Filosofía Perenne
por Ken Wilber
La Filosofía Perenne es esa visión del mundo que comparten la mayor
parte de los principales maestros espirituales, filósofos, pensadores e incluso
científicos del mundo entero. Se la denomina “perenne” o “universal” porque
aparece implícitamente en todas las culturas del planeta y en todas las épocas.
Los mismo lo encontramos en India, México, China, Japón y Mesopotamia, que en
Egipto, el Tíbet, Alemania o Grecia. Y dondequiera que la hallamos presenta
siempre los mismos rasgos fundamentales: es un acuerdo universal en lo
esencial.
Para nosotros, los hombres
contemporáneos, que somos prácticamente incapaces de ponernos de acuerdo en
nada, esto es algo que se nos hace difícil de creer. Como lo resumió Alan
Watts: “Apenas somos conscientes de la extraordinaria singularidad de nuestra
propia postura, de modo que nos resulta muy difícil de admitir el hecho
evidente de que haya existido un consenso filosófico único, de amplitud
universal, que ha sido sostenido por muchos (hombres y mujeres) que han
compartido las mismas experiencias y han transmitido esencialmente la mismas
enseñanzas, hoy o hace seis mil años, y desde Nuevo México en el Lejano Oeste
hasta Japón en el Lejano Oriente.
Esto es realmente muy notable. Creo
que estas verdades de naturaleza universal constituyen fundamentalmente el
legado de la experiencia universal del conjunto de la humanidad, que en todo
tiempo y lugar ha llegado a un acuerdo sobre ciertas profundas verdades
referidas a la condición humana y sobre cómo acceder a lo Trascendente Esta es
una forma de describir lo que es la Philosophia perennis.
TKW: Dices que la filosofía perenne es
esencialmente la misma en culturas muy diversas. Pero modernamente se afirma
que es el lenguaje y la cultura lo que modela todo nuestro conocimiento. En
caso de ser esto cierto, y dado que las diversas culturas y lenguajes son muy
diferentes entre si, cabría la posibilidad de que apareciera alguna verdad
universal o colectiva sobre la condición humana. Desde este punto de vista no
existe una condición humana, como tal, sino tan sólo historia humana; y esa
historia es muy diferente en cada caso ¿Qué opinas respecto de toda esta noción
de relatividad cultural?
KW: Hay mucha verdad en ello. Existen
, sin duda, una diversidad de culturas que poseen un diferente “conocimiento
local”, y la investigación de esas diferencias constituye un actividad muy
interesante. Pero si bien es cierta la existencia de una relatividad cultural,
ello no es toda la verdad.
Además de las diferencias culturales
evidentes, como son el tipo de alimentación, las estructuras lingüísticas o las
costumbres de apareamiento, por ejemplo, existen también muchos otros fenómenos
en la existencia humana que son, en gran medida, universales o colectivos. El
cuerpo humano, tiene por ejemplo doscientos ocho huesos, un corazón y dos
riñones, tanto si se trata de un habitante de New York como de Mozambique, y
tanto hoy día como hace miles de años. Estas características universales
constituyen lo que se denomina “estructuras profundas” porque son esencialmente
las mismas en todas partes. Sin embargo, para que las diversas culturas
utilicen esas estructuras profundas de maneras muy diversas, como los chinos
que vendaban los pies de sus mujeres o los de Ubangi que estiraban sus labios,
o bien el uso de tatuajes y de prendas de verter, los juegos, el sexo y el
parto, todo lo cual varía considerablemente de una cultura a otra. Todas estas
variables reciben el nombre de “estructuras superficiales”, porque son
locales en vez de universales.
Esto mismo ocurre también en el ámbito
de la mente humana. La mente humana posee estructuras superficiales que varían
entre las distintas culturas, y estructuras profundas que permanecen
esencialmente idénticas independientemente de la cultura considerada. Aparezca
donde aparezca, la mente humana tiene la capacidad de formar imágenes,
símbolos, conceptos y reglas. Las imágenes y símbolos particulares pueden
variar de una cultura a otra, pero lo cierto es que la capacidad de formar esas
estructuras mentales y lingüísticas- y las propias estructuras en si- es
esencialmente las misma en todas partes. Del mismo modo que el cuerpo humano
produce pelo, la mente humana produce símbolos. Las estructuras mentales
superficiales varían considerablemente entre sí, pero las estructuras mentales
profundas son, por su parte, extraordinariamente similares.
Ahora bien, al igual que el cuerpo humano produce universalmente pelo y que la mente produce universalmente ideas, el espíritu humano también produce universalmente intuiciones sobre lo Divino. Y esas intuiciones y vislumbres configuran el núcleo de las grandes tradiciones espirituales del mundo entero. Y una vez más, aunque las estructuras superficiales de las grandes tradiciones de sabiduría sean, desde luego, muy diferentes entre si, sus estructuras profundas, por el contrario, son muy similares y algunas veces idénticas. La filosofía perenne se ocupa fundamentalmente de las estructuras profundas del encuentro humano con lo Divino. Porque aquellas verdades sobre las cuales los hindúes, los cristianos, los budistas, los taoístas y los sufíes se hallan en completo acuerdo, suelen referirse a algo profundamente importante, algo que nos habla de verdades universales y de significados últimos, algo que toca la esencia fundamental de la condición humana.
Ahora bien, al igual que el cuerpo humano produce universalmente pelo y que la mente produce universalmente ideas, el espíritu humano también produce universalmente intuiciones sobre lo Divino. Y esas intuiciones y vislumbres configuran el núcleo de las grandes tradiciones espirituales del mundo entero. Y una vez más, aunque las estructuras superficiales de las grandes tradiciones de sabiduría sean, desde luego, muy diferentes entre si, sus estructuras profundas, por el contrario, son muy similares y algunas veces idénticas. La filosofía perenne se ocupa fundamentalmente de las estructuras profundas del encuentro humano con lo Divino. Porque aquellas verdades sobre las cuales los hindúes, los cristianos, los budistas, los taoístas y los sufíes se hallan en completo acuerdo, suelen referirse a algo profundamente importante, algo que nos habla de verdades universales y de significados últimos, algo que toca la esencia fundamental de la condición humana.
TKW: A primera vista, resulta difícil
ver en que podrían estar de acuerdo el budismo y el cristianismo. ¿Cuáles
son, pues, los principios fundamentales de la filosofía perenne? ¿Podrías
postular sus tópicos fundamentales? ¿Cuántas son esas verdades profundas y esos
puntos de acuerdo fundamentales?
KW: Son muchos, pero veamos los
siete que considero más importantes.
1º- el espíritu existe. 2º- el espíritu está dentro de nosotros. 3º- a pesar de ello, la mayor parte de nosotros vivimos en un mundo de ignorancia, separación y dualidad, en un estado de caída ilusorio, y no nos percatamos de ese Espíritu interno. 4º- hay una salida para ese estado de caída, de error o de ilusión; hay un Camino que conduce a la liberación. 5º- si seguimos ese camino hasta el final llegaremos a un Renacimiento, a una Liberación Suprema. 6º- esa experiencia marca el final de la ignorancia básica y el sufrimiento. 7º- el final del sufrimiento conduce a una acción social amorosa y compasiva hacia todos los seres sensibles.
1º- el espíritu existe. 2º- el espíritu está dentro de nosotros. 3º- a pesar de ello, la mayor parte de nosotros vivimos en un mundo de ignorancia, separación y dualidad, en un estado de caída ilusorio, y no nos percatamos de ese Espíritu interno. 4º- hay una salida para ese estado de caída, de error o de ilusión; hay un Camino que conduce a la liberación. 5º- si seguimos ese camino hasta el final llegaremos a un Renacimiento, a una Liberación Suprema. 6º- esa experiencia marca el final de la ignorancia básica y el sufrimiento. 7º- el final del sufrimiento conduce a una acción social amorosa y compasiva hacia todos los seres sensibles.
TKW: ¡Has dicho muchas cosas! Vayamos
paso a paso. Dices que el espíritu existe.
KW: El Espíritu existe, Dios existe,
existe una Realidad Suprema, ya sea que se le de el nombre de Brahman,
Dharmakaya, Yahwel, Atón, Kether, Tao, Allah, Shiva, : “Muchos son los nombres
que recibe lo Uno”.
TKW: Pero ¿Cómo sabes que el Espíritu
existe? Los místicos dicen que existe pero ¿en que basan esa afirmación?
KW: En la experiencia directa. Sus
afirmaciones no se basan en meras creencias, ideas, teorías o dogmas, sino en la
experiencia directa, en la experiencia espiritual Real. Esto es lo que
diferencia a los verdaderos místicos de los religiosos dogmáticos.
TKW: Pero ¿qué hay del argumento de la
experiencia mística no es un conocimiento válido porque es inefable y por
consiguiente incomunicable?.
KW: Ciertamente la experiencia mística
es inefable y no puede traducirse enteramente en palabras, pero lo mismo ocurre
con cualquier otra experiencia, ya se trate de una puesta de sol, el sabor de
un trozo de tarta o la armonía de una fuga de Bach.
En cualquiera de estos casos debemos
haber tenido la experiencia real para saber de que se trata. Pero no por ello
se debe concluir que la puesta de sol, la tarta o la música no existen o son
experiencias no válidas. Además, aunque la experiencia mística sea, en gran
medida, inefable, puede ser comunicada o transmitida. Así, por ejemplo, de la
misma manera que la danza se puede enseñar aunque no se pueda transmitir con
palabras, también es posible aprender una determinada práctica espiritual bajo
la tutela de un determinado maestro espiritual.
TKW: Pero esa experiencia mística que
tan verdadera le parece al místico bien podría estar equivocada. Los místicos
pueden afirmar que están fundiéndose con Dios pero ésa no es ninguna garantía de
que lo que dicen es lo que ocurre en realidad. Ningún conocimiento es
absolutamente seguro.
KW: Estoy de acuerdo en que la
experiencia mística no es más cierta que cualquier otra experiencia directa.
Pero ese argumento, lejos de echar por tierra las afirmaciones de los místicos,
los eleva, en realidad, al mismo estatus que yo definitivamente acepto.
En otras palabras, el mismo argumento que se puede aducir en contra del
conocimiento místico puede aplicarse, en realidad, a cualquier otra forma de
conocimiento basado en la experiencia evidente, incluida la experiencia
empírica. Creo que estoy mirando la luna, pero bien pudiera estar errado; los
físicos creen en la existencia de los electrones, pero podrían estar
equivocados; los críticos consideran que Hamlet fue escrito por un personaje
histórico llamado Shakespeare, pero podrían estar en un error, etc.
¿Cómo podemos estar seguros de la veracidad de nuestras afirmaciones?
Mediante más experiencias. Pues bien, eso es precisamente lo que han estado haciendo históricamente los místicos a lo largo de décadas, siglos y milenios: comprobar y refinar sus experiencias, un récord de constancia histórica que hace palidecer incluso a la ciencia moderna. El hecho de que este argumento, lejos de echar por tierra las afirmaciones de los místicos, lo que hace es conferirles de una manera sumamente adecuada – a mi juicio- el estatus de auténticos expertos e informados sobre su especialidad y, por consiguiente, los únicos verdaderamente capacitados para establecer aseveraciones al respecto.
¿Cómo podemos estar seguros de la veracidad de nuestras afirmaciones?
Mediante más experiencias. Pues bien, eso es precisamente lo que han estado haciendo históricamente los místicos a lo largo de décadas, siglos y milenios: comprobar y refinar sus experiencias, un récord de constancia histórica que hace palidecer incluso a la ciencia moderna. El hecho de que este argumento, lejos de echar por tierra las afirmaciones de los místicos, lo que hace es conferirles de una manera sumamente adecuada – a mi juicio- el estatus de auténticos expertos e informados sobre su especialidad y, por consiguiente, los únicos verdaderamente capacitados para establecer aseveraciones al respecto.
TKW: Muy bien. Pero a menudo he
escuchado que la visión mística bien podría tratarse de una patología
esquizofrénica ¿Cómo contestarías a esa acusación?
KW: No creo que nadie ponga en duda
que ciertos místicos presentan rasgos
esquizofrénicos y aun que haya esquizofrénicos que experimentan intuiciones místicas. Pero desconozco a cualquier autoridad en la materia que crea que las experiencias místicas son básicas y primordialmente alucinaciones esquizofrénicas.
esquizofrénicos y aun que haya esquizofrénicos que experimentan intuiciones místicas. Pero desconozco a cualquier autoridad en la materia que crea que las experiencias místicas son básicas y primordialmente alucinaciones esquizofrénicas.
Está claro que también conozco a
muchas personas no cualificadas que así lo piensan, y que resultaría difícil
convencerlas de lo contrario en el breve espacio de este entrevista. Diré, tan
solo, que las prácticas espirituales y contemplativas utilizadas por los
místicos- como la oración contemplativa o la meditación- pueden ser muy
poderosas pero no lo suficiente como para atraer a un montón de hombres y
mujeres normales, sanos y adultos y, en el curso de unos pocos años,
convertirlos en esquizofrénicos delirantes. El Maestro de Zen Hakuin transmitió
su enseñanza a ochenta y tres discípulos que se encargaron de revitalizar y
organizar el Zen japonés. Ochenta y tres esquizofrénicos alucinados no podrían
ponerse de acuerdo ni siquiera para ir al baño...¿Qué habría pasado con el Zen
japonés si éste hubiera sido el caso?
TKW: (Risas) Una última objeción ¿No
es acaso posible que la noción de “ser uno con el espíritu” no sea más que un
mecanismo de defensa regresivo para proteger a una persona contra el pánico
ante la muerte y lo impermanente?
KW: Si la “unidad con el
Espíritu” fuese simplemente algo más en lo que uno cree y se
tratara, por lo tanto, de una idea o una esperanza, entonces ciertamente
suele formar parte de la “proyección de inmortalidad” de una persona, es decir,
de un sistema de defensa diseñado- como he intentado explicar en mis libros
“Después del Eden” y “Un Dios sociable”- para protegerse mágica o
regresivamente de la muerte bajo la promesa de una prolongación o continuación
de la vida. Pero la experiencia de unidad atemporal con el Espíritu no es una
idea o un deseo; es una aprehensión directa. Y sólo podemos considerar esa
experiencia directa de tres maneras diferentes: -afirmar que se trata de una
alucinación, a lo cual acabo de responder; -asegurar que es un error, cosa que
también he rebatido,
-o aceptarla como lo que dice ser: una experiencia directa de nuestro Ser Espíritual.
-o aceptarla como lo que dice ser: una experiencia directa de nuestro Ser Espíritual.
TKW: Por lo que dices, el misticismo
genuino, a diferencia de la religión dogmática, es científico, porque se basa
en la evidencia y la comprobación experimental directa ¿Es así?
KW: efectivamente. Los místicos te
piden que no creas absolutamente en nada y te ofrecen un conjunto de
experimentos para que los verifiques en tu propia conciencia.
El laboratorio del místico es su propia mente y el experimento es la meditación.
Tu mismo puedes verificar y comparar los resultados de tu experiencia con los resultados de otros que también hayan llevado a cabo el mismo experimento.
El laboratorio del místico es su propia mente y el experimento es la meditación.
Tu mismo puedes verificar y comparar los resultados de tu experiencia con los resultados de otros que también hayan llevado a cabo el mismo experimento.
A partir de ese conjunto de
conocimiento experimental, consensualmente validado, llegas a ciertas leyes del
espíritu, o a ciertas “ verdades profundas” si prefieres llamarlo así.
TKW: Y esto nos lleva de nuevo a
la filosofía perenne, a la filosofía mística y a sus siete grandes
principios. El segundo principio era: el espíritu está dentro de
ti.
KW: El espíritu está dentro de
ti, hay todo un universo en tu interior. El asombroso mensaje de los místicos
es que en el centro mismo de tu ser, tú vives la divinidad. Estrictamente
hablando Dios no está dentro ni fuera- ya que el Espíritu trasciende toda
dualidad- pero uno lo descubre buscando fuertemente adentro, hasta que ese
“adentro” termina convirtiéndose en “más allá”. El Chandogya Upanishad nos
ofrece la formulación más conocida de esta verdad inmortal cuando dice. “En la
misma esencia de tu ser no percibes la Verdad, pero en realidad está ahí. En
eso, que es la esencia sutil de tu propio ser, todo lo que existe Es.
Esa esencia invisible es el Espíritu del universo entero. Eso es lo Verdadero, eso es el Ser. ¿Y tú ? Eso eres tú”. Tat Tuam Asi, tú eres Eso. Es innecesario decir que el “tú” que es “Eso”, el tú que es Dios, no es tu identidad individual y separada, el ego, ésta o aquella identidad, el Sr. o la Sra. de Tal. De hecho, el yo individual o ego es precisamente lo que impide que tomemos conciencia de tu Identidad Suprema.
Esa esencia invisible es el Espíritu del universo entero. Eso es lo Verdadero, eso es el Ser. ¿Y tú ? Eso eres tú”. Tat Tuam Asi, tú eres Eso. Es innecesario decir que el “tú” que es “Eso”, el tú que es Dios, no es tu identidad individual y separada, el ego, ésta o aquella identidad, el Sr. o la Sra. de Tal. De hecho, el yo individual o ego es precisamente lo que impide que tomemos conciencia de tu Identidad Suprema.
Ese “tú”, por el contrario, es nuestra
esencia más profunda, o si lo preferimos, nuestro aspecto más elevado, la
esencia sutil- como lo describe el Upanishad- que trasciende nuestro ego mortal
y participa directamente de lo Divino. En el judaísmo se le llama el Ruach, el
espíritu divino y supraindividualidad que se halla en cada uno de nosotros, y
que se diferencia del nefesh, el ego individual.
En el cristianismo, por su parte, es el pneuma, el espíritu que mora en nosotros y que es de la misma naturaleza que Dios, y no la psique o alma individual que, en el mejor de los casos, solo puede adorar a Dios. Como dijo Coomaraswamy, la distinción entre el espíritu inmortal y eterno de una persona y su alma individual y mortal (el ego) constituye un principio fundamental de la filosofía perenne.
En el cristianismo, por su parte, es el pneuma, el espíritu que mora en nosotros y que es de la misma naturaleza que Dios, y no la psique o alma individual que, en el mejor de los casos, solo puede adorar a Dios. Como dijo Coomaraswamy, la distinción entre el espíritu inmortal y eterno de una persona y su alma individual y mortal (el ego) constituye un principio fundamental de la filosofía perenne.
TKW: San Pablo dijo: “Vivo. Pero no
soy yo, sino Cristo, quien vive en mi”. ¿Estás diciendo que San Pablo descubrió
su verdadera Identidad, que era uno con Cristo y que éste sustituyó a su
antiguo y pequeño ego, su alma o psique individual?
KW: Así es. Tu Ruach o
fundamento es la Realidad Suprema, no tu nefesh, tu ego. Si crees que tu
ego individual es Dios estás evidentemente en un gran aprieto. De hecho,
estarías padeciendo una psicosis, una esquizofrenia paranoide. No es eso, por
cierto, lo que conciben los más grandes filósofos y sabios del mundo.
TKW: Pero entonces ¿por qué no hay más
gente que sea consciente de eso? Si el espíritu está realmente en nuestro
interior ¿por qué no es evidente para todo el mundo?.
KW: Muy bien . Entremos ahora en el tercer
punto. Si realmente soy uno con Dios ¿por qué no me doy cuenta? Algo me
está separando del espíritu ¿Por qué esta Caída? ¿Cuál ha sido el error?. Las
diferentes tradiciones dan diferentes respuestas a este asunto, pero todas
ellas concluyen fundamentalmente en lo siguiente:
“no puedo percibir mi Verdadera Identidad, mi unión con el Espíritu, porque mi conciencia está obnubilada y obstruida por alguna actividad; aunque recibe muchos nombres diferentes, es simplemente la actividad de contraer y centrar la conciencia en mi yo individual, en mi ego personal. Mi conciencia no se halla abierta, relajada y centrada en Dios, sino cerrada, contraída y centrada en mí mismo. Y es precisamente la identificación con esa contracción en mi mismo y la consiguiente exclusión de todo lo demás lo que me impide encontrar o descubrir mi identidad anterior, mi verdadera identidad con el Todo”. Mi naturaleza individual “el hombre natural” ha caído y vive en en el error, separado y alienado del Espíritu y del resto del mundo. Estoy separado y aislado del mundo de “ahí afuera”, un mundo que percibo como si fuera completamente externo, ajeno y hostil a mi propio ser. En cuanto a mi propio ser en sí, desde luego que no parece ser uno con el Todo, con todo lo que existe, uno con el Espíritu Infinito, sino que, por el contrario, permanece encerrado y aprisionado dentro de las paredes limitadoras de este cuerpo mortal.
“no puedo percibir mi Verdadera Identidad, mi unión con el Espíritu, porque mi conciencia está obnubilada y obstruida por alguna actividad; aunque recibe muchos nombres diferentes, es simplemente la actividad de contraer y centrar la conciencia en mi yo individual, en mi ego personal. Mi conciencia no se halla abierta, relajada y centrada en Dios, sino cerrada, contraída y centrada en mí mismo. Y es precisamente la identificación con esa contracción en mi mismo y la consiguiente exclusión de todo lo demás lo que me impide encontrar o descubrir mi identidad anterior, mi verdadera identidad con el Todo”. Mi naturaleza individual “el hombre natural” ha caído y vive en en el error, separado y alienado del Espíritu y del resto del mundo. Estoy separado y aislado del mundo de “ahí afuera”, un mundo que percibo como si fuera completamente externo, ajeno y hostil a mi propio ser. En cuanto a mi propio ser en sí, desde luego que no parece ser uno con el Todo, con todo lo que existe, uno con el Espíritu Infinito, sino que, por el contrario, permanece encerrado y aprisionado dentro de las paredes limitadoras de este cuerpo mortal.
TKW: Esta situación suele llamarse
“dualismo” ¿no es así?
KW: Así es. Me divido a mí mismo en un
“sujeto” separado del mundo de los “objetos” ubicados ahí fuera y, a partir de
ese dualismo original, sigo dividiendo el mundo en todo tipo de opuestos en
conflicto: placer y dolor, bien y mal, verdad y mentira, etc. Según la
filosofía perenne, la conciencia que se halla dominada por el dualismo
sujeto-objeto, no puede percibir la realidad tal como es, la realidad en su
totalidad, la realidad como Identidad Suprema. En otras palabras: el error es
la contracción de uno mismo, la sensación de identidad separada, el ego. El
error no descansa en algo que hace el pequeño yo, sino en algo que es.
Y aún más: ese ser contraído, ese
sujeto aislado “aquí dentro”, al no reconocer su verdadera identidad con el
Todo experimenta una aguda sensación de carencia, de privación, de
fragmentación. En otras palabras: la sensación de estar separado, de ser un
individuo separado, da nacimiento al sufrimiento, da nacimiento a la “caída”.
El sufrimiento no es algo que ocurre al estar separado, sino que es algo inherente a esa condición. “Pecado”, “sufrimiento” y “yo” no son sino diferentes nombres para un mismo proceso que consiste en la contracción y fragmentación de la conciencia.
Por eso es imposible rescatar al ego del sufrimiento. Como dijo Gautama el Buda: para poner fin al sufrimiento debes abandonar al pequeño yo o ego; pues ambas cosas nacen y mueren al mismo tiempo.
El sufrimiento no es algo que ocurre al estar separado, sino que es algo inherente a esa condición. “Pecado”, “sufrimiento” y “yo” no son sino diferentes nombres para un mismo proceso que consiste en la contracción y fragmentación de la conciencia.
Por eso es imposible rescatar al ego del sufrimiento. Como dijo Gautama el Buda: para poner fin al sufrimiento debes abandonar al pequeño yo o ego; pues ambas cosas nacen y mueren al mismo tiempo.
TKW: Así que este mundo dualista es el
mundo de la caída y el pecado original, es la contracción del ser, la
autocontracción en cada uno de nosotros. ¿Y estás diciendo que no son sólo los
místicos orientales sino también los occidentales quienes definen el pecado y
el Infierno como algo inherente al estado de identidad separada?
KW: Al yo separado y a su codicia,
deseo y huída carentes de amor. Si, desde luego. Es cierto que Oriente- y en
especial el budismo y el hinduismo- hacen mucho incapié en equiparar al
Infierno – o Samsara- con el ego separado e individualista. Pero en los
escritos de los místicos católicos, de los gnósticos, de los cuáqueros, de los
cabalistas y de los místicos islámicos también nos encontramos con los mismos
tópicos. Al respecto, mi escrito favorito pertenece al extraordinario William
Law, un místico cristiano inglés del siglo XVIII. Te lo leeré “He aquí la
verdad resumida. Todo pecado, toda muerte, toda condenación y todo infierno no
son sino el reino del yo, del ego. Las diversas actividades del narcisismo, del
amor propio y del egoísmo que separan el alma de Dios y abocan a la muerte y al
infierno eterno”. O las palabras del sufí Abi l-Khayr:
“ No hay Infierno sino individualidad, no hay Paraíso sino altruismo”. También encontramos este mismo tipo de declaraciones entre los místicos cristianos, como nos lo demuestra la afirmación de la Theología germánica de que “ lo único que arde en el infierno es el ego”.
“ No hay Infierno sino individualidad, no hay Paraíso sino altruismo”. También encontramos este mismo tipo de declaraciones entre los místicos cristianos, como nos lo demuestra la afirmación de la Theología germánica de que “ lo único que arde en el infierno es el ego”.
TKW: Sí, entiendo. Así que la
trascendencia del “pequeño yo” conduce al descubrimiento del “ gran Yo”.
KW: En efecto. En sánscrito, este “
pequeño yo” o alma individual se denomina ahamkara, que significa “nudo” o
“contracción”; y es este ahamkara, esta contracción dualista o egocéntrica de
la conciencia, lo que constituye la raíz misma del estado de caída.
Llegamos así al cuarto gran principio
de la filosofía perenne: hay una forma de superar la Caída, una forma de
cambiar este estado de cosas, una forma de desatar el nudo de la ilusión y el
error básico.
TKW: Tirar al tacho al ego
individualista.
KW: (risas). Así es. Rendirse o morir
a esa sensación de ser una identidad separada, al pequeño yo, a la contracción
sobre uno mismo. Si queremos descubrir nuestra identidad con el Todo debemos
abandonar nuestra identificación errónea con el ego aislado. Pero esta Caída se
puede revestir instantáneamente comprendiendo que, en realidad, nunca ha tenido
lugar, ya que solo existe Dios y, por consiguiente, el yo separado nunca ha
sido más que una ilusión. Sin embargo, para la mayor parte de nosotros, esa
situación debe ser superada gradualmente paso a paso. En otras palabras, el
cuarto principio de la filosofía perenne afirma que existe un Camino y que, si
lo seguimos hasta el final, terminará conduciéndonos desde el estado de caída
hasta el estado de iluminación, desde el Samsara hasta el Nirvana, desde el
Infierno hasta el Cielo
TKW: ¿Es la meditación ese Camino?
KW: Bien. Podríamos decir que hay
diversos “caminos” que constituyen lo que estoy llamando genéricamente “ el
Camino” y nuevamente se trata de diferentes estructuras superficiales que comparten
todas ellas la misma estructura profunda. En el hinduísmo, por ejemplo, se dice
que hay cinco grandes caminos o yogas. “Yoga” significa sencillamente “unión”,
la unión del alma con la Divinidad. La palabra inglesa yoke, la castellana
yugo, la hitita yugan, la latina jugum, la griega zugon y muchas otras proceden
de la misma raíz. En este sentido, cuando Cristo dice: “Mi yugo es leve”, está
queriendo decir “Mi yoga es fácil”. Pero quizá podamos simplificar todo esto
diciendo que todos esos caminos, ya sean hinduístas o provenientes de cualquier
otra tradición de sabiduría, se dividen en dos grandes caminos.
A este respecto se me ocurre otra cita
para ilustrar este punto. Es de Swami Ramdas: “Hay dos caminos, uno de ellos
consiste en expandir tu ego hasta el infinito y el segundo en reducirlo a la
nada”; el primero es una vía de conocimiento mientras que el segundo, por el
contrario, es una vía devocional. Un Jnani (sabio hindú) dice: “Yo soy Dios, la
Verdad universal”. Un Devoto, por su parte, dice: “Yo no soy nada ¡Oh Dios! Tú
lo eres todo”. En ambos casos desaparece la sensación de identidad separada”.
La clave del asunto es que cualquiera de estos dos casos el individuo que
recorre el Camino trasciende o muere al pequeño yo y redescubre, o resucita, a
su Identidad Suprema con el Espíritu universal. Y eso nos lleva al quinto
gran principio de la filosofía perenne, es decir, el del Renacimiento,
la Resurreción o la Iluminación. El pequeño yo debe morir para que dentro
de nuestro ser pueda resucitar el gran Yo.
Las distintas tradiciones describen esa muerte y nuevo renacimiento con nombres muy diversos. Así, por ejemplo, en el cristianismo recibe los nombres de Adán – a quien los místicos llaman el “Hombre Viejo” u “Hombre Externo” y del que se dice que abrió las puertas del Infierno – y de Jesús- el “Hombre Nuevo” u “Hombre Interno” que abre las puertas del Paraíso-.En opinión de los místicos, la muerte y resurrección de Jesús constituye el arquetipo de la muerte del yo separado y la resurrección a un destino nuevo y eterno dentro de la corriente de la conciencia, a saber, el Ser Divino o Crístico y su Ascensión. Como dijo San Agustín: “Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera hacerse Dios”.
En el cristianismo, este proceso de retorno desde la condición “humana” a la condición “Divina”, de la persona externa a la persona interna, se denomina “Metanoia”, una palabra que significa tanto “arrepentimiento” como “transformación”. En tal caso, nos arrepentimos del pequeño yo (el ego individualista) y nos transformamos en el Ser (o Cristo), de modo que, como afirmaba San Pablo, “no soy yo sino Cristo quien vive en mí”. De manera similar, el islam denomina tawbah ( que significa “arrepentimiento”) y también galb (que significa “transformación”) a esa muerte y resurrección que Al-Bistami resume del siguiente modo:” Olvidarse de sí es recordar a Dios”. Tanto en el hinduísmo como en el budismo se describe esta muerte y resurrección siempre como la muerte del alma individual (jivatman) y el despertar a esa verdadera naturaleza de la persona que los hindúes describen metafóricamente como Totalidad del Ser (Brahman) y los budistas describen como Apertura Pura (Shunyata). El momento en que tiene lugar esa ruptura o renacimiento se denomina iluminación o liberación (Moksha o Kaivalya). El Lankavatara Sutra describe la experiencia de la iluminación como “una transformación completa en la misma esencia de la conciencia”. Esta “transformación” consiste simplemente en desactivar la tendencia habitual a crear un yo separado y substancial donde, de hecho, sólo existe una conciencia clara, abierta y amplia. El Zen denomina Satori o Kensho a esta transformación o Metanoia.
“Ken” significa verdadera naturaleza y “sho” significa “ver directamente”.
Ver directamente nuestra verdadera naturaleza es convertirse en un Ser totalmente autorrealizado. Y como dijo el Maestro Ekhart: “En esta transformación he descubierto que Dios y yo somos lo mismo”.
Las distintas tradiciones describen esa muerte y nuevo renacimiento con nombres muy diversos. Así, por ejemplo, en el cristianismo recibe los nombres de Adán – a quien los místicos llaman el “Hombre Viejo” u “Hombre Externo” y del que se dice que abrió las puertas del Infierno – y de Jesús- el “Hombre Nuevo” u “Hombre Interno” que abre las puertas del Paraíso-.En opinión de los místicos, la muerte y resurrección de Jesús constituye el arquetipo de la muerte del yo separado y la resurrección a un destino nuevo y eterno dentro de la corriente de la conciencia, a saber, el Ser Divino o Crístico y su Ascensión. Como dijo San Agustín: “Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera hacerse Dios”.
En el cristianismo, este proceso de retorno desde la condición “humana” a la condición “Divina”, de la persona externa a la persona interna, se denomina “Metanoia”, una palabra que significa tanto “arrepentimiento” como “transformación”. En tal caso, nos arrepentimos del pequeño yo (el ego individualista) y nos transformamos en el Ser (o Cristo), de modo que, como afirmaba San Pablo, “no soy yo sino Cristo quien vive en mí”. De manera similar, el islam denomina tawbah ( que significa “arrepentimiento”) y también galb (que significa “transformación”) a esa muerte y resurrección que Al-Bistami resume del siguiente modo:” Olvidarse de sí es recordar a Dios”. Tanto en el hinduísmo como en el budismo se describe esta muerte y resurrección siempre como la muerte del alma individual (jivatman) y el despertar a esa verdadera naturaleza de la persona que los hindúes describen metafóricamente como Totalidad del Ser (Brahman) y los budistas describen como Apertura Pura (Shunyata). El momento en que tiene lugar esa ruptura o renacimiento se denomina iluminación o liberación (Moksha o Kaivalya). El Lankavatara Sutra describe la experiencia de la iluminación como “una transformación completa en la misma esencia de la conciencia”. Esta “transformación” consiste simplemente en desactivar la tendencia habitual a crear un yo separado y substancial donde, de hecho, sólo existe una conciencia clara, abierta y amplia. El Zen denomina Satori o Kensho a esta transformación o Metanoia.
“Ken” significa verdadera naturaleza y “sho” significa “ver directamente”.
Ver directamente nuestra verdadera naturaleza es convertirse en un Ser totalmente autorrealizado. Y como dijo el Maestro Ekhart: “En esta transformación he descubierto que Dios y yo somos lo mismo”.
TKW: ¿La iluminación se experimenta
realmente como una muerte real o esto no es más que una metáfora?
KW: En realidad esto se refiere
a la muerte del ego individualista.
Los relatos de esa experiencia, que pueden ser muy dramáticos pero también muy sencillos y nada espectaculares; afirman claramente que de repente te despiertas y descubres que, entre otras cosas, y por más extraño que pueda parecer, tu verdadero ser es todo lo que has estado mirando hasta ese momento, que literalmente eres uno con todo lo manifestado, uno con el universo y que, en realidad, no te vuelves uno con Dios y el todo, sino que entonces tomas conciencia de que eternamente has sido esa unidad sin haberte percatado antes de ello. Pero junto a ese sentimiento, junto al descubrimiento del Ser que todo lo impregna, se experimenta también la sensación muy concreta de que tu pequeño ego ha muerto, que ha muerto de verdad. El Zen llama al Satori “la Gran Muerte”.Eckhart era igual de categórico. “El alma-dijo- debe darse a sí misma”. Coomaraswamy dice: “Solo cuando nuestro ego muere comprendemos finalmente que no hay nada con lo que podamos identificarnos y entonces podemos transformarnos realmente en lo que ya somos”.
Los relatos de esa experiencia, que pueden ser muy dramáticos pero también muy sencillos y nada espectaculares; afirman claramente que de repente te despiertas y descubres que, entre otras cosas, y por más extraño que pueda parecer, tu verdadero ser es todo lo que has estado mirando hasta ese momento, que literalmente eres uno con todo lo manifestado, uno con el universo y que, en realidad, no te vuelves uno con Dios y el todo, sino que entonces tomas conciencia de que eternamente has sido esa unidad sin haberte percatado antes de ello. Pero junto a ese sentimiento, junto al descubrimiento del Ser que todo lo impregna, se experimenta también la sensación muy concreta de que tu pequeño ego ha muerto, que ha muerto de verdad. El Zen llama al Satori “la Gran Muerte”.Eckhart era igual de categórico. “El alma-dijo- debe darse a sí misma”. Coomaraswamy dice: “Solo cuando nuestro ego muere comprendemos finalmente que no hay nada con lo que podamos identificarnos y entonces podemos transformarnos realmente en lo que ya somos”.
TKW: ¿Al trascenderse el pequeño ego
se descubre la eternidad?
KW (Larga pausa). Sí, siempre que no
consideremos que la eternidad es un tiempo que no acaba nunca sino un momento
sin tiempo, el presente eterno, el ahora atemporal.
El SER no mora para siempre en el tiempo sino en el presente atemporal previo al tiempo, previo a la historia, al cambio, a la sucesión. El espíritu, el Ser, está presente en el sentido de ser Pura Presencia, no en el de estar en un ahora interminable que es una noción más bien espantosa. En cualquiera de los casos, el sexto gran principio fundamental de la filosofía perenne afirma que la iluminación o liberación pone fin al sufrimiento. Lo que causa el sufrimiento es el apego y el deseo de nuestra identidad separada; y lo que pone fin al sufrimiento es el camino meditativo que trasciende al pequeño yo y al deseo y el apego. El sufrimiento es inherente a ese nudo o contracción llamado ego y la única forma de acabar con el sufrimiento es trascender el ego.
El SER no mora para siempre en el tiempo sino en el presente atemporal previo al tiempo, previo a la historia, al cambio, a la sucesión. El espíritu, el Ser, está presente en el sentido de ser Pura Presencia, no en el de estar en un ahora interminable que es una noción más bien espantosa. En cualquiera de los casos, el sexto gran principio fundamental de la filosofía perenne afirma que la iluminación o liberación pone fin al sufrimiento. Lo que causa el sufrimiento es el apego y el deseo de nuestra identidad separada; y lo que pone fin al sufrimiento es el camino meditativo que trasciende al pequeño yo y al deseo y el apego. El sufrimiento es inherente a ese nudo o contracción llamado ego y la única forma de acabar con el sufrimiento es trascender el ego.
No se trata que después de la
iluminación, o después de la práctica espiritual en general, ya no sientas
dolor, angustia, miedo o daño. Todavía sientes eso, si. Lo que simplemente
ocurre es que esos sentimientos ya no amenazan tu existencia y, por tanto,
dejan de constituir un problema para ti. Ya no te identificas con ellos, ya no
los dramatizas, ya no tienen energía, ya no te resultan amenazadores. Por una
parte, ya no hay ningún ego fragmentado que pueda sentirse amenazado y, por
otra, nada puede amenazar a ese gran Yo del Ser original y auténtico, puesto
que, siendo el Todo, no hay nada ajeno a él que pueda hacerle daño. Esta
situación produce una profunda relajación y distensión del corazón. Por más
sufrimiento que experimente ahora el individuo, su verdadero Yo no se siente
amenazado. El sufrimiento puede presentarse y puede desaparecer, pero ahora la
persona está firmemente asentada y segura en “la paz que sobrepasa el entendimiento”.
El sabio experimenta el sufrimiento, pero éste no le hace “daño”. Y como es consciente del sufrimiento, se siente motivado por la compasión y el deseo de ayudar a quienes sufren y creen en la realidad del sufrimiento.
El sabio experimenta el sufrimiento, pero éste no le hace “daño”. Y como es consciente del sufrimiento, se siente motivado por la compasión y el deseo de ayudar a quienes sufren y creen en la realidad del sufrimiento.
TKW: Lo cual nos lleva al séptimo
punto, la motivación del iluminado.
KW: Si. Se dice que la verdadera
iluminación deriva en una acción social inspirada por la misericordia y la
compasión, en un intento de ayudar a todos los seres humanos a alcanzar la
Liberación Suprema. La actividad iluminada no es más que un servicio
desinteresado. Como todos somos uno en el mismo Ser, entonces, al servir a los
demás estoy sirviendo a mi propio Ser.
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