego de los secretos, en que las personas se disponen en un círculo y se
      van pasando mensajes. A cada mensaje, la información se distorsiona un
      poco y cuando vuelve al punto inicial, es completamente distinta del
      principio.
      Con las enseñanzas espirituales ocurre otro tanto de lo mismo, pero a
      mayor escala. El mensaje no sólo pasa de una persona a otra, sino de una
      generación a otra, de una cultura a otra y, a menudo, de un idioma a otro.
      A cada nueva versión se pierden trozos y se añaden otros nuevos, y la
      versión resultante apenas guarda parecido con la original. Es lo que en
      alguna ocasión he llamado “la decadencia de la verdad”, y justifica la
      abismal diferencia entre las principales tradiciones espirituales, no
      obstante partir todas ellas de experiencias muy similares. Necesitamos
      redescubrir ese tronco común en lugar de preocuparnos por las diferencias.

      Por eso es importante no intentar resucitar las tradiciones espirituales
      anteriores. Estaríamos resucitando una versión adulterada del original sin
      poder evitarlo. El desafío consiste en volver a las fuentes, la viva
      fuente que se basa en la experiencia personal en lugar de la doctrina y el
      dogma, y vivir esa experiencia en nuestras propias vidas.
      LASZLO: Las tradiciones místicas ya se encontraban presentes en las
      escuelas griegas, incluso las conocían los presocráticos, aunque sus
      reflexiones no llegaran a formularse en un lenguaje ordinario para
      divulgarlas al público. El enunciado que sí se formuló era de compromiso,
      para que la sociedad lo entendiera. La esencia de las enseñanzas no podía
      captarse de oídas o por medio de lecturas, debía vivirse. No
      sorprenderemos a nadie entonces si decimos que la tradición nos ha legado
      sólo un cadáver, del que no ha sabido conservar vivo el espíritu.
      GROF: Lo que hoy en día necesitamos en el mundo es más espiritualidad, no
      más religiones. Las religiones organizadas tal y como se presentan en la
      actualidad forman parte del problema, y no de la solución. Los conflictos
      religiosos son una de las principales fuentes de violencia en muchos
      lugares del planeta.
      RUSSELL: Debemos recordar que la religión organizada no refleja la
      iluminación de la conciencia. Por muy loables que sean sus objetivos, sus
      promotores o defensores, por lo general carecen de la misma iluminación
      que nosotros. Es triste, pero suelen ser un reflejo más de los defectos de
      la sociedad.
      Todo se reduce al egocentrismo. El egocentrismo está bien en el plano
      biológico; necesitamos ser egocentristas si queremos asegurar nuestra
      alimentación y nuestra propia seguridad: necesitamos ese nivel básico de
      egocentrismo para poder sobrevivir físicamente. Sin embargo, también
      aplicamos esa misma manera de pensar orientada al yo a ámbitos
      absolutamente improcedentes. Hasta podríamos decir que hemos olvidado lo
      que interesa a nuestro propio yo.
      La conclusión final vendría a decir que lo que todos deseamos es estar en
      paz. Queremos sentirnos bien, en equilibrio con nosotros mismos. La
      sociedad nos dice que esa experiencia interna la obtendremos a partir de
      lo que poseamos y hagamos, de lo que percibamos en el mundo exterior; y
      eso nos conduce a un egocentrismo intrínseco. Siempre estamos pensado en
      lo que podríamos obtener y hacer para ser felices, en cómo nos ven los
      demás y qué sistema de valores deberíamos adoptar.
      Esta búsqueda subyace a gran parte de nuestro materialismo, y además
      también es la razón de que las religiones nos atrapen. Creemos que tal
      creencia o tal enseñanza en concreto nos salvarán, y que siguiendo una
      senda determinada, no tendremos problemas. Luego nos sentimos tan ligados
      a nuestra fe en particular que hacemos cualquier cosa para defender y
      proteger el camino que hemos elegido. En este sentido la religión puede
      anclarse muy fácilmente en el egocentrismo; lo cual es irónico, porque la
      religión parte de la idea de liberar a las personas de su egocentrismo.
      LASZLO: La religión también es un fenómeno social, una cuestión de
      identidad colectiva. Necesitamos pertenecer a una comunidad, un grupo
      cultural y social o una congregación religiosa. En la actualidad
      respondemos a esta necesidad de una manera muy distinta a como lo hacíamos
      en la Edad Media, cuando la congregación religiosa era la comunidad clave
      a la que uno pertenecía, al menos en Europa. Ahora tenemos comunidades
      nacionales y regionales, divididas a su vez en múltiples niveles hasta
      llegar a la comunidad étnica del vecindario. Pertenecer a un grupo o
      congregación religiosa genera una sensación de identidad entre un número
      limitado de personas; y eso cada vez se aleja más de la idea de captar la
      verdad última. Las doctrinas que allí se imparten se limitan a trazar
      límites entre el grupo de “iniciados” y el resto: entre los “creyentes” y
      los “infieles”.
      1. Dimensiones de la transformación
      GROF: Tradicionalmente lo que ha hecho la religión organizada ha sido
      unificar a un grupo de personas basándose en la singularidad de ciertos
      personajes y temas arquetípicos. Como es natural, el grupo entraba en
      conflicto con otras comunidades que habían elegido una manera distinta de
      representar y relacionarse con lo divino: los cristianos contra los
      judíos, los hinduistas contra los musulmanes, los sijs contra los
      hinduistas, etc., etc. A veces incluso alguna de estas religiones
      organizadas ni siquiera lograba unir a los miembros de su mismo credo en
      su propio seno. Un ejemplo clarísimo lo tenemos en el cristianismo y el
      exacerbado conflicto entre católicos y protestantes que empezó a apuntar a
      finales de la Edad Media y causó un gran derramamiento de sangre y un
      profundo dolor.
      En cambio, las experiencias espirituales facilitan el acceso directo a las
      dimensiones sagradas de la existencia. Revelan la unidad que subyace al
      mundo de la aparente separación, la naturaleza divina de la creación y
      nuestra divinidad. Nos apartan del chovinismo sectario de las religiones
      organizadas y nos conducen a una visión de la realidad y la humanidad
      universal, globalizadora y unificadora. Las religiones organizadas tal y
      como existen en la actualidad alimentan la discordia y contribuyen a
      agudizar la crisis mundial. No obstante, una religión con un enfoque
      místico genuino podría cambiar de verdad el mundo.
      LASZLO: El otro día en Berlín, en un simposio de la Universidad
      Internacional de la Paz, el Dala¡ Lama me dijo que nunca intentara
      convertir a la gente a una religión en concreto. Él mismo jamás intentaba
      convertir a los demás al budismo tibetano. Ése no es el propósito,
      justificaba: el propósito es el espíritu que subyace a la religión, que es
      el amor, la solidaridad y la compasión. Nos aconsejó que jamás creyéramos
      que una única religión puede ofrecer todas las respuestas. Lo que cuenta
      es el espíritu de la religión, y no las palabras de la doctrina.
      Hay lugares donde han puesto en práctica esta idea. Por ejemplo, en
      Auroville, una comunidad espiritual experimental de la India, sus
      fundadores decidieron que no debería haber ninguna religión. Las doctrinas
      religiosas debían evitarse de manera explícita, al igual que los ritos
      religiosos. Sólo se fomentaría una profunda espiritualidad en la vida
      diaria a través de la meditación individual y colectiva. Cuando la
      religión se institucionaliza, según Sri Aurobindo, divide más que une.
      RUSSELL: Esto lo han dicho muchísimos líderes espirituales, quienes nos
      han advertido también de que sus enseñanzas podrían convertirse en una
      religión. El Buda dijo a sus discípulos que no creyeran sus palabras sólo
      porque las había dicho él. Sólo debían aceptarlas tras contrastarlas con
      sus propias experiencias. Más recientemente Rudolf Steiner afirmó que si
      volviera al cabo de cien años, seguramente quedaría aterrado de ver lo que
      la gente había hecho con sus enseñanzas. La sabiduría espiritual es una
      sabiduría universal, pero a medida que va pasando de unos a otros, las
      enseñanzas de cada maestro van compilándose en un conjunto de doctrinas y
      dogmas que inspiran religiones muy distintas entre sí. Estoy seguro,
      Ervin, de que si volvieras a Auroville al cabo de doscientos o trescientos
      años, te encontradas con una nueva religión.
      Hoy en día somos testigos del surgimiento de una nueva espiritualidad.
      Todavía no tiene nombre y, en realidad, tampoco posee una forma específica
      ni cuenta con líderes. Sin embargo, está apareciendo una nueva manera de
      ver las cosas muy al estilo de la “filosofía perenne” de Aldous Huxley.
      Muchas personas están empezando a descubrir la sabiduría eterna de la
      conciencia humana y a ponerla en práctica en sus propias vidas.
      En algunos aspectos se advierten ciertos paralelismos con el Buda y su
      búsqueda de la liberación interior. Cuando el Buda se adentró en el
      bosque, pasó seis años en compañía de varios maestros y practicó diversas
      técnicas hasta finalmente adquirir plena conciencia de lo que supone
      liberar a la mente del sufrimiento. Hoy nos encontramos en un proceso
      similar. Sin embargo, ahora no es sólo cuestión de una persona; somos
      millones, y todos vamos en el mismo barco, aprendiendo de las experiencias
      mutuas sobre la marcha. Cuanto más aprendemos, más nos acercamos a la
      misma verdad. Estamos puliendo nuestro conocimiento del desarrollo
      espiritual. Lo he visto en libros, debates y conferencias: todos decimos
      lo mismo. Quizás con el tiempo esta recuperación de la espiritualidad se
      convierta en otra religión fosilizada, pero ahora, a finales del siglo XX,
      está vivita y coleando, y se ha lanzado a la búsqueda de esa verdad
      universal que es la base de todas las religiones. Por eso creo que esta
      época es tan fascinante. Nos hallamos en medio de un nuevo renacimiento
      espiritual, pero a diferencia de otros renacimientos anteriores, éste no
      tiene líder; por primera vez, lo estamos redescubriendo colectivamente.
      GROF: Me gustaría mencionar aquí una cosa que se desprende del estudio de
      los estados atípicos de la conciencia y que encuentro fascinante. Hemos
      visto repetidas veces, trabajando con la psicodelia y la respiración
      holotrópica (ejercicios de inhalaciones rápidas acompañados de una música
      evocadora), que las experiencias nos permiten acceder a todo el espectro
      de la mitología existente, las figuras arquetípicas y la totalidad de las
      culturas, incluyendo las experiencias procedentes de contextos raciales,
      culturales, geográficos e históricos distintos al nuestro. El hecho de
      conocer previamente estas mitologías no parece ser de gran importancia.
      Las personas actuales parecemos tener acceso a todos los ámbitos del
      inconsciente colectivo. Eso confirma básicamente las observaciones que
      hace varias décadas hizo C. G. Jung, observaciones que le llevaron a
      formular el concepto de inconsciente colectivo.
      Hemos trabajado con personas en Europa, América del Norte y del Sur y
      Australia, y sus experiencias entroncan con la mitología hindú, japonesa,
      china, tibetana o egipcia, y viceversa, durante nuestra estancia en la
      India y Japón, gente de formación hinduista, budista o sintoísta a menudo
      revivían episodios claramente cristianos durante las sesiones. A lo largo
      de estos años yo mismo he tenido visiones de un acusado simbolismo
      religioso budista, cristiano, musulmán, sintoísta y zoroástrico, y también
      de temas africanos, mesoamericanos, sudamericanos y de los aborígenes
      australianos.
      ¡Es realmente asombroso! Muchos grupos humanos utilizaron en el pasado
      poderosas técnicas de perturbación de la mente, entre las que podríamos
      incluir algunas de las que ahora emplearnos nosotros: sustancias
      psicodélicas, música y diversos ejercicios respiratorios. Sin embargo, su
      acceso al inconsciente colectivo parece haber sido mucho más específico y
      restringido, limitado en esencia a sus propios arquetipos culturales. Por
      ejemplo, no veremos referencia alguna en el Libro tibetano de los muertos
      al espíritu del ciervo, que desempeña un importante papel en la mitología
      y la religión de los indios huichol de México, y tampoco se menciona el
      dhyána búdico en la Biblia o El libro de Mormón. Es decir, esta
      permeabilidad del inconsciente colectivo parece ser un nuevo fenómeno
      característico de los tiempos modernos. Si en la antigüedad hubiera podido
      accederse al inconsciente colectivo como en la actualidad, hoy en día no
      dispondríamos de unas mitologías tan distintas y específicas para cada
      grupo humano y su religión. En el pasado acceder a través de la
      experiencia a los arquetipos debía de ser muy específico culturalmente.
      De algún modo existe un paralelismo con lo que está ocurriendo en el mundo
      exterior. En el pasado la humanidad se hallaba mucho más fragmentada y los
      distintos grupos se encontraban apartados y aislados entre sí. Por
      ejemplo, los europeos no tuvieron la más remota idea de que existía el
      Nuevo Mundo hasta el siglo XV, y hasta mediados de ese mismo siglo, el
      Tíbet tenía un contacto mínimo con el resto del mundo. En la actualidad
      podemos ir a cualquier parte del mundo viajando tan sólo unas horas en
      avión, y existe un floreciente intercambio de mercancías, libros y
      películas. Asimismo, los programas de radio de onda corta, la televisión
      vía satélite, el teléfono e Internet conectan todas las partes del globo
      entre sí.
      Pasamos con extrema rapidez de un mundo fragmentado y dividido a una aldea
      global unificada; y nuestro acceso ilimitado al ámbito arquetípico del
      inconsciente colectivo parece una parte fundamental del proceso. Espero y
      creo firmemente que eso servirá para crear una base de donde pueda surgir
      una religión universal del futuro. En mi opinión, una religión así debería
      ofrecer un contexto propicio para las experiencias espirituales y
      proporcionar los medios adecuados para hacerlas realidad (“tecnologías de
      lo sagrado”), sin interesarle dictar o promover los numerosos marcos
      arquetípicos entre los que el individuo debería elegir para penetrar en el
      ámbito de lo divino y trascendental.
      Creo que si las religiones organizadas constituyen una fuerza relevante y
      constructiva en nuestro futuro global, tendrán que flexibilizar sus
      arquetipos y aceptar que, efectivamente, son relativos. Esto generaría una
      atmósfera de tolerancia en los distintos sistemas que optaran por una
      forma simbólica alternativa de adoración de lo divino. Vincularía las
      religiones con sus raíces místicas y su común denominador, reverenciar lo
      absoluto, aquello divino que trasciende todas las formas.
      Joseph Campbell solía citar a Graf Durkheim y su manera de interpretar la
      función de las formas arquetípicas específicas o “deidades”. Para ser de
      utilidad en una búsqueda espiritual genuina, la deidad debe mostrarse
      transparente respecto a lo trascendente. Ha de ser una puerta hacia lo
      supremo, pero no debe confundirse con ello. Su papel es de mediadora de lo
      absoluto y, por lo tanto, constituye un camino, no un objeto de adoración
      en sí y por sí. Hacer de los arquetipos algo opaco e impermeable conduce a
      la idolatría, que es una fuerza divisoria, destructiva y peligrosa del
      mundo.
      RUSSELL: Éste es otro aspecto del cambio que implica pasar de considerar a
      deidades y dioses algo que está “ahí fuera”, separado de nosotros, a
      verlos como aspectos de nuestra propia psique. Cada vez nos damos más
      cuenta de que la toma de conciencia interior no consiste en realizar un
      ritual para comunicamos con otro ser, sino en trabajar con nuestra propia
      mente. Lo que nos preguntamos, por lo tanto, es cómo puedo liberar mi
      mente de la rutina en la que ha caído y cómo abrirme a las experiencias de
      que estamos hablando.
      GROF: Respecto a lo que comentaba antes sobre abrimos al inconsciente
      colectivo, tengo toda la sensación de que la religión del futuro se basará
      en la experiencia, hará honor a la búsqueda espiritual y respetará las
      formas específicas que adopte en los distintos individuos. Por suerte esta
      religión no será una organización que postule dogmas y objetos de
      adoración específicos, sino una comunidad de gente inquieta que se
      ofrecerá apoyo mutuo en el campo de la búsqueda espiritual, al ser
      consciente de estar explorando un fragmento en concreto del gran tapiz del
      misterio universal. La conciencia de la unidad que subyace a toda la
      existencia y el sentido de estar íntimamente vinculado con los demás, la
      naturaleza y el cosmos sería la característica más importante de este
      credo.
      RUSSELL: Sí, y las enseñanzas que se desprendan de esta nueva
      espiritualidad versarán sobre nuestra propia psique, al igual que hace el
      budismo. Será una enseñanza contemporánea que tratará de cosas como, por
      ejemplo, el desarrollo de ego, cómo derivamos nuestro sentido de la
      identidad, creamos temores injustificados, interpretamos, equivocadamente
      o no, nuestras experiencias y la manera de liberar la mente de todas estas
      limitaciones. Serán enseñanzas psicológicas en lugar de centrarse en
      deidades y entidades parecidas.
      GROF: En 1985 vivimos una experiencia muy interesante durante la
      celebración del congreso de la Asociación Internacional Transpersonal
      (AIT) en Kioto. La AIT es una organización que intenta reunir
      espiritualidad y ciencia esforzándose por abolir los límites raciales,
      culturales, políticos y religiosos del mundo. En esa época en cuestión
      unos ejecutivos estadounidenses y japoneses negociaban las posibles
      salidas a un grave conflicto que se había desatado.
      Uno de los ponentes era un psicólogo junguiano japonés, Hayao Kawai, que
      había vivido varios años en Zurich, en Suiza, y conocía bien la mentalidad
      occidental, así como, por supuesto, la japonesa. Cuando veía las
      negociaciones por televisión, no paraba de reírse. Según afirmaba,
      aquellos ejecutivos creían que por el hecho de contar con un intérprete ya
      se estaban comunicando, que se entendían; y no era así, porque partían de
      enfoques muy distintos. Le pedimos que se explicara y lo hizo empleando el
      sistema junguiano.
      «Los marcos arquetípicos de sus lugares de origen son distintos —nos
      contó—, y sus premisas metafísicas también lo son. Oriente tiene un modelo
      de cosmos centrado en un vacío. La creación surgió de este vacío como una
      gestalt total en la que las cosas están interconectadas, tienen un lugar
      y, en último término, constituyen una parte fundamental del todo. En
      Occidente tenéis un modelo cosmogónico muy distinto. En el centro se sitúa
      la fuente de todo poder. Es Dios, el gran jefe, el que creó el universo y
      desde esa fuente inagotable hizo que emanara un sistema jerárquico de
      orden decreciente. En el mundo arquetípico contáis con tropas de seres
      celestiales dispuestos en gradación: desde los superiores, como, por
      ejemplo, serafines y querubines, hasta arcángeles y ángeles comunes
      pasando por principados, potestades, tronos y virtudes. En la naturaleza,
      también separáis los organismos inferiores de los superiores, rango en el
      que aparecen los humanos en último lugar, como la perla de la creación».
      Hayao Kawai explicó que en un diálogo entre Oriente y Occidente la
      diferencia en los supuestos metafísicos básicos se manifiesta en todas las
      afirmaciones. Es como una conversación entre físicos newtonianos y
      einsteinianos. Ambos utilizarían las mismas palabras (materia, energía,
      tiempo y espacio), pero estos términos significarían algo muy distinto
      según el marco conceptual en el que se inserieran. Todos encontramos esta
      idea muy interesante, e incluso motivó otras comparaciones culturales de
      algunos participantes. André Patsalides, un psicólogo belga nacido en
      Siria, nos habló de las diferencias existentes entre la mentalidad árabe y
      la occidental. Karan Singh, erudito hindú y antiguo regente de Jaminu y
      Cachemira, hizo un análisis comparativo de la manera de pensar hindú y la
      occidental; y Credo Mutwa, antropólogo y curandero zulú, expuso la
      concepción del mundo de los africanos y la comparó con la de los
      angloamericanos.
      Fue fascinante ver que a raíz de esta discusión surgía una nueva
      perspectiva completamente diferente. Nos sentíamos ligados por nuestra
      humanidad, por todo lo que compartíamos y teníamos en común, y empezamos a
      considerar las diferencias raciales, culturales y religiosas como
      inflexiones y variaciones de una humanidad básica. Era como si reflejaran
      la extraordinaria creatividad de la inteligencia creativa cósmica surgida
      de una matriz subyacente e indiferenciada. Al mismo tiempo, estas
      diferencias resultaban de lo más excitante, algo interesante de lo que
      podíamos aprender y con lo que podíamos enriquecemos. Pudimos liberamos de
      nuestros programas culturales idiosincrásicos y de la vana ilusión de que
      nuestra manera de entender la realidad y hacer las cosas era la mejor o la
      más correcta. No resultó muy fácil ver lo arbitraria y relativa que era.
      LASZLO: Teilhard de Chardin habló de un proceso de intensificación o
      concretización progresivas, cuyas causas se remontaban al número cada vez
      mayor de personas en el planeta y al cúmulo de información que generaban.
      Quizás sea posible que unos seis mil millones de personas hayan creado,
      tal y como tú apuntabas, Pete, una especie de cerebro global. Yo creo que
      este cerebro también posee una dimensión subyacente que nos vincula de una
      manera que el consciente ignora, pero que podemos entrever a niveles más
      profundos. Puede que bajo la superficie exista un ámbito de la conciencia
      colectiva que se va intensificando y volviendo accesible a esos individuos
      con un estado alterado de la conciencia: el estado que Stan ha estudiado y
      en el que encontraremos los potenciales ya mencionados.

  • La revolución de la conciencia, ed. Kairós, pp. 55-68

2.     La transformación de la conciencia social y la
            transformación del paradigma científico *

             Durante varias jornadas, tres eminentes representantes de la
            llamada “psicología transpersonal” (Ervin Laszlo, Stanislav Grof y
            Peter Russell) se reunieron para —en palabras de Ervin Laszlo—:
            “reflexionar sobre las posibilidades de que haya paz en el
            mundo...”. Publicamos aquí un fragmento del libro de conversaciones
            resultante, en el que los autores hablan del encuentro entre la
            espiritualidad y la ciencia.


       Laszlo: Lo que se desprende claramente de nuestra conversación matutina es
      que todos coincidimos en la importancia de un cambio fundamental en la
      conciencia del que ya empiezan a advertirse signos. Sin embargo,
      contemplando algunos aspectos de este cambio, quizás deberíamos
      preguntarnos en qué radica la diferencia esencial entre la conciencia
      necesaria y la conciencia que sigue imperando hoy en día.
      Grof: Yo veo dos elementos diferentes en la crisis actual que exigen un
      cambio radical de la conciencia. El primero ha formado parte de la
      naturaleza humana desde tiempos inmemoriales y el segundo es producto de
      la era moderna.
      La historia de la humanidad siempre se ha visto dominada por una violencia
      desenfrenada, la “agresividad maligna” de Erich Fromm, y una avaricia y un
      afán de posesión insaciables: el deseo insatisfecho. En todas las épocas
      hemos podido comprobar que la intolerancia racial, cultural, política y
      religiosa siempre ha desembocado en guerras y revoluciones, invasiones,
      conquistas y dominaciones sangrientas.
      La última y más moderna contribución al problema viene de la mano de la
      ciencia materialista y su profunda influencia ideológica. La concepción
      científica del mundo imperante justifica y suscribe de alguna manera una
      estrategia vital basada en el individualismo y la competitividad en lugar
      de la sinergia y la cooperación. En el contexto de los pensamientos
      darwiniano y freudiano sería absolutamente natural, legítimo y
      comprensible perseguir objetivos egoístas y egotistas a costa de los
      demás. Eso refleja nuestra verdadera naturaleza, basada en instintos
      primitivos y en plena coherencia con el principio darwiniano de la
      «supervivencia de los más aptos».
      Por otro lado, también debemos tener en cuenta las significativas
      implicaciones ecológicas del viejo paradigma de que hablaba Pete, la
      actitud que formuló Francis Bacon por primera vez y que nos aboca a una
      salvaje y ciega explotación de la naturaleza, al expolio de recursos
      perecederos y la contaminación global. Por consiguiente, necesitamos estas
      dos nuevas estrategias para transformar las tendencias destructivas del
      ser humano, como, por ejemplo, la agresión maligna y la avaricia
      insaciable, y una profunda revisión de nuestro sistema de valores y la
      concepción científica del mundo. En esta cultura nuestra, que respeta
      profundamente la ciencia, incluso con una desmesura rayana en la
      exageración, la importancia del cambio de paradigma no debería
      infravalorarse.
      Laszlo: Stan, cuando hablas del profundo respeto actual por la ciencia,
      también mencionas la primacía de las concepciones cartesianas, baconianas
      y newtonianas. A mi me parece que el respeto que nos inspira la ciencia es
      un respeto por una ciencia radicalmente superada.
      Grof: Sí, ése es el problema.
      Laszlo: Una de las dificultades con que nos encontramos al intentar
      desarrollar una nueva conciencia y difundirla entre la gente es el
      divorcio existente entre la emergente concepción del mundo que definen las
      nuevas ciencias y la más extendida, ésa que defiende la clase científica y
      tecnológica. Es decir, me parece que también necesitamos actualizar la
      idea que tenemos de los contenidos reales de la ciencia. La sociedad en
      general lleva años de retraso respecto a los últimos avances científicos.
      Grof: Eso es exactamente lo que quería decir. La ciencia tiene un enorme
      prestigio y lo que la mayoría entiende por ciencia es el paradigma
      newtoniano‑cartesiano dominado por el materialismo monista, y esta manera
      de pensar tiene consecuencias funestas para nosotros tanto como individuos
      como integrantes de una colectividad. Por esta razón necesitamos poder
      combinar lo que sería una transformación interior profunda y una revisión
      radical de las obsoletas concepciones científicas del mundo. Por eso creo,
      Ervin, que tu obra es extremadamente importante para el futuro de todos.
      Al margen de ofrecer una brillante síntesis de las teorías generales
      existentes, como, por ejemplo, los marcos conceptuales de David Bohm,
      Rupert Sheldrake e Ilya Prigogine, también nos permite traspasar los
      límites entre la ciencia y la espiritualidad. En una cultura en que la
      ciencia infunde respeto y autoridad, si su mensaje es claramente
      antiespiritual, va a inhibir sin lugar a dudas la búsqueda espiritual de
      las personas.
      Laszlo: Damos por sentado que la ciencia es una empresa abierta, dispuesta
      a cambiar a la luz de nuevos datos. No obstante, muchos científicos son
      extremadamente conservadores: en realidad son tan conservadores como sus
      colegas del mundo académico en general. Por lo tanto, pedir a los
      científicos que asuman la responsabilidad de comunicar un saber que
      signifique algo para la gente y, al mismo tiempo, se muestre abierto a
      nuevas perspectivas, es un gran desafío. En la tradición conservadora de
      las ciencias puras sólo tienen sentido las matemáticas y las lecturas de
      los instrumentos. Nada importa lo que todo eso pueda significar, siempre y
      cuando las ecuaciones funcionen y puedan ser contrastadas con
      observaciones y lecturas. Esta actitud, sin embargo, ha quedado
      peligrosamente anticuada. Por suerte este conservadurismo no se ha
      extendido a la creativa e innovadora vanguardia de la ciencia, cuna de los
      grandes avances y crisol de nuevas ideas, nuevas concepciones del mundo e
      incluso una nueva espiritualidad.
      Grof: Creo que es fascinante comparar la situación en la psicología y
      psiquiatría actuales con lo que ocurrió en la vanguardia de la física
      durante las primeras décadas del siglo. ¡Qué poco les costó a los físicos
      iniciar una radical transición conceptual de la física newtoniana a las
      teorías de la relatividad de Einstein y de ahí a la teoría cuántica! Por
      analogía disponemos de una gran cantidad de datos que demuestran que el
      conocimiento científico actual de la conciencia y la mente humana es
      inadecuado e insostenible, sobre todo en los terrenos de la religión
      comparativa, la antropología, la psiquiatría experimental, la psicoterapia
      experiencial, la parapsicología, la tanatología y otros campos. Sin
      embargo, la ciencia académica ha ignorado por completo todo este material.

      Veremos un ejemplo muy claro en el caso de la tanatología. Gracias a
      numerosas observaciones podemos inferir que las personas al borde de la
      muerte a menudo poseen la capacidad de percibir el entorno sin mediación
      de los sentidos: contemplan desde el techo cómo su cuerpo resucita,
      presencian acontecimientos que se desenvuelven en otras habitaciones del
      mismo edificio o incluso viajan de manera incorpórea a diversas
      localidades remotas. Son las denominadas “experiencias incorpóreas
      verídicas”. El público conoce muy bien este fenómeno porque ha salido en
      libros, debates e incluso películas de Hollywood. En un estudio reciente
      Ken Ring ha demostrado que estas experiencias también se dan en personas
      congénitamente ciegas. Esta sola experiencia bastaría para derrocar el
      mito de que la conciencia es el producto de procesos neurofisiológicos
      cerebrales y revisar el paradigma actual. Podríamos citar asimismo
      numerosas observaciones similares a ésta dentro del ámbito de la
      psicología transpersonal y las modernas investigaciones sobre la
      conciencia.
      Russel: A medida que esta clase de observaciones gocen de mayor
      credibilidad, asistiremos a un significativo y gradual cambio del
      paradigma científico. Podría ser el cambio más decisivo del pensamiento
      occidental, y quizás estemos ya en la primera fase. Thomas Kuhn, que
      introdujo la idea de los paradigmas hace unos treinta años, destacó el
      hecho de que el cambio pasaba por varios estadios. Primero se descubrían
      datos anómalos que no encajaban en el modelo actual de la realidad. Como
      nadie cuestionaba el modelo aceptado, las anomalías solían ignorarse, o
      incluso negarse. Luego, al ir acumulándose el número de irregularidades
      sin poder descartarlas, se modificaba el modelo existente para intentar
      acomodar en él los datos excepcionales. En el caso clásico de la
      revolución copernicana, los datos anómalos fueron el hecho de que los
      planetas no se movían en suaves órbitas circulares, como deberían haber
      hecho si en efecto se desplazaban alrededor de la Tierra. Los astrónomos
      medievales intentaron ajustar esas peculiaridades añadiendo epiciclos a
      las órbitas (curvas que describían los círculos que daban vueltas
      alrededor de otros círculos); y cuando éstos no bastaron para dar una
      explicación de los fenómenos observados, añadieron otros epiciclos a los
      anteriores (círculos que daban vueltas alrededor de otros círculos
      mientras estos asimismo describían otras curvas alrededor de otros
      círculos): como consecuencia, crearon un modelo muy farragoso. Sin
      embargo, la concepción básica del mundo seguía sin cuestionarse.
      Respecto a los fenómenos de la conciencia nos encontramos en un estadio
      parecido. En lo que concierne a la ciencia occidental, la conciencia es
      una gran anomalía. No hay nada en el modelo científico de la realidad que
      prediga que los seres humanos deberían ser conscientes, y tampoco hay
      manera alguna de encontrar una explicación adecuada. Sin embargo, si de
      algo podemos estar plenamente seguros es de la conciencia. Eso es lo que
      Descartes intentaba demostrar con su famoso cogito ergo sum; podré dudar
      de mis percepciones, podré dudar de mis pensamientos, incluso de mis
      sentimientos, pero de lo que es imposible dudar es del hecho de que
      percibo, pienso y siento, de que soy un ser consciente. Es decir, los
      científicos en la actualidad se encuentran en la incómoda situación de
      verse continuamente enfrentados a la existencia de su propia conciencia y,
      sin embargo, no disponer de una explicación plausible.
      En el pasado la ciencia sencillamente ignoraba la conciencia. No le era
      necesaria; a fin de cuentas, estudiaba el mundo físico y no la mente. Hoy
      en día la ciencia está descubriendo que ya no puede prescindir
      tranquilamente del tema de la conciencia, y se encuentra en el segundo
      estadio del cambio paradigmático, el que consiste en intentar agrandar el
      modelo imperante para incorporar de alguna manera la anomalía en cuestión.
      Algunos científicos recurren a la física cuántica, los hay que se basan en
      la teoría de la información y, por último, también preocupa a los expertos
      en neuropsicología. Sin embargo, ninguno de ellos ha conseguido grandes
      resultados en esta dirección. La razón es que todos intentan explicar la
      conciencia a partir del paradigma existente de espacio, tiempo y materia.
      El hecho de no realizar progresos notables sugiere que quizás se hallen en
      el camino equivocado. Lo que se necesita es un nuevo modelo de la realidad
      completamente distinto, que incluya la conciencia como un aspecto
      fundamental de la realidad, tan fundamental como el espacio, el tiempo y
      la materia; quizás incluso mucho más determinante.
      Este es el tercer estadio del proceso de Kuhn, la creación de un nuevo
      modelo radicalmente distinto que dé una explicación de los fenómenos
      anómalos. No obstante, todavía no hemos llegado a eso. Vemos que el viejo
      paradigma no funciona. Vemos todas sus lagunas y defectos, aunque sólo
      unos pocos se atreven a pensar más allá de ese paradigma limitado de
      espacio, tiempo y materia; y eso es precisamente lo que se necesita para
      que surja un nuevo modelo. Por el momento, no obstante, la ciencia sigue
      firmemente anclada en el modelo antiguo.
      Laszlo: Seguimos arrastrando el paradigma caduco y tratándolo como si
      fuera la realidad en lugar de un modelo. Creemos en él (es decir, la
      mayoría de los científicos y los que consideran que la ciencia es fuente
      de toda verdad), literalmente.
      Russel: Sí. Eso es lo que siempre ocurre con los paradigmas. La gente cree
      que el modelo es la verdad, y contemplan toda la realidad a la luz de ese
      modelo.
      Grof: Gregory Bateson analizó en diversos ensayos y conferencias la
      confusión existente entre mapa y territorio. Decía que es como entrar en
      un restaurante y comerse la carta en lugar de la comida.
      Laszlo: Por suerte, incluso en el augusto mundo de la ciencia, a veces se
      operan cambios sutiles que tienen unas consecuencias tremendas y, por lo
      general, impredecibles. Hasta es Posible desechar un esquema considerado
      real durante trescientos años. Eso es precisamente lo que ocurrió durante
      la primera década de este siglo, cuando la relatividad de Einstein fue
      aceptada y desplazó a la mecánica clásica de Newton. ¿Cómo ocurrió en
      realidad? Después de todo, los físicos también podían explicar los mismos
      fenómenos a la luz de otras teorías muy dispares. Siempre hay más de una
      explicación para todas las cosas.
      Grof: Es cierto. ¿Por qué se aceptó la teoría de Einstein basada en los
      resultados obtenidos a partir de la medición del perihelo de Mercurio
      durante el eclipse solar? En realidad, la predicción no era exacta; tan
      sólo se ajustaba algo más a las medidas actuales que las derivadas del
      modelo newtoniano.
      Laszlo: En el fondo prácticamente se podía llegar a las mismas
      predicciones a través de la física newtoniana si se aceptaba la teoría
      balística de la luz. Imaginemos que la luz (el flujo de fotones) tiene
      masa y que la masa del Sol y otros cuerpos celestes atrae estos fotones.
      Obtendremos una línea curva, la misma que si hubiéramos aceptado que el
      espacio (o el espacio‑tiempo) era curvo.
      Grof: Entonces, ¿por qué se aceptó la teoría de Einstein en lugar de la de
      Newton?
      Laszlo: Al final parece ser que el motivo fue algo que la ciencia
      considera casi un factor estético: la simplicidad y la elegancia. En este
      caso se buscó la simplicidad y elegancia de las matemáticas básicas de una
      teoría. En esta especial teoría de la relatividad que por primera vez
      propuso Einstein las ecuaciones del movimiento permanecían invariables
      incluso cuando existía una aceleración del movimiento. Las famosas
      “invariables relativas” hacían que las ecuaciones resultaran constantes y
      elegantes. Por otro lado, al descubrir los extraños efectos que salieron a
      la luz en las postrimerías del siglo XIX (la radiación del cuerpo negro,
      por ejemplo), los físicos no tuvieron que añadir suposiciones ad hoc, ni
      recurrir a otros recursos para salvar la teoría conservando su validez.
      Unos siglos antes Copérnico había realizado una hazaña similar con su
      teoría heliocéntrica. Acabó con esos epiciclos añadidos a otros epiciclos
      que los astrónomos necesitaban para conservar la validez de la antigua
      astronomía geocéntrica. Copérnico se convenció de que la naturaleza ama la
      simplicidad. Así es; a los científicos les encanta que ésta aparezca en
      sus teorías, que ya son lo bastante complicadas de por sí como para
      hacerlas más complejas de lo absolutamente necesario. Este principio es
      fundamental en la ciencia moderna para aceptar nuevas teorías.
      Russel: Siempre me ha fascinado el aspecto simple e invariable del cosmos.
      Empecé a trabajar de matemático porque me atraía la simplicidad y la
      belleza de la materia, y lo que encontré más fascinante de todo (reconozco
      que para mí fue como una revelación) fue el descubrimiento de que existe
      una ecuación básica que subyace a la mecánica de todo el mundo físico.
      Todo se reduce a la ecuación de Euler expresada de una u otra manera, o lo
      que en términos populares se conoce como la ecuación de onda. Es una
      fórmula muy simple, pero sumamente eficaz. Puede aplicarse a la oscilación
      de un péndulo, la dinámica del átomo, la propagación de la luz o el
      movimiento de los planetas. ¡Es tan simple y tan bella! Si entonces me
      hubierais preguntado si existía un dios, habría respondido que ese dios
      estaba en las matemáticas.
      Sin embargo, lo más relevante de todo es que las matemáticas, que son una
      creación de la mente humana, deban estar en relación con la realidad
      física.
      Grof: Uno podría pensar que la capacidad de las matemáticas para modelar
      fenómenos del mundo material sería uno de los principales obstáculos
      contra la defensa de la separación cartesiana entre la res cogitans y la
      res extensa, la mente y la materia. ¿Cómo es posible, en cambio, que un
      sistema producto de la psique predija correctamente los fenómenos en un
      contexto absolutamente distinto?
      Laszlo: Los científicos tienden a considerar los fenómenos de manera
      aislada e intentan explicarlos con la matemática más simple y hermosa. No
      obstante, la simplicidad y la belleza de la matemática cambia ante la
      multiplicidad de los fenómenos considerados. Si entendemos que el mundo
      físico y el biológico forman una misma unidad, veremos que ahí funciona un
      conjunto de conceptos básicos distinto del que podríamos aplicar a cada
      uno de los ámbitos por separado. Si, por otro lado, contemplamos el mundo
      de la psique humana e incluimos en él los hallazgos más esotéricos de la
      experiencia (por ejemplo, las experiencias transpersonales y las
      experiencias al borde de la muerte de que hablábamos antes), el sistema de
      explicación único volverá a cambiar. Buscaremos otros conceptos
      aclaratorios más generales. Quizás en un futuro próximo una matemática
      básica y bella rija una parte considerable de la realidad: un ámbito que
      también incluya la conciencia humana en el mundo vivo y el universo
      físico.
      Russel: Sí, creo que ésta es la dirección que hemos tomado: el nuevo
      paradigma podría surgir muy pronto. Lo único que necesitamos es que
      alguien reúna todas las piezas en una ordenación radicalmente distinta y
      produzca un modelo teórico que pueda dar razón del mundo de la mente así
      como del mundo de la materia. Es algo que encuentro muy excitante, y
      además se ha convertido en el eje de mi trabajo durante estos últimos
      años. Ahora vemos la conciencia como algo que surge del espacio, el tiempo
      y la materia, algo que aparece como resultado de la actividad física en el
      sistema nervioso del ser humano. No obstante, vamos en dirección
      contraria. Creo que tarde o temprano tendremos que aceptar que la
      conciencia es absolutamente fundamental para el cosmos y no algo que surge
      de la materia.
      En cierto sentido no planteo nada nuevo. La sabiduría antigua tradicional
      ya se había ocupado del tema. La mayor parte de la filosofía hinduista,
      por ejemplo, se deriva del supuesto de que la conciencia es absolutamente
      fundamental. La ciencia en la actualidad rechaza esta clase de ideas, pero
      al final quizás tenga que aceptar la posibilidad de que haya algo cierto
      en todas ellas.
      Laszlo: Nos dirigimos hacia una nueva cultura en la que la ciencia
      ocuparía una parte, la sabiduría antigua, otra, y en la que ambas podrían
      encontrar una nueva manera de integrarse. No se trataría de recuperar o
      reinterpretar el pasado, sino de elaborar una nueva síntesis.
      Grof: Sí, la dirección que hemos tomado no es una simple regresión y
      vuelta atrás hacia las ideas obsoletas, sino una progresión en espiral en
      la que algunos de los elementos anteriores aparecen a un nivel más
      elevado, formando parte de una síntesis creativa de la sabiduría antigua y
      la ciencia moderna.
      Russel: Me gusta la idea de la espiral, porque implica volver a donde ya
      hemos estado pero habiendo adquirido algo más. Yo no creo que asistamos a
      un mero retorno de las tradiciones antiguas. Eran muy válidas para su
      época, pero nosotros vivimos en un mundo diferente, inmersos en otro clima
      social, y poseemos un conocimiento distinto del cosmos. Lo que ahora
      necesitamos es una sabiduría contemporánea que se adecue a los tiempos
      actuales. El mensaje central es el mismo. Es lo que Aldous HuxIey llamó
      “la filosofía perenne”, la misma sabiduría básica recurrente que aflora en
      diversas épocas y culturas y en momentos diferentes. Sin embargo, su
      formulación real varía considerablemente. Lo que hoy en día necesitamos es
      una formulación en términos contemporáneos comprensible para la gente de
      la calle y, al mismo tiempo, acorde con nuestros tiempos.
      Creo que en eso consiste la revolución de la conciencia. Estamos
      redescubriendo para nosotros la sabiduría eterna en términos
      contemporáneos, y dándole la importancia que merece en un mundo donde
      predominan la ciencia y la razón.

3.     El mundo en transformación
            
            Durante varias jornadas de 1996, tres representantes de la llamada
            “psicología transpersonal” (Ervin Laszlo, Stanislav Grof y Peter
            Russell)
            se reunieron para —en palabras de Ervin Laszlo—: “reflexionar sobre
            las posibilidades de que haya paz en el mundo...”. Presentamos aquí
            el inicio de dicha conversación, tal y como ha sido publicada
            recientemente en castellano.

      Laszlo: La pregunta de si podemos continuar en el mundo actual como
      veníamos haciendo hasta ahora sin desencadenar rupturas y crisis y poner
      en peligro la paz es un verdadero interrogante. La preocupación es
      creciente, y prueba de ello es la difusión de que goza hoy en día la
      palabra “sostenibilidad”.
      Todos hablamos de la sostenibilidad, pero sin entender necesariamente lo
      que está en juego. Vivir sin perspectiva de continuidad es algo nuevo e
      inesperado en la historia de la especie humana. Parece que de ahí se
      derivaría la idea de que debemos cambiar, pero me temo que ni siquiera se
      trata de si debemos cambiar o no, sino de lo que tardaremos en cambiar y
      la manera en que lo haremos. Por consiguiente, en lugar de conversar sobre
      las mismas cosas que debaten los comités asesores, como, por ejemplo, el
      número de árboles que deberíamos talar o conservar junto con otras
      cuestiones e implicaciones estratégicas, deberíamos contemplar el tema
      fundamental sin ambages. Sospecho entonces que lo primero que deberíamos
      preguntamos es dónde estamos, qué somos y cómo vemos el mundo y a nosotros
      mismos.
      Quizás estemos ante el hito más importante de la historia. Hasta ahora los
      momentos cruciales ocurrían primero y luego se analizaban. Sin embargo,
      este orden ahora resulta demasiado arriesgado. Deberíamos formarnos una
      idea previa de lo que nos aguarda para actuar con conciencia y mejorar
      nuestras posibilidades. En vistas a enfrentamos a este tremendo desafío,
      necesitamos arrojar algo de luz sobre ciertos factores subyacentes a este
      cambio actual, que también lo es de época.
      Dejadme empezar con una proposición: si hemos de sobrevivir y evolucionar,
      y quizás ahora ya deberíamos decir no extinguimos, debemos revisar a fondo
      nuestra noción del universo, del ser humano, y también los conceptos de
      progreso y evolución.
      Russel: Hablas de la extinción pero, en realidad, ¿qué es lo que está
      amenazado de extinción? Yo no creo que vayamos a destruir la vida de este
      planeta. La vida es muy resistente. Diversas especies fundamentales se han
      extinguido en el pasado y, sin embargo, la vida ha renacido. Eso es así;
      si no hubiera sido por el cataclismo que barrió de la Tierra a los
      dinosaurios hace sesenta y cinco millones de años, y con ellos al ochenta
      y cinco por ciento de las otras especies restantes, los seres humanos
      quizás nunca habrían evolucionado. Puede que ahora el ser humano esté
      causando la extinción de otras especies importantes. En ese caso, sería la
      primera vez que la extinción la iniciaría una de las especies propias del
      planeta, y sin duda sería un acontecimiento sin precedentes, pero la vida,
      no obstante, seguiría renaciendo. Si se destruyera por completo una de
      estas especies fundamentales, sin duda también nos destruiríamos nosotros,
      pero no acabaríamos con la vida del planeta.
      La peor catástrofe sería que destruyéramos la capa de ozono. Si eso
      ocurriera, la vida en la tierra sería imposible. Los rayos ultravioleta
      son tan peligrosos para los insectos, las flores y los microorganismos
      como para los seres humanos. Sin embargo, la vida en el mar sobreviviría;
      existió, de hecho, durante miles de millones de años antes de formarse la
      capa de ozono. Cuando finalmente la capa de ozono volviera a constituirse,
      la vida podría volver a colonizar la tierra.
      No obstante, no creo que este panorama sea el más probable. Es mucho más
      posible que asistamos a una serie de grandes catástrofes medioambientales
      y económicas que provoquen el hundimiento de la civilización occidental.
      Ahora bien; éste tampoco sería el fin de la humanidad. Quizás existirían
      pequeños reductos indígenas que habrían sobrevivido al cataclismo y, en
      último término, podrían dar pie al nacimiento de civilizaciones futuras
      (esperemos que con mejor criterio que la nuestra). Además, ni siquiera la
      caída de la civilización occidental significaría necesariamente nuestra
      destrucción. Ya hemos presenciado la caída del sistema soviético y, sin
      embargo, eso no significó el fin para todos los que allí vivían. Es cierto
      que cambiaron muchas cosas, y llegaron arduos tiempos para muchos. Sin
      embargo, la mayoría todavía vive.
      Aunque parece que esté pintando un cuadro de lo más pesimista, albergo un
      gran optimismo respecto a los seres humanos y a nuestros logros como
      individuos enfrentados a la adversidad. Nos esperan tiempos muy duros en
      el ámbito de lo material, pero también creo que estamos a punto de
      presenciar grandes cambios en el terreno de la conciencia.
      Laszlo: Sí. La extinción de las especies. Por desgracia, la posibilidad
      siempre está ahí. Cuando la civilización occidental atraviesa momentos
      difíciles, puede acabar con todo lo que la rodea; tenemos tantos brazos y
      una capacidad destructiva tan enorme que si no destruimos toda la vida de
      la Tierra, al menos sí podríamos acabar con todas las formas de vida
      “superiores”. La regeneración conllevaría miles, o, en el peor de los
      casos, incluso millones de años. Es obvio, no obstante, que la vida en el
      planeta seguirá existiendo porque (y a menos que hubiera una catástrofe
      cósmica) la Tierra seguirá dando vueltas durante miles de millones de años
      más.
      Pongamos un ejemplo concreto. En la actualidad contamos con una capacidad
      de cuarenta días de excedentes alimentarios en los Estados Unidos; y éste
      es el único país con un excedente tan abundante. Si las malas cosechas
      fueran la tónica general en los países pobres, no habría dinero para la
      importación de alimentos; y, en cualquier caso, este excedente no duraría
      demasiado si estallara una crisis generalizada en África o Asia.
      ¿Qué ocurriría entonces? ¿Qué ocurriría si la capacidad del planeta Tierra
      se rebajara de seis mil millones a, por decir algo, cuatro o cinco mil
      millones? ¿Qué ocurriría cuando la gente “extra” se hallara por debajo del
      nivel de subsistencia? Surgirían conflictos de una gravedad mayúscula, se
      extenderían muchísimas epidemias y seríamos testigos de migraciones
      masivas. El sistema entero se colapsaría. No deseo alargarme más en este
      aspecto catastrófico del tema pero, sin duda alguna, nos enfrentamos a una
      amenaza real, una dificultad grave, gravísima diría yo; y eso significa
      que debemos cambiar la manera que Occidente tiene de contemplar el mundo.
      No hace mucho volví de un viaje a Asia donde fui testigo una vez más de lo
      difícil, por no decir imposible, que le resulta a la gente pobre cambiar
      sus condiciones de vida. A duras penas se ganan el sustento. El nivel de
      vida de la mayor parte de la humanidad se reduce a la mera subsistencia, y
      eso está acabando también con los sistemas que protegen la vida.
      Los problemas nos acucian desde múltiples frentes, y en todos estos
      frentes tenemos que adaptamos: y eso significa cambiar la conciencia
      dominante. Ésta es la raíz del problema. Debemos empezar a pensar de
      manera distinta, sentir de otra manera, y relacionamos entre nosotros y
      con la naturaleza de modo distinto. En caso contrario, corremos un inmenso
      peligro. Ahora vamos todos en el mismo barco. ¿Creéis que somos capaces de
      cambiar? ¿Hay posibilidades reales de que se produzca un cambio radical en
      la conciencia?
      Grof: Llevo cuarenta años dedicándome al estudio de esos estados atípicos
      de la conciencia inducidos por las sustancias psicodélicas y los poderosos
      enfoques experimentales en psicoterapia, y también al análisis de otros
      estados análogos que surgen espontáneamente. Durante todo este tiempo he
      visto muchos casos de individuos que han sufrido transformaciones
      profundas; cambios que se caracterizan por una reducción significativa de
      la agresividad y un aumento generalizado de la compasión y la tolerancia.
      A medida que se hacía hincapié en la capacidad de disfrutar la vida,
      disminuía significativamente ese impulso insaciable de trazarse unos
      objetivos lineales que parece ejercer un encanto irresistible en los
      individuos del mundo industrial occidental y el conjunto de la sociedad
      (atrapada en la creencia de que hay que acumular bienes y que el
      crecimiento ¡limitado y el doblar o triplicar el producto nacional bruto
      nos traerá la felicidad a todos). Otro aspecto significativo de esta
      transformación es el surgimiento de una espiritualidad de naturaleza
      universal y aconfesional caracterizada por la conciencia de la unidad que
      subyace a todo lo creado y una profunda conexión entre las personas, las
      especies, la naturaleza y el cosmos entero.
      Por consiguiente, no albergo ningún género de dudas sobre la posibilidad
      de que se dé una profunda transformación de la conciencia en los
      individuos, y que eso incremente nuestras posibilidades de sobrevivir a
      condición de que suceda a gran escala. Es cierto que, aun así, seguiría
      existiendo el interrogante de si una transformación de este estilo
      afectaría a un segmento de la población lo suficientemente grande y en un
      período de tiempo lo bastante breve para ser significativa. La cuestión
      práctica es si tal cambio puede facilitarse y por qué medios, y cuáles
      serían los problemas asociados a una estrategia de tal envergadura. Sin
      embargo, en la misma personalidad humana existen mecanismos que podrían
      actuar de mediadores en esta deseable y profunda transformación.
      Laszlo: Ya estamos presenciando cambios en la manera de pensar de la gente
      que auguran la llegada de una revolución fundamental de la conciencia.
      ¿Cuál es vuestra opinión? ¿Guarda todo ello relación con el hecho de
      sentimos amenazados, o bien es un fenómeno independiente, una mera
      coincidencia?
      Russel: Creo que está relacionado; pero no creo que la amenaza sea la
      causa de esta transformación, sobre todo teniendo en cuenta que ambas
      parten del mismo asunto: la conciencia materialista de nuestra cultura.
      Ésta es la causa originaria de la crisis global, y no la ética en los
      negocios, la política o ni siquiera nuestro propio estilo de vida. Todo
      ello son síntomas de un problema subyacente mucho más profundo. Nuestra
      civilización entera es insostenible; y la razón de su insostenibilidad es
      que nuestro sistema de valores, la conciencia con que abordamos el mundo,
      es un modo insostenible de la conciencia.
      Nos han enseñado a creer que cuantas más posesiones tengamos y cuantas más
      cosas hagamos, dispondremos de un mayor control sobre la naturaleza y
      seremos más felices. Esto es lo que nos hace tan explotadores y
      consumistas, y nos vuelve insensibles a lo que ocurra en otras partes del
      planeta o incluso a otros miembros de nuestra misma especie. Es este modo
      de conciencia lo que es insostenible.
      Hoy en día sólo el diez por ciento de la población humana se clasifica
      como acomodada (es decir, que después de satisfacer su necesidad de
      alimentos, ropa, vivienda y otras necesidades físicas sólo a esta
      proporción de población le queda el suficiente dinero para permitirse
      ciertos lujos). Por otro lado, estas personas consumen más de las tres
      cuartas partes de los recursos del planeta. Por consiguiente, queda claro
      a estas alturas que esta situación es insostenible: al conjunto de la
      población humana no le será posible llevar este estilo de vida en el
      futuro, máxime si esta población sigue creciendo.
      El aspecto positivo es que esta cultura material y la conciencia
      materialista que subyace a ella ya se están cuestionando a fondo, de
      manera simultánea y generalizada. Los occidentales, aunque tenemos estilos
      de vida muy lujosos, nos vamos dando cuenta de que este sistema no
      funciona; no nos aporta lo que realmente deseamos. Nuestro sistema es
      ideal para satisfacer nuestras necesidades físicas. Compramos alimentos en
      el supermercado, viajamos a los lugares que más nos placen, llevamos ropa
      de moda y vivimos en casas lujosas. No obstante, eso no satisface nuestras
      necesidades más profundas, interiores y espirituales. A pesar de todas
      estas posibilidades materiales, las personas nos sentimos tan deprimidas,
      inseguras y carentes de amor como antes.
      Grof: De alguna manera es el mismo hecho de la saturación y la
      sobresaturación de las necesidades materiales básicas lo que ha creado una
      crisis de significado y el surgimiento de una necesidad espiritual en la
      sociedad. Durante mucho tiempo mantuvimos el espejismo y la falsa
      esperanza de que un aumento de los bienes materiales en sí mismos y por sí
      mismos podía cambiar de manera fundamental la calidad de nuestras vidas y
      aportarnos bienestar, satisfacción y felicidad. Nuestra época ha sido
      testigo de un incremento de riqueza considerable en los países
      industriales de Occidente, en especial en ciertos segmentos de la
      población. Muchas familias viven en la abundancia: una gran casa, dos
      neveras rebosantes de comida, tres o cuatro coches en el garaje y la
      posibilidad de ir de vacaciones a cualquier lugar del mundo. Sin embargo,
      lejos de aportamos satisfacciones, lo que observamos es un aumento de los
      trastornos emocionales, un consumo abusivo de estupefacientes,
      alcoholismo, criminalidad, terrorismo y violencia doméstica. Hay una
      pérdida generalizada de significado, valores y perspectiva, una alienación
      de la naturaleza y una tendencia general autodestructiva. Es la conciencia
      del fracaso de la filosofía académica lo que marca un punto de inflexión
      en las vidas de muchas personas, quienes empiezan a buscar alternativas y
      las encuentran en la búsqueda espiritual.
      Laszlo: Es casi como si algún mecanismo en la psique colectiva de la
      humanidad se anunciara en un cartel invitándonos a cambiar.
      Russel: También es algo parecido a lo que el Buda experimentó en su propia
      vida, antes de convertirse en un buda. Había nacido en el seno de una
      familia muy rica. Era príncipe, y tenía todo lo que podía desear: los
      manjares más exquisitos, toda clase de lujos, joyas, bailarinas... Todo lo
      que quisiera. Sin embargo, se dio cuenta de que la posesión de todos estos
      bienes no bastaba para eliminar el sufrimiento. Vio el dolor en su familia
      y en la corte; y también padecía la ciudad, más allá de los muros de
      palacio. Por lo tanto, la misión que se propuso el Buda fue encontrar la
      manera de terminar con la desdicha.
      En la actualidad estamos viviendo un proceso paralelo. En términos de las
      comodidades de que disponemos, la mayoría somos incluso más ricos que el
      Buda, aun siendo príncipe, y, al igual que él, empezamos a percatamos de
      que esto no anula el sufrimiento; a veces, incluso lo aumenta. Se palpa en
      el ambiente el profundo dilema colectivo sobre el sentido de la vida.
      ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué es lo que deseamos en
      realidad? No son cuestiones que preocupen sólo a un par de individuos:
      millones de personas buscan, más allá de la cultura material, un
      significado profundo, una paz interior y una manera de satisfacer sus
      ansias espirituales.
      Laszlo: Hay visos de esperanza. Si todos creyéramos que la felicidad
      depende de nuestra posición material, aumentándola conforme a las nociones
      habituales de progreso (ir poseyendo cada vez más cosas), jamás se haría
      la luz al final del túnel. Si la mentalidad de la gente está cambiando de
      verdad, podemos esperar que surja una cultura más adaptada.
      Grof: He sometido a tratamiento a personas que se habían marcado un gran
      objetivo en la vida, propósito que requería décadas de un esfuerzo intenso
      y prolongado. Cuando al final lo lograban, caían en una grave depresión,
      porque esperaban algo que el mero cumplimiento de ese objetivo no podía
      darles. Joseph Campbell llamó a esta situación «subir a lo alto de la
      escalera y descubrir que se apoya contra la pared equivocada».
      Esta obsesión por alcanzar diversos objetivos lineales es algo muy
      característico en nosotros, tanto a nivel individual como colectivo: toda
      la cultura occidental se dedica a buscar la fata Morgana de la felicidad,
      que siempre parece habitar en el futuro. Las cosas, tal y como son, jamás
      nos satisfacen: sentimos que algo debe cambian Deseamos parecer distintos,
      tener más dinero, poder, posición o fama, o bien encontrar una pareja
      distinta. No vivimos el presente en toda su plenitud. Nuestra vida siempre
      es provisional, una preparación para un futuro mejor; y este modelo vacío
      e insaciable sigue conduciendo nuestras vidas con independencia de los
      éxitos que vayamos consiguiendo en la vida real. Podemos citar varios
      ejemplos de personas que consiguieron eso que atribuimos a la felicidad
      (Aristóteles Onassis, Howard Hugues y muchos otros) y se dieron cuenta de
      que ése no era el camino. A nosotros no nos basta con su ejemplo. Creemos
      que en nuestro caso sería distinto.
      Por otro lado, también he conocido a muchísimas personas que fueron
      capaces de descubrir las raíces psicológicas de este modelo y pudieron
      romperlo o minimizar la influencia que tenía en sus vidas. Como es
      habitual se dieron cuenta de que esta actitud frente a la vida está
      íntimamente relacionada con el hecho de que llevamos en nuestro
      inconsciente la gestalt inacabada del trauma del nacimiento biológico.
      Nacimos anatómicamente, pero en realidad no hemos digerido e integrado el
      hecho de que escapamos de las garras del canal del parto. Esta huella
      impresa con cincel determinará nuestra concepción del mundo y el papel que
      desempeñamos en él. Al igual que el feto que pugna por salir del
      confinamiento del canal del parto, somos incapaces de disfrutar de la
      situación presente. Buscamos la solución en el futuro; una solución que
      siempre parece encontrarse más allá de nosotros.
      Los existencialistas llaman a esta estrategia “autoproyectarse”:
      imaginarse a uno mismo en una situación futura mejor y luego esforzarse
      por conseguir hacer realidad este espejismo. Es la estrategia del
      fracasado, tanto si alcanzamos la meta como si no, puesto que jamás nos
      aporta lo que esperamos de ella. Nos lleva a vivir la vida sin
      autenticidad, incapaces de descubrir la auténtica satisfacción: es una
      existencia basada en la lucha incesante, o bien monótona y gris, como la
      gente suele definirla. La única solución es volcamos hacia nuestro
      interior y completar este modelo con la experiencia, con el trabajo que
      realizamos en el proceso del renacimiento psicoespiritual. En último
      término la plena satisfacción vendrá de la experiencia de la dimensión
      espiritual de la existencia y de nuestra propia divinidad, y no de la
      búsqueda de objetivos materiales de cualquier clase y condición. Cuando
      las personas identificamos adecuadamente las raíces psicoespirituales de
      este modelo de insaciable avaricia, nos damos cuenta de que debemos buscar
      las respuestas en nuestro interior, y luego sometemos a una transformación
      interna.
      Laszlo: ¿Hay cada vez más gente que se dé cuenta de la situación?
      Grof: Parece ser que sí. Creo que tiene que ver con el hecho de que un
      número cada vez mayor de personas está llegando a la conclusión de que la
      autoproyección es una estrategia fallida que no funciona, porque ya saben
      que el éxito material no es garante de la satisfacción; o bien ocurre la
      situación contraria: su lucha denodada por lograr unos objetivos externos
      genera unos problemas insalvables. En ambos casos las personas se
      encierran en su mundo interior y empiezan un proceso de transformación
      interna. Además, el fracaso de la estrategia del crecimiento ¡limitado a
      escala global podría ser un factor determinante en el proceso.
      Por desgracia, se diagnostica por error como psicóticos a muchos
      individuos que están pasando por esta radical transformación, y se les
      administra medicación supresora. Mi esposa Christina y yo creemos que
      existe un importante subgrupo de personas a quienes se aplica un
      tratamiento contra la psicosis cuando en realidad están sufriendo una
      difícil transformación psicoespintual, o “emergencia espiritual”, como
      solemos denominarlo.
      Russel: De alguna manera nuestra cultura entera está viviendo una
      situación de emergencia espiritual, gran parte de la cual se remonta a los
      cambios que presenciamos a finales de los años sesenta. Por primera vez un
      amplio estrato de la sociedad empezó a desafiar la manera de entender el
      mundo actual; creía en un modo de hacer las cosas, y relacionarse con la
      gente y el mundo, que no se basaba en el caduco paradigma materialista.
      A posteriori, ahora nos parece todo muy ingenuo, pero los aspectos
      fundamentales no han cambiado; y han influido profundamente en nuestra
      cultura. En aquella época la meditación se consideraba algo muy extraño.
      En la actualidad muchísima gente practica alguna forma de meditación
      (incluso se enseña en varias empresas). Se ha convertido en una actividad
      respetable. Lo mismo ocurre con el yoga. Durante los sesenta se
      consideraba vanguardista; hoy en día lo practican millones de personas.
      Tomemos la terapia como ejemplo. Antes seguir una terapia equivalía a
      decir que se tenían problemas psicológicos graves; que se atravesaban
      serias dificultades. Ahora en Califomia lo grave es no seguir una terapia.
      Incluso los que gozan de buena salud mental consideran que quizás no estén
      aprovechando del todo su potencial y reconocen que necesitan ayuda para
      descubrir las actitudes y los modelos de pensamiento que podrían impedir
      su desarrollo.
      Hace treinta años el tema del desarrollo personal despertaba poco interés.
      Hoy en día, sin embargo, todos hablan de ello. Cuando estudiaba en
      Cambridge durante los años sesenta, la librería más importante (y una de
      las más grandes del Reino Unido) sólo tenía una estantería destinada a los
      libros de aprendizaje esotérico y espiritual. Ahora, en cambio, en
      cualquier ciudad hay una al menos, cuando no media docena, especializada
      en el campo de la conciencia y la metafísica.
      Las listas de los libros más vendidos se hacen eco del interés creciente
      por estos temas. Desde hace varios años el cincuenta por ciento de los
      libros más vendidos, y a veces incluso más, trata del desarrollo personal,
      la espiritualidad o la conciencia. Esto es lo que la gente lee, y esto es
      lo que le interesa. La misma tendencia se manifiesta en las películas, la
      televisión, las revistas e incluso en Internet. Es una corriente que se
      extiende con rapidez.
      Laszlo: Eso nos retrotrae a una cuestión que siempre me ha fascinado y
      sigue fascinándome cada vez más, y es la posibilidad de que como
      individuos no seamos prisioneros de nuestro propio cráneo, encerrados en
      nuestra propia piel, sino que estemos íntimamente ligados los unos a los
      otros, y seguramente también con toda la vida del planeta. De este modo,
      cuando se presenta una situación como la que vivimos en la actualidad, con
      un peligro real al que debemos enfrentarnos, hay algo que, aunque la
      mayoría no sea consciente, penetra en la mente, pone señales de
      precaución, se centra en el cambio y genera impulsos. Quizás no sea del
      todo descabellado afirmar que existe algo parecido a una mente de la
      humanidad, algo como una esfera vinculante, un inconsciente colectivo que
      actúa dentro y fuera de nosotros, y que ahora empieza a manifestarse en la
      conciencia de los individuos. Quizás existen fuerzas en este mundo que
      trascienden los acostumbrados motores sociales, políticos y económicos.
      Nuestra supervivencia así lo requiere: la situación sería casi desesperada
      si sólo se contemplara a la luz de los factores que intervienen, porque
      con ellos jamás llegaríamos a tiempo de iniciar el cambio.
      De hecho, hay intervalos de tiempo insertos en la dinámica de nuestro
      mundo, un gran número de ellos en realidad. Hubiéramos tenido que cambiar
      en el pasado, por decirlo de alguna manera, para abortar la crisis del
      mañana. Sin embargo, si existe algo en el inconsciente colectivo que pueda
      penetrar en nuestra conciencia individual, la situación es bastante más
      esperanzadora.
      Grof: Estoy absolutamente de acuerdo. Los acontecimientos mundiales no
      siempre siguen una progresión lógica y lineal. Tanto tú como yo, Ervin,
      somos de la Europa oriental y seguimos con gran interés los avatares
      políticos que allí se suceden. Creo que estarás de acuerdo en que si, una
      semana antes de que ocurriera, alguien nos hubiera dicho que el muro de
      Berlín iba a caer, nos habríamos burlado diciendo que era una solemne
      bobada. Nos habría parecido también absurdo que, tras cuarenta años de
      totalitarismo y despotismo político en la Unión Soviética, Gorbachev
      perdiera interés por los países satélites, como, por ejemplo, Hungría,
      Checoslovaquia y Polonia entre otros, y les diera la libertad. Es más,
      habría sido sumamente difícil predecir que prácticamente de la noche a la
      mañana la Unión Soviética sencillamente se disolvería y cesaría de existir
      como superpotencia. Era imposible anticipar y predecir estos
      acontecimientos extrapolándolos simplemente del pasado. Debían intervenir
      otros factores.
      Laszlo: El hecho de que estos fenómenos sucedan de manera no lineal y como
      a saltos no debería sorprendemos, si conocemos el modo en que los sistemas
      complejos actúan y se transforman. Los pormenores de las grandes
      transformaciones son imprevisibles: lo único que podemos aventurar es que
      aportarán alguna novedad radical. No obstante, esta revolucionaria especie
      de cambio ¿acaso es también relevante en aquellos procesos que dominan
      nuestra mente? ¿Se advierte un cambio en la conciencia, un cambio decisivo
      y del que se hablará durante los próximos años aunque ahora sólo tengamos
      una vaga idea? ¿Podríamos estar en el umbral de una revolución fundamental
      de la conciencia?
      Russel: Sin duda es posible. Si el interés por el desarrollo personal
      sigue creciendo a este nivel, y este interés se traduce en un cambio real
      de la conciencia, observaremos un proceso de retroalimentación positiva
      que conduce a una aceleración exponencial de la toma de conciencia
      interior. Cuanta más gente tome conciencia, y cuanto más sepamos qué es lo
      que promueve este despertar interior, más favorable se mostrará el entorno
      social, y más propicio a que un número cada vez mayor de personas asista
      al despertar de su conciencia, incluso con mayor rapidez; lo cual, a su
      vez, facilita que un número creciente de individuos sufra una
      transformación de la conciencia. El resultado final bien podría ser un
      gran salto colectivo en la conciencia.

      * La revolución de la conciencia, ed. Kairós, pp. 15-27

4.     Sombras y símbolos más allá de la caverna

            Por Ken Wilber
            
            El presente ensayo constituye el prólogo a “Cuestiones cuánticas”
            (ed. Kairós, pp. 15-27), obra que recoge diversos ensayos de físicos
            famosos —entre ellos cinco premios Nobel— sobre las relaciones de
            la ciencia con la religión y el misticismo.


         
      Física y misticismo, física y misticismo, física y misticismo... En los
      últimos diez años han aparecido literalmente docenas de libros, escritos
      por físicos, filósofos, psicólogos y teólogos, con el común propósito de
      describir o explicar la relación extraordinaria que se da entre la más
      ardua de las ciencias, la Física, y la Mística, la más tierna entre las
      religiones. Según algunos, la física y la mística están llegando
      rápidamente a una visión del mundo notablemente cercana. Para otros, se
      trata de enfoques complementarios de una misma realidad. Los escépticos,
      en cambio, proclaman que nada tienen en común: sus métodos, objetivos y
      resultados se oponen diametralmente. De hecho, se ha recurrido a la física
      moderna tanto para defender como para refutar el determinismo, el libre
      albedrío, Dios, el espíritu, la inmortalidad, la causalidad, la
      predestinación, el budismo, el hinduismo, el cristianismo y el taoísmo.
      La realidad es que cada generación ha intentado echar mano de la física
      tanto para probar como para rechazar al espíritu, lo que ya debería
      resultamos suficientemente sospechoso. Según Platón, usando sus propias
      palabras, toda la física no era más que una «descripción conveniente» ya
      que en último término no descansaba en otra cosa que en la evidencia
      huidiza y tenebrosa de los sentidos, mientras que la verdad residía en las
      formas trascendentales más allá de la física (de aquí el nombre de
      «metafísica»). Demócrito, por el contrario, ponía toda su fe en los
      «átomos» y en el «vacío», puesto que para él no existía ninguna otra cosa
      —molesta concepción que llevó a Platón a expresar su más ferviente deseo
      de que todas las obras de Demócrito fueran quemadas sin dilación.
      Cuando la física newtoniana brillaba en todo su esplendor, los
      materialistas se aferraban a la física para demostrar que, siendo el
      universo con toda evidencia una máquina determinista, no podía haber lugar
      para el libre albedrío, Dios, la gracia, la intervención divina, o
      cualquier otra cosa que recordase aún vagamente al espíritu. Esta
      argumentación, aparentemente incontestable, no ejerció sin embargo el
      menor influjo sobre los filósofos de mentalidad idealista o
      espiritualista. De hecho, señalaban que la segunda ley de la termodinámica
      (según la cual el universo camina inequívocamente hacia el desorden) sólo
      puede significar una cosa: si el universo marcha hacia el desorden, algo o
      alguien tiene que haberlo ordenado previamente.
      La física newtoniana no proporciona un argumento en contra de Dios. Por el
      contrario, sostenían, ¡prueba la absoluta necesidad de un Dios creador!
      Cuando apareció en escena la física relativista, todo el drama volvió a
      repetirse. El cardenal O’Connell de Boston previno a todos los católicos
      frente a la relatividad, afirmando de ella que era «una especulación
      nebulosa tendente a inducir una duda universal acerca de Dios y de su
      creación»; la teoría era «una mortífera encarnación del ateísmo». Por el
      contrario, el rabino Goldstein proclamó solemnemente que lo que Einstein
      había hecho era nada menos que proporcionar «una fórmula científica en
      favor del monoteísmo». Y de un modo semejante las obras de James Jeans y
      de Arthur Eddington fueron recibidas con alborozo desde todos los púlpitos
      de Inglaterra: ¡la física moderna apoya al cristianismo en todos sus
      aspectos esenciales! El problema era que ni Jeans ni Eddington estaban en
      modo alguno de acuerdo con semejante acogida, ni tampoco realmente entre
      sí, lo que dio lugar a ese famoso e ingenioso comentario de Bertrand
      Russell: «Sir Arthur Eddington considera probada la religión por el hecho
      de que los átomos no obedecen a las leyes matemáticas. Sir James Jeans la
      considera probada por el hecho de que sí las obedecen.»
      Hoy en día se oye hablar de la supuesta relación que se da entre la física
      moderna y la mística oriental. La teoría del bootstrap, el teorema de
      Bell, el orden implicado, el paradigma holográfico constituyen otras
      tantas pruebas (¿o contrapruebas?) supuestas del misticismo oriental. En
      lo esencial es sencillamente la misma historia con diferentes ropajes. Se
      airean por uno y otro lado los argumentos en pro y las objeciones en
      contra, pero la única conclusión que permanece clara e inmutable es que el
      tema en sí es extremadamente complejo. 
      En medio de toda esta confusión, me pareció una buena idea acudir a
      consultar a los propios fundadores de la física moderna para comprobar qué
      es lo que ellos mismos pensaban sobre la naturaleza de las relaciones
      entre la ciencia y la religión. ¿Qué relación existe, si es que hay
      alguna, entre la física moderna y el misticismo trascendente? ¿Tiene la
      física algo que decir en temas tales como el libre albedrío, la creación,
      el alma o el espíritu? ¿Cuáles son los papeles respectivos de la ciencia y
      la religión? ¿Puede la física llegar a ocuparse de la Realidad (con
      mayúscula), o debe conformarse necesariamente con estudiar las sombras que
      ésta proyecta en la caverna
      Este volumen recoge, de forma compendiada, prácticamente la totalidad de
      los principales pasajes que sobre estos temas se encuentran en los
      fundadores y más relevantes teóricos de la física moderna (cuántica y
      relativista): Einstein, Schrodinger, Heisenberg, Bohr, Eddington, Pauli,
      Jeans y Planck. Aunque hubiera sido pedir demasiado encontrar un acuerdo
      completo entre ellos acerca de la naturaleza y las relaciones entre la
      ciencia y la religión, me sentí sumamente sorprendido al comprobar cómo se
      iba delimitando una comunidad general de enfoques en la visión del mundo
      propia de estos diversos filósofos‑científicos. Con algunas excepciones,
      prácticamente todos ellos parecen haber llegado a unas mismas y
      fundamentales conclusiones. En seguida volveremos sobre estas conclusiones
      para examinarlas más precisa y cuidadosamente, pero como primera
      aproximación puede decirse lo siguiente: existe una práctica unanimidad
      entre todos estos teóricos en declarar que la física moderna no ofrece
      soporte positivo de ninguna clase en favor de ninguna especie de
      misticismo o trascendentalismo. (¡Y sin embargo todos ellos fueron
      místicos, de una u otra forma! El porqué de ese hecho constituirá uno de
      los puntos centrales de esta parte.)
      Es, pues, opinión común de todos ellos que la física moderna no constituye
      una prueba, ni a favor ni en contra, de la visión místico‑espiritual del
      mundo; no hay en ella ninguna demostración ni ninguna refutación a este
      respecto. Están dispuestos a admitir que existen ciertas semejanzas entre
      la visión del mundo de la nueva física y la de la mística, pero esas
      semejanzas, cuando no son puramente accidentales, resultan triviales
      comparadas con las amplias y profundas diferencias que las separan. El
      intento de apuntalar una visión espiritualista del mundo en base a datos
      tomados de la física (antigua o nueva) equivale sencillamente a desconocer
      enteramente la naturaleza y la función de cada una de ellas. Como decía el
      propio Einstein, «la moda actual de aplicar los axiomas de la física a la
      vida humana no es sólo una completa equivocación, sino que es en sí algo
      reprensible». (1) Al preguntarle el arzobispo Davidson a Einstein qué
      efecto tenía sobre la religión la teoría de la relatividad, éste replicó:
      «Ninguno. La relatividad es una teoría puramente científica, y no tiene
      nada que ver con la religión.» Sobre lo cual Eddington comentaba
      ingeniosamente: «En aquel tiempo uno tenía que convertirse en un experto
      en sortear a las personas que estaban convencidas de que la cuarta
      dimensión era la puerta a la espiritualidad». (2)
      Eddington poseía por supuesto (como Einstein) una perspectiva hondamente
      mística, pero sobre este punto era tajante: «No estoy sugiriendo que la
      nueva física aporte ninguna “demostración de la religión”, ni que ofrezca
      siquiera algún tipo de fundamentación positiva a la fe religiosa... Por mi
      parte, me declaro absolutamente opuesto a esa clase de intentos.» (3) El
      mismo Schrodinger, que en mi opinión fue probablemente el más místico del
      grupo, era igualmente severo: «La física no tiene nada que ver con eso. La
      física parte de la experiencia cotidiana, y sigue valiéndola de medios más
      sutiles. Permanece afín a ella, no la trasciende en términos generales, no
      entra en otros dominios.» (4) El intento de hacerlo, dice, es algo
      sencillamente «siniestro»: «El terreno del que algunos antiguos logros
      científicos han debido retirarse es reclamado con admirable destreza por
      ciertas ideologías religiosas como ámbito propio, sin que puedan realmente
      hacer de él un uso provechoso, ya que su auténtico campo está mucho más
      allá de cuanto puede quedar al alcance de la explicación científica.» (5)
      La posición de Planck, tratando de resumirla, era que la ciencia y la
      religión se ocupan de dos dimensiones muy diferentes de la existencia,
      entre las cuales no puede decirse con propiedad que pueda darse acuerdo o
      conflicto de ningún tipo, lo mismo que, por ejemplo, entre la botánica y
      la música tampoco puede hablarse de acuerdo o de conflicto. El intento de
      contraponerlas, por una parte, o de «unificarlas», por otra, proviene de
      una deficiente comprensión, o más exactamente de una confusión de las
      metáforas religiosas con las afirmaciones científicas. Innecesario es
      decir que el resultado no tiene ningún sentido.» (6) En cuanto a sir James
      Jeans, se mostraba sencillamente asombrado: «¿Qué pasa con todo lo que no
      se ve, a lo que la religión atribuye un carácter de eternidad? Se ha
      hablado mucho últimamente de las aspiraciones a dotar de un “soporte
      científico” a los “hechos trascendentes”. Hablando como científico,
      considero absolutamente inconvincentes las pruebas alegadas; hablando como
      ser humano, la mayoría de ellas me parecen además ridículas». (7)
      Por otro lado, no se puede achacar sin más a estos hombres un
      desconocimiento de los escritos místicos de oriente y occidente. No se
      puede decir alegremente que bastaría con que leyeran La danza de los
      maestros (8) para cambiar de opinión y confesar la condición gemela de la
      física y la mística; ni se puede afirmar que sólo con que conocieran algo
      más en detalle la literatura mística podrían de hecho encontrar numerosas
      semejanzas entre la mecánica cuántica y la mística. Por el contrario, sus
      escritos están positivamente plagados de referencias a los Vedas, a las
      Upanishads, al taoísmo (Bohr incluyó en su escudo familiar el símbolo del
      yin‑yang), al budismo, a Pitágoras, Platón, Plotino, Schopenhauer, Hegel,
      Kant, y prácticamente a todo el panteón de campeones de la filosofía
      perenne. Y no obstante llegaron a las conclusiones arriba mencionadas.
      Eran perfectamente conscientes, por ejemplo, de que uno de los puntos
      claves de la filosofia perenne es la afirmación de que en el conocimiento
      místico el sujeto y el objeto se unifican. Sabían también que algunos
      filósofos, proclamaban que el principio de indeterminación de Heisenberg y
      el de complementariedad de Bohr venían a apoyar esa concepción mística,
      desde el momento en que, según esos principios, el sujeto no puede conocer
      al objeto sin «interferir» con él, lo que prueba que la física moderna ha
      trascendido la dualidad sujeto‑objeto. Ninguno de los físicos que se
      recogen en este volumen suscribió nunca tal afirmación. El propio Bohr
      afirmó taxativamente que «la noción, de complementariedad no supone en
      modo alguno un alejamiento de nuestra posición como observadores
      desligados de la naturaleza... El aspecto esencialmente nuevo del análisis
      de los fenómenos cuánticos es la introducción de una distinción
      fundamental entre los aparatos de medida y los objetos sometidos a
      investigación (cursiva original)... En nuestros futuros encuentros con la
      realidad tendremos que distinguir el lado objetivo y el subjetivo,
      tendremos que establecer una división entre ambos». (9) Louis de Broglie
      era aún más explícito,
      «(Se ha dicho que) la física cuántica reduce o difumina la región
      divisoria entre lo subjetivo y lo objetivo, pero hay aquí... un uso
      equivocado del lenguaje. Porque en realidad los medios de observación
      pertenecen claramente al aspecto objetivo; y el hecho de que no podamos
      dejar de lado en microfísica las reacciones que esos medios producen en
      las porciones del mundo exterior que deseamos estudiar no suprime, ni
      siquiera disminuye, la distinción tradicional entre sujeto y objeto». (10)

      Schrödinger, por su parte —y tengamos presente que estos hombres
      reconocían firmemente que en la unión mística el sujeto y el objeto se
      hacen uno, aunque sencillamente no encontrasen fundamento alguno para esta
      idea en la física moderna—, afirmaba que «el estrechamiento de la frontera
      entre el observador y lo observado, que muchos consideran una
      significativa revolución del pensamiento, a mí me parece una
      sobrevaloración de un aspecto provisional carente de significado
      profundo». (11)
      Así pues, para tratar de explicar el hecho de que estos teóricos
      rechazaran la idea de que «la física apoya a la mística» habremos de
      buscar otro argumento que no sea la consabida afirmación de que no estaban
      familiarizados con la literatura o con la experiencia mística. E incluso
      aunque se demostrara que su conocimiento, digamos, del taoísmo era
      insuficiente, pienso que su crítica seguiría siendo absolutamente válida.
      Más aún, esa crítica (que voy a presentar a continuación) no puede quedar
      afectada en modo alguno por ningún tipo de nuevos descubrimientos físicos.
      Es una crítica lógica, absolutamente inmune frente a cualquier posible
      nuevo descubrimiento. Es una crítica simple, profunda y directa; de un
      solo trazo da al traste prácticamente con todo cuanto se ha escrito sobre
      el supuesto paralelismo existente entre la física y la mística.
      Brevemente, la crítica se reduce a lo siguiente. El núcleo de la
      experiencia mística puede describirse de forma aproximada (si bien un
      tanto poética) como sigue: en la conciencia mística se aprehende directa e
      inmediatamente la Realidad, es decir sin ningún tipo de mediación, ni de
      elaboración simbólica, conceptualización o abstracción alguna. El sujeto y
      el objeto se unifican en un acto fuera del espacio y del tiempo, que
      trasciende todas las formas posibles de mediación. Todos los místicos
      hablan universalmente de contactar la realidad en su mismidad, en su
      entidad, en su taleidad, sin ninguna clase de intermediarios, más allá de
      las palabras, los símbolos, los nombres, los pensamientos o las imágenes. 
      
      Ahora bien, cuando el físico contempla la realidad cuántica o relativista,
      no contempla las «cosas en sí mismas», el nóumeno, la realidad directa,
      sin mediación alguna. Más bien, lo que el físico contempla no es otra cosa
      que una serie de ecuaciones diferenciales sumamente abstractas, esto es,
      no la «realidad» en cuanto tal, sino los símbolos matemáticos de la
      realidad. Como dice Bohr, «es preciso reconocer que se trata aquí de un
      procedimiento puramente simbólico... Por consiguiente, toda la visión
      espacio‑temporal que tenemos de los fenómenos físicos depende en último
      término de tales abstracciones». (12) Sir James Jeans era explícito a este
      respecto: en el estudio de la física moderna, afirma, «nunca podemos
      comprender lo que sucede, sino que debemos limitamos a describir las
      pautas de comportamiento en términos matemáticos; no podemos aspirar a
      otra cosa. Los físicos que intentan comprender la realidad pueden estar
      trabajando en campos diferentes o con métodos distintos: uno puede que se
      dedique a cavar, otro a sembrar y otro a recoger. Pero la cosecha final
      siempre será un haz de fórmulas matemáticas. Y éstas nunca serán una
      descripción de la naturaleza en cuanto tal... (Por eso) nuestros estudios
      no alcanzan nunca a ponernos en contacto con la realidad». (13)
      ¡Qué diferencia tan abismal, radical y absoluta con la mística! Y esta
      crítica es válida para todo tipo de física —vieja, nueva, antigua,
      moderna, cuántica o relativista—. La propia naturaleza, objetivos y
      resultados de ambos enfoques son profundamente distintos: una, volcada
      sobre los símbolos y formas abstractas y mediatas de la realidad, y la
      otra, tendente a un contacto directo, sin mediaciones, con la misma
      realidad. El mismo hecho de proclamar la existencia de semejanzas
      nucleares y directas entre los descubrimientos físicos y la mística supone
      proclamar necesariamente al mismo tiempo que la última se reduce en
      esencia a una mera abstracción simbólica, porque es absolutamente cierto
      que eso es exactamente la primera. Tal afirmación encierra cuando menos
      una profunda confusión entre la verdad absoluta y la relativa, entre lo
      finito y lo infinito, entre lo temporal y lo eterno. Yeso es lo que tanta
      repulsión despertaba entre los físicos que aparecen en este volumen.
      Eddington, como de costumbre, lo expresó de un modo tajante: «Podríamos
      sospechar la intención de reducir a Dios a un sistema de ecuaciones
      diferenciales. En cualquier caso (es preciso) evitar ese fracaso. Por
      mucho que las ramas actuales (de la física) puedan ampliarse con nuevos
      descubrimientos científicos, no pueden por su propia naturaleza llegar a
      traspasarlos lindes del trasfondo en el que se asienta su ser. Hemos
      tenido ocasión de aprender que la exploración del mundo exterior con los
      métodos de la ciencia física no nos lleva a encontramos con la realidad
      concreta, sino con un mundo de sombras y símbolos, por debajo de los
      cuales aquellos métodos no resultan ya adecuados para seguir penetrando.
      (14)
      La física, en resumen, se ocupa —y no puede ocuparse de otra cosa— del
      mundo de las sombras y los símbolos, y no de la luz de lo real que se
      encuentra fuera de las tinieblas de la caverna. Tal es, en una primera
      aproximación, la conclusión general a que llegan estos teóricos.
      ¿Pero por qué entonces llegaron de hecho todos ellos a abrazar y profesar
      una u otra forma de misticismo? Evidentemente este hecho nos indica aquí
      una profunda conexión de algún tipo, Ya hemos visto que esa conexión no
      reside, según estos científicos, en la similaridad de puntos de vista
      entre la física y la mística, ni en la de objetivos o resultados. Entre la
      sombra y la luz no cabe ninguna semejanza esencial. Entonces, ¿qué es lo
      que ha obligado a tantos físicos a salir de la caverna? Y en particular,
      ¿qué es lo que ha venido a decirles a estos físicos la nueva física
      (cuántica y relativista), que no les hubiera mencionado la física antigua?
      ¿Cuál era, a fin de cuentas, la diferencia crucial entre la antigua y la
      nueva física, que hacía que la última les hiciera tender con mucha más
      frecuencia al misticismo?
      Una vez más nos encontramos ante una conclusión común y general entre la
      mayoría de los físicos teóricos recogidos en este volumen, expuesta con la
      máxima claridad por Schrödinger y Eddington. Eddington parte del hecho
      reconocido de que la física se ocupa de las sombras, no de la realidad.
      Ahora bien, afirma, la gran diferencia entre la antigua y la nueva física
      no reside en que esta última sea relativista, no determinista,
      cuatridimensional, o cualquiera de estas cosas. La gran diferencia entre
      la antigua y la nueva física es a la vez más simple y mucho más profunda:
      tanto una como otra sólo se ocupan de sombras y de símbolos, pero la nueva
      fisica se vio obligada a hacerse consciente de este hecho, se vio forzada
      a darse cuenta de que estaba ocupándose de sombras e ilusiones, no de la
      realidad. Así, tal vez en uno de los pasajes más famosos y más
      frecuentemente citados de todos estos científicos, Eddington
      elocuentemente afirma: «En el mundo de la física contemplamos una
      representación de la vida cotidiana en sombras chinescas. La sombra de mi
      codo descansa sobre la sombra de mi mesa, mientras la sombra de la tinta
      resbala sobre la sombra del papel...
      El franco descubrimiento de que la ciencia física se desenvuelve en un
      mundo de sombras es uno de los avances recientes más significativos.» (15)
      Schrödinger insiste sobre este punto más explícitamente: «Me permito
      hacerles notar que los últimos progresos (de la física cuántica y
      relativista) no residen en el hecho de haber dotado a la ciencia física de
      ese carácter umbrío; siempre lo tuvo, desde los tiempos de Demócrito de
      Abdera e incluso antes, pero no éramos conscientes de ello, pensábamos que
      estábamos ocupándonos del mundo en cuanto tal». (16) Y sir James Jeans lo
      resume perfectamente en forma de metáfora: «El hecho esencial es
      sencillamente que todas las imágenes que la ciencia nos ofrece actualmente
      de la naturaleza, y las únicas que parecen poder resultar adecuadas a los
      hechos observados, son las imágenes matemáticas... No son otra cosa que
      imágenes, ficciones si se prefiere, si por ficción se entiende el hecho de
      que la ciencia siga sin estar en contacto con la última realidad. Desde un
      amplio punto de vista filosófico, muchos sostendrían que el mayor logro de
      la física del siglo veinte no es la teoría de la relatividad y la fusión
      de espacio y tiempo que comporta, ni la teoría cuántica con su aparente
      negación de las leyes de la causalidad, ni la disección del átomo y el
      consiguiente descubrimiento de que las cosas no son como parecen: es el
      reconocimiento generalizado de que todavía no estamos en contacto con la
      realidad última. Seguimos estando prisioneros en la caverna, de espaldas a
      la luz, y sólo podemos contemplar las sombras contra el muro.» (17)
      Esa es la gran diferencia entre la antigua y la nueva física: ambas se
      ocupan de las sombras, pero aquélla no se había dado cuenta de ello.
      Mientras se vive entre las sombras de la caverna, sin siquiera saberlo, no
      cabe, por supuesto, tener motivo ni deseo alguno de escapar hacia la luz
      de afuera. Las sombras se toman por la única realidad, y no se reconoce ni
      se sospecha la existencia de otra realidad. Ése era el efecto filosófico
      que producía la antigua física. Pero la nueva física vino a poner de
      manifiesto que ninguno de sus empeños puede superar el nivel de las
      sombras, y con ello todos los físicos sensibles comenzaron en tropel a
      mirar a un tiempo más allá de la caverna (y de la física).
      «Hoy en día —explica Eddington—, se reconoce generalmente la naturaleza
      simbólica de la física, y sus esquemas se formulan de tal forma que
      resulta casi evidente por sí mismo el hecho de constituir un aspecto
      parcial de algo más amplio.» No obstante, según estos mismos físicos, la
      física no nos dice ‑ni puede decimos‑ nada de ese «algo más amplio».
      Justamente esa incapacidad de la física, y no su supuesta semejanza con la
      mística, fue lo que condujo paradójicamente a tantos fisicos a una visión
      mística del mundo. Eddington lo explica cuidadosamente: «En pocas
      palabras, la situación es como sigue: hemos tenido ocasión de aprender que
      la exploración del mundo exterior con los métodos de la ciencia física no
      nos lleva a encontrarnos con la realidad concreta, sino con un mundo de
      sombras y símbolos, por debajo de los cuales aquellos métodos no resultan
      ya adecuados para seguir penetrando. Con la sensación de que debe haber
      algo más detrás, volvemos a la conciencia humana como punto de partida, al
      único centro donde podríamos encontrar algo más y llegarlo a conocer. Ahí
      (en el inmediato interior de la conciencia), nos encontramos con otros
      movimientos y otras revelaciones distintas de las que nos llegan
      condicionadas a través del mundo de los símbolos... La física subraya con
      la máxima energía que sus métodos no pueden ir más allá de lo simbólico.
      Seguramente entonces esa naturaleza nuestra, mental y espiritual, de la
      que tenemos conciencia a través de un íntimo contacto que trasciende los
      métodos de la física, nos proporciona justamente aquello que...
      reconocidamente la ciencia no nos puede dar.» (18)
      En síntesis, según esta concepción, la física trata de un mundo de
      sombras; ir más allá de la sombras es ir más allá de la física; ir más
      allá de la física es apuntar a la meta‑física o a la mística. Y ésa es la
      razón por la cual tantos físicos pioneros han sido también místicos. La
      nueva física no ha aportado nada positivo a esta aventura mística, salvo
      un monumental fracaso, de cuyas ruinas humeantes ha surgido sutilmente el
      espíritu místico.
       

      Notas
      (1). Entrevista recogida en el libro de M. Planck «Where is Science
      Going?» (Nueva York. Norion. 1932), p. 209.
      (2). Sir Arthur Stanley Eddington, «The Nature of the Physical World»
      (Nueva York, Macmillan, 1929).
      (3). Sir Arthur Stanley Eddington, «New Pathways in Science» (Nueva York,
      Macmillan, 1935), pp. 307‑308.
      (4). Erwin Schrödinger, «Science, Theory and Man» (Nueva York, Dover,
      1957), p. 204.
      (5). Erwin Schrödinger, «Nature and the Grecks» (Cambridgc University
      Press, 19541 pág. 8
      (6). Citado por W. Heisenberg en «Physies and Beyond» (Nueva York, Harper
      and Row, 197 11 pp. 82‑83.
      (7). «Living Philosopbies», p. 117.
      (8) La danza de los maestros: título en castellano de la obra de Gary
      Zultav The Dancing Wu‑Li masters Argos‑Vergara, 1981. Es uno de los muchos
      libros que divulgan las relaciones sobre la mística oriental y la física
      moderna. (N. del T.)
      (9). Niels Bohr, «Atornic Physies and Human Knowiedge» (Nueva Yoik, Wiley,
      19581 pág. 74. Citado por W Heisenberg en «Physics and Beyond», p. 88.
      (10). Louis de Broglie, «Matter and Light» (Nueva York, Dover, 1946) p.
      252.
      (11). E. Schrodinger, «Nature and the Greeks», p. 15.
      (12). N. Bohr, «Atomic Theory and the Description of Nature» (Cambridge
      University Press, 1961) p. 77.
      (13). Sir James Jeans, «Physics and Philosopby», pp. 15‑17.
      (14). A. Eddington, «The Nature of the Physical World», p. 282.
      (15). Ibid.
      (16). E. Schrödinger, «Mind and Matter» (Cambridge University Press,
      1958).
      (17). Sir James Jeans, «The Mysterious Universe» (Cambridge University
      Press, 1931) pág. 111.
      (18). A. Eddington, «Science and the Unseen World» (Nueva York Macmillan,
      1929)

            Conversación con Fritjof Capra
            Por Satish Kumar
Número 159  //  2 de febrero de 2002  //  20 Dhul-Qa`dah 1422 A.H.
             CONCIENCIA


      No ha hablado de las estructuras de poder.

      F. Capra: Pienso que el asunto del poder y las actuales estructuras de
      poder es relevante sobremanera. El poder es esencialmente una exageración
      de la propia afirmación. Por supuesto que la propia afirmación es
      necesaria y saludable, pero cuando se va de las manos desemboca en esas
      extremas estructuras de poder. Pienso que es muy necesario ver claramente
      de dónde viene el poder.
      Un presidente norteamericano difícilmente tiene poder, el poder reside en
      el Congreso y el Congreso está dirigido por las corporaciones, los grupos
      de presión, las camarillas y demás, así que el presidente no puede hacer
      demasiado. La única vez que Jimmy Carter pudo estar realmente activo fue
      cuando se hallaba fuera del país. Cuando estaba en el Medio Oriente o
      hablando con Brezhnev y cosas por el estilo. Pero en la Casa Blanca tema
      escaso poder. En los Estados Unidos, la gente cree que el presidente es un
      mal presidente porque no puede hacer un comino, y entonces viene alguno de
      afuera, de Georgia o California, o cualquier otro sitio y les dice:
      "Bueno, cuando yo llegue a la Casa Blanca será todo muy diferente porque
      yo vengo de afuera". Entonces, llega a la Casa Blanca y sucede exactamente
      la misma cosa otra vez. Pienso que es muy crucial reconocer, no solamente
      en Norteamérica, sino en todas partes, que el poder político reside en el
      poder económico.
      ¿Cual es la relación entre materia y conciencia?
      F. Capra: Las pautas que observamos en la materia parecen ser reflejos de
      las pautas de la mente. Cuando se observa cierta partícula o cierta
      estructura en el mundo de las partículas, resulta muy difícil decir en
      verdad si está fuera o si está dentro. Me parece que las pautas de la
      mente y las pautas de la materia son reflejos una de la otra. Cuando
      estudiamos la materia, entonces desembocamos en interconexiones y
      correlaciones, y vemos que las estructuras materiales vienen a ser una red
      de correlaciones. Cuando nos ocupamos de la mente, la psique, en el
      dominio del pensamiento, de la conciencia, nos manejamos con
      interconexiones y correlaciones. Así que tenemos dos lotes de
      correlaciones y hay correlaciones entre ambos. Pienso que ése es el modo
      en que podemos realmente hacer contacto entre la materia y la conciencia.
      Mientras considerábamos a la materia como objetos sólidos, no había un
      modo en que pudiéramos relacionarla muy bien con la conciencia; pero ahora
      que vemos una malla o red en el campo psicológico y en el campo material,
      existe la esperanza de hacer alguna conexión.
      ¿Qué efecto tienen estas teorías en la conciencia de los físicos como
      personas?
      F. Capra: Una de las diferencias entre la física y el misticismo es que el
      conocimiento místico no puede ser obtenido meramente mediante la
      observación sino sólo cambiando por completo el propio estilo de vida.
      Mediante un compromiso íntimo e integral con la integridad del propio ser.
      Casi podría decirse que esta transformación existencial es en si misma el
      conocimiento. El conocimiento es la transformación. Ahora bien, en la
      ciencia esto no es verdad. Muchos científicos son capaces de desarrollar
      estas teorías con implicancias filosóficas profundas y hermosas, y después
      irse a su casa para vivir allí una vida muy newtoniana. Esto sucede porque
      el intelecto puede desvincularse de la realidad. Sin embargo, ello no se
      aplica a todos los científicos por cualquier medio y típicamente, los
      realmente grandes muestran la influencia de esas teorías en sus propias
      vidas, como Einstein. Los físicos más intuitivos muestran tal mezcla de su
      vida y su obra. Pero hay un ejército entero de físicos que pueden elaborar
      las teorías sin que ellas tengan mayor impacto en sus vidas.
      ¿Cómo aprecia Ud. la visión cristiana de Dios?
      F. Capra: La imagen de un dios creador que impone su ley divina al
      universo es muy acorde con la clásica visión del mundo con leyes naturales
      fijas y el universo funcionando como una maquina según leyes naturales
      estrictamente deterministas. Esta especie de rígida visión cristiana no
      era la visión que tenían del mundo los místicos, ya que los numerosos
      místicos de la tradición cristiana poseían una visión muy diferente de
      Dios. Por esa mismísima razón no fueron realmente reconocidos por la
      jerarquía de la iglesia. Las tradiciones místicas son suprimidas en
      Occidente.
      ¿Algo que decir sobre los científicos médicos y los doctores?
      F. Capra: Mi próximo libro va a tratar sobre la salud en un contexto muy
      amplio. Me explayaré sobre estas tres dimensiones de la salud: la
      individual, la social y la ecológica. Individuo, sociedad y ecosistema. Y
      sugeriré cómo se puede ampliar el encuadre mecanicista que estoy de
      acuerdo en considerar como muy fuerte en la medicina. Lo que observo en
      los Estados Unidos es que hay un fuerte movimiento popular, un poderoso
      movimiento de base hacia el cuidado de la salud, y pienso que, como en la
      economía y la política, el cambio emanará de la gente y no de las
      autoridades. Esto va a suceder, particularmente en la medicina, porque
      tenemos un montón de poder para influenciar el campo médico. Cuando me da
      un dolor de garganta no tengo que tomar una pastilla para la garganta,
      sabiendo que matará a las bacterias pero que al mismo tiempo debilitará al
      organismo; puedo recurrir a otros medios. Al no comprar la droga, no
      solamente se hace algo que es saludable para uno mismo, sino que es algo
      saludable social, económica y ecológicamente. En otras palabras, si a uno
      le duele la cabeza y no toma una aspirina, considero eso como un acto
      político.
      ¿Por qué lo llama Nueva Física?
      F. Capra: La cuestión básica es que estamos viendo el universo como un
      proceso cósmico unificado, y estamos viendo a todos los objetos, la gente
      y los acontecimientos como pautas del proceso. No se puede separar alguna
      de las pautas del resto sin destruiría. Esto resulta bastante obvio cuando
      se había de organismos vivos, como un pájaro o un gato; separen ese
      organismo del entorno, el aire y todo lo demás, y se mata al animal allí
      mismo. La Nueva Física nos ha evidenciado que esto también es cierto para
      la materia inorgánica: uno puede también destruir átomos, partículas y
      moléculas, si logra sacarlas completamente de su ambiente. Lo que puede
      hacerse es separar las pautas del resto: conceptualmente. Hemos tenido
      mucho éxito haciéndolo. Puedo decir que esta taza de agua es un objeto
      separado y que el micrófono es un objeto separado y que Satish Kumar es
      diferente a mí, estamos separados, él no es yo, y yo no soy él, todo eso.
      Pero la Nueva Física nos ha mostrado que se torna muy difícil separar las
      cosas de esta manera, especialmente cuando vamos a dimensiones más y más
      pequeñas. Entonces se vuelve crecientemente difícil separar cualquier
      pauta del todo. Todavía puede llegar a hacerse aproximadamente, pero se
      vuelve más y más difícil. Se puede comenzar de una comprensión del
      universo como un todo y luego especializarse en pautas individuales. Pero
      si se comienza con las pautas y se dice que son objetos separados,
      ladrillos separados, entonces jamás se comprenderá el todo. Creo que ese
      es el carozo de la Nueva Física. Así que no se trata de cómo juntar las
      cosas sino que es cuestión de cómo empezar a partir del todo ya mismo y
      luego especializarse en pautas individuales.
      ¿Qué forma tomarán la nueva biología, la ingeniería genética y la
      investigación genética; cuáles serán sus roles?
      F. Capra: Bueno, los biólogos tienen bastante éxito en la biología
      molecular, quebrando las cosas en pedazos y estudiando esos mecanismos
      moleculares. En verdad ese método no les permite comprender algún proceso
      biológico, hasta el proceso más sencillo, de una manera relativamente
      completa. Entienden fragmentos y pedacitos, pero los fragmentos y los
      pedacitos les fascinan en demasía y la estrategia integra de la
      investigación en biología esta organizada siguiendo esos lineamientos
      reduccionistas. Así que si uno es un biólogo no obtendrá una subvención si
      no escribe su requerimiento de subvención en esos términos, en ese
      lenguaje. Ese es un campo donde no veo cómo pueden producirse los cambios,
      excepto tal vez a través de la medicina. Porque ahora, resulta bastante
      claro en la medicina que estamos llegando al final del paraíso
      produccionista y que tenemos que abandonarlo o modificarlo. Pienso que
      esto causar un efecto en la biología.
      ¿No es la división de las cosas una manera conveniente para aprenderlas?
      F. Capra: Es cierto que dividimos las cosas por conveniencia pero
      carecemos en nuestra cultura de una visión más profunda del mundo que nos
      lo diga. Cuando uno crece y va a la escuela lo que le enseñan es que las
      cosas están hechas de átomos; que los átomos están hechos de partículas.
      Ellos no dicen que todo es conciencia cósmica, que ésta tiene pautas
      materiales, que ellas se hallan interconectadas, que todo es una danza y
      que convenientemente uno puede separar la danza en movimientos distintos.
      ¿Cómo estudia uno los organismos de manera realista, seriamente?
      F. Capra: Pienso que el Dr. de Bono lo expresó muy bien cuando dijo que el
      95% de nuestros pensadores puede ser racional pero que 5% tiene que ser
      lateral. Considero que uno puede decirlo similarmente: es posible estudiar
      la pauta detallada pero nunca dejar el todo fuera de la vista, y eso va a
      producir la diferencia. Lo que se diga acerca de estas pautas u organismos
      individuales o funciones va a ser aproximado. La noción de modelos es
      extremadamente importante. El mapa no es el territorio. Es solamente una
      representación aproximada de la realidad. Hay un muy hondo cambio de
      actitud, una revolución real.
      ¿En la enseñanza de ciencia, cómo puede comenzarse desde una perspectiva
      realística y no mecanística?
      F. Capra: Yo dicto cursos sobre física moderna para no físicos. Sería muy
      interesante hacerlo hasta con niños pequeños. Comenzar de un modo poético.
      Desde las primeras dos clases hablarles de la danza cósmica y de todo y
      todas las cosas de un modo bien in-científico, una manera poética, para
      luego decirles: "bueno, ahora vamos a mirar los detalles, pero cuando lo
      hagan tendrán que desaprender algunas cosas a medida que avanzan, así que
      no crean en ello muy firmemente. No es 100% verdad, se trata apenas de un
      modelo". No se cómo podrías traducir esto a un lenguaje que pudieran
      entender los chicos del colegio secundario, pero pienso que vale la pena
      hacerlo. Es realmente algo que tendría que serlas escuelas Stelner, donde
      comienzan con el mito y con un montón de pintura, y luego siguen hacia
      algo más intelectual. Cuando se enseña física o ciencia, tienes este mito
      del científico sentado ante un escritorio (digo "científico" porque
      siempre es un hombre), elaborándolo todo a partir de ecuaciones básicas de
      una manera muy racional. Ahora bien, cuando se hace ciencia éste no es en
      absoluto el modo en que la ciencia se hace, hay un montón de trabajo
      conjetural, muchísima intuición, mucha sincronicidad, pero eso no es
      reconocido. Se podría agregar o incorporar en la enseñanza de la ciencia
      el desarrollo de la intuición. Hay variados ejercicios que uno puede
      aprender a fin de ayudarse para desarrollar su intuición, y esto no esta
      reconocido todavía aunque comienza a reconocerse. Has visto que siempre
      hemos dicho que las mujeres son muy intuitivas y que eso esta bien para
      ellas, como significando que eso que hacen no es demasiado importante.
      Ahora se esta dando un cambio muy profundo. Esta es una modalidad femenina
      del darse cuenta.
      ¿Qué es la mente?
      F.Capra: No lo sé. Me impresionó mucho el libro de Gregory Bateson, Mente
      y Naturaleza (Mind and Nature). El ve a la mente como una propiedad de
      sistemas en los organismos vivientes y enumera cinco condiciones que deben
      darse para que uno pueda hablar de algo, un sistema, como poseyendo mente
      o pensamiento, y esto va muchísimo más allá del desarrollo del sistema
      nervioso por las suyas. Comienza muy tempranamente en los organismos vivos
      y consiste en cierto modo de procesar la información, de usar la
      información para sobrevivir. Tengo la sensación de que a partir de ello se
      deduce que existe cierta complejidad de interconectividad que permite
      hablar sobre la mente y de nuevo puede hacerse la conexión con la materia
      cuando se constata que la materia también posee su interconectividad, y
      tal vez existan similaridades o imágenes, y así en adelante. Pienso que lo
      mejor que puedo sugerir es la lectura de ese libro de Bateson.


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