Siempre ya: El transparente resplandor de la conciencia omnipresente
Número 157 // 19 de enero de 2002
// 5 Dhul-Qa`dah 1422 A.H. CONCIENCIA
Por Ken Wilber
¿Dónde ubicamos el espíritu?
¿Qué es realmente lo que nos permitimos reconocer como sagrado?
¿Dónde, exactamente, se halla el fundamento del ser?
¿Dónde está lo esencialmente divino?
La gran búsqueda
La comprensión última de las tradiciones no duales es
inequívocamente rotunda, lo único que existe es el espíritu, lo
único que existe es Dios, lo único que existe es la vacuidad, en
todo su maravilloso resplandor. Lo bueno y lo malo, lo mejor y lo
peor, lo sublime y lo abyecto, son manifestaciones esencialmente
perfectas del Espíritu. En ningún lugar existe nada sino Dios,nada
sino la Diosa, nada sino el Espíritu y ni el más pequeño grano de
arena ni la más minúscula mota de polvo contienen más o menos
Espíritu que cualquier otra cosa.
Ésta es la realización que pone fin a la gran búsqueda que se
asienta en el corazón de la sensación de identidad separada. En
última instancia el yo separado es precisamente la sensación de
búsqueda, la experiencia que usted tiene de sí en este mismo
instante, la contracción o tensión, —la sensación de apresar,
desear, anhelar, querer, evitar o resistir—, una sensación de
esfuerzo o de búsqueda.
En su manifestación más elevada, esta sensación de búsqueda asume la
forma de la gran búsqueda del Espíritu. Nosotros queremos pasar de
nuestra condición ignorante (un estado de pecado, ilusión o
dualidad) a un estado iluminado o espiritual, de un estado
supuestamente carente de Espíritu a otro en el que sí se halle
presente.
porque la totalidad del Kosmos se halla completamente saturada de
él. En consecuencia, toda la búsqueda, todo movimiento y todo
intento de logro es profundamente estéril. La gran búsqueda no hace
más que reforzar la creencia errónea de que hay lugares carentes de
Espíritu y otros plenos de él y que debemos pasar de los primeros a
los segundos. Pero lo cierto es que no hay lugar alguno que carezca
de Espíritu, como tampoco existe ningún lugar que esté más
impregnado de Espíritu que otro. Repitámoslo, lo único que existe es
el Espíritu.
La gran búsqueda del Espíritu es ese impulso, el impulso último que
impide la realización presente del Espíritu por la sencilla razón de
que presume la pérdida de Dios. La gran búsqueda consolida la
creencia errónea de que Dios no se halla presente y, de ese modo,
eclipsa por completo la realidad de la omnipresencia de Dios. La
gran búsqueda, en su pretensión de amar
a Dios, es, de hecho, el
mismo mecanismo que nos aleja de él, un mecanismo que promete para
mañana lo que sólo existe en el eterno ahora, un mecanismo que nos
lleva a anhelar tan fervientemente el futuro como el presente y, con
él —resplandeciente sonrisa de Dios— termina escurriéndosenos de
entre las manos.
La gran búsqueda es la contracción desprovista de amor que se oculta
en el corazón de la sensación de identidad separada, una contracción
que alienta el anhelo de un mañana en el que supuestamente llegará
la salvación pero, mientras tanto, sigo siendo yo mismo. Cuento
mayor es la gran búsqueda, mayor es la negación de Dios y más
intensamente puedo experimentar la sensación de búsqueda que es, a
fin de cuentas, la que establece los límites de mi yo. La gran
búsqueda es, en suma, el principal enemigo de lo que es.
¿Debemos, acaso, poner fin a la gran búsqueda?. Definitivamente sí….
en el caso, por supuesto, de que podamos hacerlo. Pero el hecho es
que el mismo esfuerzo de tratar de acabar con la gran búsqueda se
convierte
en una nueva versión de la gran búsqueda, ya que ese paso
supone —y, por tanto, sigue fortaleciendo— la sensación de búsqueda.
En realidad el yo-contracción no puede hacer absolutamente nada para
acabar con la gran búsqueda, porque el yo-contracción y la gran
búsqueda son dos nombre diferentes para referirse a lo mismo.
Si el espíritu no es un producto futuro de la gran búsqueda no nos
queda más que una alternativa, el Espíritu debe hallarse plena,
total y completamente presente ahora mismo…. Y, en este mismo
instante, usted debe ser plena, total y completamente consciente de
él.
Pero con ello no quiero decir que el Espíritu se halle presente y
que usted no se dé cuenta de Él, porque no exigiría la gran
búsqueda, eso requeriría de un mañana en que el Espíritu se hallara
completamente presente y esa misma búsqueda nos alejaría de donde
siempre estamos. De hecho,
seguir buscando supone estar perdido.
No, la realización y la conciencia deben hallarse, de algún modo,
total y completamente presentes ahora mismo. De no ser así nos
veríamos necesariamente abocados a la
gran búsqueda y condenados a
creer en lo que más anhelamos superar.
Debe haber algo en nuestra conciencia presente que ya sabe toda la
verdad. De algún modo, sin importar cuál sea su estado su estado,
usted ya tiene todo lo que necesita para estar iluminado; de algún
modo usted ya conoce la respuesta. Usted ya percibe ahora mismo el
100% del Espíritu, no el 20%, ni el 50% ni el 99%, sino literalmente
el 100% del Espíritu. Y el truco, digámoslo así, consiste en darse
cuenta del estado de cosas omnipresentes y no creer en un supuesto
estado futuro en el que Espíritu se halle presente.
Ese sencillo reconocimiento del Espíritu ya presente es el quehacer
esencial, por sí decirlo, de las grandes tradiciones no duales.
El descubrimiento del Kosmos
Mucha gente cuestiona seriamente el “misticismo” o
“trascendentalismo” porque supone que, de algún modo, odia la tierra
o desprecia el cuerpo, los sentidos, la vida, etcétera. Pero si
bien ese puede ser cierto en algunos casos infaustos, no tiene
absolutamente nada que ver con la comprensión esencial de los
grandes místicos no duales, desde Plotino y Eckhart, en Occidente,
hasta Nagarjuna y la princesa Tsogyal, en Oriente.
De hecho, todos estos sabios sostienen universalmente que la
realidad absoluta y el mundo relativo son “no dos” (este es,
precisamente, el significado de “no dual”), del mismo modo que un
espejo y sus reflejos no están separados o que el océano es uno con
las olas que lo componen.
Así pues, el “ultra-mundo” del Espíritu y
el “intra-mundo” de los fenómenos separados son esencialmente “no
dos”, y esta no dualidad es la compresión inmediata y directa que
tiene lugar en cierto estados meditativos, una percepción muy simple
y muy ordinaria —se esté meditando o no— que sólo puede verse con el
ojo de la contemplación. En
tal caso todo lo que se percibe, tal y
como es, ya está impregnado de Espíritu, porque el Espíritu no está
separado de nada y el simple canto del petirrojo, tal cual es,
revela el esplendor de lo divino.
Ésta deviene entonces la sencilla
y natural realización constante, a través de todos los cambios de
estado, que acaba por liberarnos de la locura básica de ocultarnos
de lo real.
¿Por qué entonces, ordinariamente no tenemos esa percepción?.
Todas las grandes tradiciones no duales de sabiduría han dado la
misma respuesta a la misma pregunta. No nos damos cuenta de que el
Espíritu se halla total y completamente presente aquí mismo y ahora
mismo porque nuestra conciencia está atrapada en algún tipo de
evitación. No queremos ser la
conciencia sin elección del presente,
sino que huimos de ella, queremos modificarla, cambiarla, odiarla,
amarla, aborrecerla o transformarla, queremos, de algún modo, poder
entrar o salir de ella, queremos cualquier cosa menos reposar en la
presencia pura del presente o, dicho de otro modo, poder entrar o
salir de ella, queremos cualquier cosa menos reposar en la presencia
pura del presente o, dicho de otro modo, no queremos descansar en la
presencia pura sino que queremos estar en otra parte. Y la gran
búsqueda es el juego interminable que nos impide darnos cuenta de
dónde nos encontramos ya.
La meditación —o la contemplación— no dual relaja profundamente la
contracción de la sensación de identidad separada y permite que el
yo se expanda en la inmensa amplitud de la totalidad del espacio.
Entonces resulta evidente que usted no está “aquí”, contemplando un
mundo que se halle “ahí”, porque todo se convierte en presencia pura
y luminosidad espontánea.
Esta realización puede asumir muchas formas, una de las cuales puede
perfectamente ser la
siguiente. Tal vez esté usted mirando una
montaña y se haya relajado en la conciencia sin esfuerzo de su
conciencia presente cuando, súbitamente, la montaña deviene todo y
usted no es nada. En tal caso la sensación de identidad separada se
ha diluido y lo único que existe es lo que aparece instante tras
instante. Usted está perfectamente despierto, totalmente consciente,
y todo parece completamente normal, con la salvedad de que usted no
se halla en ninguna parte.
No es que usted se halle de este lado
contemplando una montaña que se encuentra fuera de usted, sino que
usted, sencillamente es la montaña, el cielo y las nubes; usted es
todo lo que aparece instante tras instante, de un modo muy sencillo,
muy evidente, tal cual es.
Existen multitud de nombres para ese estado —desde conciencia de
unidad hasta sahaj samadhi—, pero lo cierto es que se trata del
estado más sencillo y evidente de todos. Además, en el mismo momento
en que vislumbramos ese estado que los budistas denominan un solo
sabor (porque y la totalidad del universo son un solo sabor o una
única experiencia) resulta evidente que en ningún momento
encontramos en este estado sino que, por el contrario, se trata de
un estado que, en algún sentido profundo y misterioso, ha sido
nuestra condición
primordial desde tiempo inmemorial, tanto que de
hecho jamás hemos abandonado ese estado ni un solo instante.
Ése es el motivo por el cual el zen lo denomina la barrera sin
puerta, porque desde este lado de la realización parece que usted
tuviera que hacer algo para entrar en ese estado, como si debiera
atravesar algún tipo de umbral. Pero el hecho es que usted en ningún
momento ha abandonado ese estado, de modo que difícilmente podrá
entrar en él. ¡La barrera sin puerta! «Toda forma es vacuidad, tal y
como es» significa que todas las cosas, incluyéndole a usted y a mí,
son ya perfectas y se hallan del otro lado de la barrera sin puerta.
¿Qué necesidad tenemos, pues —si esto ya es así—, de acometer una
práctica espiritual? Porque
en realidad cualquier práctica
espiritual es una forma de la gran búsqueda y, como tal, está
condenada al fracaso. Pero ése es,
precisamente, el asunto, porque
usted y yo estamos convencidos de que tenemos que hacer algo para
realizar el Espíritu, usted y yo creemos que hay lugares en que el
Espíritu no se halla (por ejemplo, en nosotros mismos) y nos
aprestarnos a corregir esa situación. Así es como se origina la gran
búsqueda. Y la meditación no dual, a sabiendas, hace uso de este
hecho y nos sumerge en una búsqueda un tanto singular (que el zen
denomina «vender agua en el río»).
William Blake dijo que «el loco que insiste en su locura deviene
sabio», y eso es precisamente lo que trata de hacer la meditación no
dual, tratar de acelerar ese proceso. Si usted cree que carece de
Espíritu, zambúllase de cabeza en la locura de tratar de convertirse
en el Espíritu, intente descubrir el Espíritu, trate, de establecer
contacto con él, trate de alcanzarlo ¡medite, medite, y siga
meditando con la intención de alcanzar el Espíritu!
Porque, de hecho, eso es algo imposible. Usted no puede alcanzar el
Espíritu por el mismo motivo por el que tampoco puede alcanzar sus
pies. Usted ya es Espíritu, siempre lo ha sido y no hay modo alguno
de alcanzar lo que ya es. La meditación no dual consiste en el
esfuerzo serio de hacer lo imposible, hasta que esté tan exhausto
que termine sentándose y se dé
cuenta de lo que siempre le ha
sostenido.
Pero no se trata de que las tradiciones no duales nieguen los
estadios superiores, porque no lo hacen. De hecho, las grandes
tradiciones no duales disponen de muchas prácticas que ayudan a los
individuos a alcanzar estados concretos de conciencia postformal,
pero también subrayan que esos estados alterados que tienen un
comienzo y un final en el tiempo no tienen nada que ver con lo
atemporal. El verdadero objetivo no consiste en quedarse fascinado
con los cambios de estado sino en permanecer en el estado sin
estado. Tal condición de no estado es la auténtica naturaleza de
éste y de cualquier otro estado imaginable de conciencia, de modo
que cualquier estado en que se encuentre es ya perfecto. Y dado que
el objetivo final no consiste en cambiar de estado sino en reconocer
lo inmutable, en reconocer la vacuidad primordial, cualquier estado
en que se halle es ya plenamente perfecto.
No obstante, tradicionalmente, para demostrar su sinceridad usted
debe llevar a cabo numerosas prácticas preliminares, entre las que
cabe destacar el dominio de diversos estados de conciencia
meditativa que le llevan a una adaptación estable
post-postconvencional, y todo eso está muy bien. Pero ninguno de
esos
estados de conciencia es el estado final, definitivo o
privilegiado, como tampoco lo es el cambio de estado. Más bien al
contrario, puesto que es precisamente entrando y saliendo de esos
diversos estados meditativos como empieza usted a comprender que la
iluminación no descansa en ninguno de ellos. Todos esos estados
tienen un comienzo en el tiempo y, en consecuencia, ninguno es
atemporal. La cuestión consiste en comprender que el cambio de
estado no es el objetivo final y que la realización puede ocurrir en
cualquier estado de conciencia.
La conciencia omnipresente
El reconocimiento primordial de un solo sabor —no la creación sino
el reconocimiento de que usted y el Kosmos son Un solo espíritu, un
solo sabor, un solo gesto— es el gran regalo de las tradiciones no
duales. Y en su forma más simplificada este reconocimiento procede
del siguiente modo:
(Lo que ahora sigue son instrucciones que sirven para «apuntar» o
señalar directamente a la naturaleza esencial o Espíritu intrínseco
de la mente. Tradicionalmente esto implica la repetición deliberada,
de modo que si usted lee este material de modo normal tal vez
encuentre las repeticiones tediosas y hasta irritantes. Así pues, si
quiere trabajar con el resto de esta sección, lea las instrucciones
de manera lenta y atenta y sumérjase en las palabras y las
repeticiones. También puede trabajar con lo que sigue como un objeto
de meditación, leyendo en tal caso uno o dos párrafos a una o dos
frases en cada sesión.)
Comenzaremos con la realización de que el yo puro o testigo
transpersonal es una conciencia omnipresente, aunque dudemos de su
existencia. Supongamos que usted es ahora consciente de este libro,
de la habitación en
que se encuentra, de una ventana, del cielo o de
las nubes... Usted puede sentarse y advertir simplemente que es
consciente de todos los objetos que discurren a su alrededor. Las
nubes flotan a través del cielo del mismo modo que los pensamientos
a través de su mente, y cuando usted se percata de ello, simplemente
es consciente sin tener que realizar el menor esfuerzo. Entonces
testimonia de manera simple, espontánea y sin esfuerzo todo lo que
se halla presente.
Manteniéndome en esa actitud de conciencia testigo puedo darme
cuenta de que, al ser consciente de mi cuerpo, yo no soy mi cuerpo.
Cuando advierto que soy consciente de mi mente, no me cabe duda de
que yo no soy mi mente. Si
soy consciente de mi yo, yo no soy mi
yo. Yo soy el testigo de mi
cuerpo, de mi mente y de mi yo.
Esto es algo realmente fascinante. Yo puedo ver mis pensamientos
pero no soy esos pensamientos. Yo soy consciente de las sensaciones
corporales, de modo que no soy esas sensaciones. Y, como también
puedo ser consciente de mis emociones, no debo ser sólo esas
emociones. ¡Yo soy el testigo de todo eso!
Pero ¿qué es ese testigo?. ¿Qué o quién es el testigo de todos esos
objetos?. ¿Qué o quién es el que observa el desfile de los
pensamientos, de los pensamientos y los objetos?. ¿Qué o quién es el
vidente puro, el testigo puro que constituye la esencia misma de
todo lo que soy?
Según afirman las tradiciones, la conciencia testigo es el Espíritu,
la mente iluminada, la naturaleza esencial de¡ Buda, Dios mismo, en
su totalidad.
Así pues, las tradiciones afirman que permanecer en contacto con el
Espíritu, Dios o con la mente iluminada no es nada difícil de
lograr, porque tal es precisamente su conciencia ordinaria testigo
en este mismo instante. Si
usted puede ver este libro ya dispone
plenamente, en este mismo instante, de esa conciencia.
Un texto muy famoso del dzogchen o budismo maha-ati (una de las
principales tradiciones no duales) afirma que «en ocasiones ocurre
que algunos meditadores dicen que es difícil reconocer la naturaleza
de la mente» (en el dzogchen «la naturaleza de la mente» es la
pureza primordial o la vacuidad radical o, dicho de otro modo, el
Espíritu no dual). El hecho
es que «la naturaleza de la mente» es
la conciencia testigo omnipresente, algo que, según afirma el texto,
algunos meditadores encuentran
difícil de creer. Ellos consideran,
por el contrario, que la conciencia omnipresente es difícil o
incluso imposible de reconocer y que tienen que trabajar muy duro y
meditar durante mucho tiempo antes de alcanzar la mente iluminada...
cuando lo cierto es que su propia conciencia testigo omnipresente
está operando plenamente ahora mismo.
El texto prosigue diciendo que «algunos practicantes, tanto hombres
como mujeres, creen tanto en la imposibilidad de reconocer la
naturaleza de la mente que se deprimen hasta que las lágrimas
resbalan por sus mejillas. Pero lo cierto es que no hay el menor
motivo para entristecerse porque la naturaleza de la mente iluminada
no es imposible de reconocer, sino que reposa precisamente detrás de
quien piensa en esa imposibilidad, ahí es donde se halla».
En lo que concierne a la dificultad de establecer contacto con la
conciencia testigo omnipresente, el texto dice que «hay meditadores
que no permiten que su mente descanse en ella [en la simple
conciencia presente], sino que, por el contrario, se aprestan a
buscar fuera y dentro de sí.
Pero la búsqueda, sea externa o
interna, jamás nos permitirá verlo ni encontrarlo [al Espíritu]. No
existe la menor razón para emprender ninguna búsqueda externa o
interna, basta simplemente con reposar
directamente en la mente que
busca externa o internamente.
Con eso basta».
Cuando nosotros somos conscientes de esta habitación, tal y como es,
esa misma conciencia es el Espíritu omnipresente. Cuando nosotros
somos conscientes de las nubes que discurren por el cielo, esa misma
conciencia es el Espíritu omnipresente. Cuando nosotros somos
conscientes del dolor, de la agitación, del terror o del miedo, esa
misma conciencia, precisamente tal y como es, es el Espíritu
omnipresente.
Dicho en otros términos, la realidad última no es algo visto sino el
testigo omnipresente. Las
cosas pueden ser vistas, van y vienen,
son felices o tristes, placenteras o dolorosas, pero el vidente no
es nada de eso y no va ni viene. El testigo no fluctúa, desaparece
ni entra, en modo alguno, en la corriente del tiempo. El testigo no
es un objeto ni una cosa vista, sino el vidente omnipresente de
todas las cosas, el testigo es el yo del Espíritu, el centro del
ciclón, la apertura divina, la transparencia de la pura vacuidad.
No hay un solo instante en que usted no tenga acceso a esta
conciencia testigo. En cada
instante hay una conciencia espontánea
de lo que se presenta, y esa conciencia simple, espontánea y sin
esfuerzo es el mismo Espíritu omnipresente. Aun en el caso de que
usted crea no verla, no por ello deja de estar ahí. Así pues, el
estado último de la conciencia —la esencia misma del Espíritu— no es
difícil de alcanzar sino imposible de evitar.
Éste es, precisamente, el secreto más celosamente guardado por las
escuelas no duales.
Y poco importa cuáles sean los objetos o contenidos que aparezcan,
porque todos ellos son perfectos. En ocasiones las personas tienen
dificultades en entender el Espíritu porque tratan de verlo como un
objeto de conciencia o como un objeto de comprensión. Pero la
realidad última no es algo visto, es el vidente. El Espíritu no es
un objeto,
sino el sujeto radical y omnipresente. De este modo, no
es algo que se presente ante usted como una roca, una imagen, una
idea, una luz, un sentimiento, una intuición, una nube luminosa, una
visión intensa o una sensación de gran beatitud. Todo eso está muy
bien pero no dejan de ser objetos, es decir, algo que el Espíritu no
es.
Yo soy consciente de las sensaciones de mi cuerpo y, al ser
consciente de todos esos objetos no puedo, en consecuencia, ser eso.
Yo soy consciente de los pensamientos que discurren por mi mente y,
al ser consciente de todos esos objetos, no puedo, en consecuencia,
ser eso. Yo soy consciente de mi yo presente pero, del mismo modo,
ése no es más que otro objeto y yo no puedo, en consecuencia, ser
eso.
Las imágenes flotan en la naturaleza, los pensamientos discurren por
mi mente, los sentimientos se suceden en mi cuerpo y yo, en
consecuencia que no soy un objeto, sino el testigo puro de todos
esos objetos, la conciencia como tal, no puedo ser nada de eso.
Así pues, en la medida en que usted descansa en el testigo puro, no
anhela nada en concreto y todo lo que se presenta está bien. Es más,
cuando usted reposa en el testigo puro, en el sujeto último, cuando
usted se desidentifica de los objetos, comienza a advertir una
sensación de inmensa libertad. Pero esa libertad no es algo que
usted pueda ver, sino algo que usted es. Cuando usted es el testigo
de sus pensamientos, usted no está atado a ellos, del mismo modo
que, cuando usted es el testigo de sus sentimientos, tampoco está
atado a ellos. Donde
anteriormente se hallaba su yo contraído sólo
queda una inmensa sensación de apertura y libertad. Como objeto,
usted está encadenado, como testigo, en cambio, es libre.
Pero nosotros no vemos esta libertad, sino que descansamos en ella,
reposamos en el vasto océano de la serenidad infinita.
Por ello cuando descansamos en este estado del testigo puro y
simple, cuando nos tomamos el auténtico vidente, la vacuidad y la
libertad pura, permitimos que todo lo visto emerja como quiera. El
Espíritu no es ninguno de los objetos limitados, encadenados,
mortales y finitos que desfilan por el mundo del tiempo, sino el
vidente libre y vacío. Así es como descansamos en la vacuidad y
libertad inmensas en que emergen todas las cosas.
Pero nosotros no alcanzamos o establecemos contacto con la
conciencia pura del testigo porque no es posible restablecer el
contacto con lo que nunca hemos perdido. Por el contrario, para
reposar en la conciencia serena, clara y omnipresente basta
simplemente con tomar conciencia de lo que ya está sucediendo.
Nosotros ya vemos el cielo, ya escuchamos el canto de los pájaros,
ya percibimos el frescor de la brisa. Porque el hecho es que el
testigo simple ya está presente y plenamente operativo. Ése es el
motivo por el que no restablecemos contacto ni actualizamos ese
testigo, sino que simplemente advertimos lo que siempre ha estado
presente, la conciencia espontánea y simple de lo que ocurre en este
mismo instante.
También advertimos entonces que el testigo simple y omnipresente
tiene lugar sin el menor esfuerzo.
Porque escuchar los sonidos, ver
las imágenes y percibir el frescor de la brisa no requiere ningún
esfuerzo, es algo que ya está ocurriendo y basta simplemente con
descansar en este testigo sin realizar el menor esfuerzo. Nosotros
no perseguimos esos objetos, como tampoco los evitamos. El Espíritu
es el vidente omnipresente y no una cosa limitada que pueda ser
vista; en consecuencia, podemos dejar ver las cosas yendo y viniendo
exactamente tal y como son. «La persona perfecta utiliza su mente
como un
espejo —dice Chuang Tzu—, ni se aferra ni rechaza; recibe,
pero no atesora nada». El
espejo refleja sin el menor esfuerzo las
imágenes que inciden en él y, de¡ mismo modo que usted ve sin el
menor esfuerzo el cielo ahora mismo, el testigo presencia, sin
esfuerzo alguno, cualquier objeto que se presente. Todas las cosas
aparecen y desaparecen reflejándose sin el menor esfuerzo en el
espejo de testigo.
Cuando descanso en el testigo puro y
simple, me doy cuenta de que no
estoy atrapado en el mundo de tiempo. El testigo existe únicamente
en el presente atemporal.
Y, una vez más, ése no es un estado que
sea difícil de alcanzar sino, por el contrario, un estado que
resulta imposible de evitar.
El testigo sólo ve el presente eterno
porque lo único realmente verdadero es el presente eterno. Cuando
pienso en el pasado, esos pensamientos pasados existen ahora mismo,
en este mismo instante, y cuando pienso en el futuro, esos
pensamientos futuros existen ahora mismo, en este mismo instante.
El pasado y el futuro aparecen precisamente ahora, en la simple
conciencia omnipresente.
Y aquel momento pasado en que ocurrió tal o cual cosa también tuvo
lugar en el presente, de¡ mismo modo que, cuando en un futuro ocurra
esto o aquello, también ocurrirá en el presente. Lo único que
existe es el ahora, lo único que existe es la omnipresencia de¡
presente, eso es lo único que puedo conocer directamente. Así pues,
el presente eterno no es difícil de alcanzar sino imposible de
evitar, algo que resulta evidentemente patente cuando descanso en el
puro y simple testigo y observo el modo en que el pasado y el futuro
discurren por la simple conciencia omnipresente.
Ése es el motivo por el cual, cuando descanso en el testigo simple y
omnipresente, me hallo fuera del tiempo, porque cuando descanso en
la simple conciencia testigo, advierto que el tiempo discurre frente
a mí o a través de mí del mismo modo que las nubes a través del
cielo. Y precisamente por
ello puedo ser consciente del tiempo,
puesto que en la simple presencia, cuando mi esencia reposa en el
puro y simple testigo del Kosmos, yo soy atemporal.
Así pues, cuando descanso en el simple testigo omnipresente, estoy
enfrente mismo del Espíritu.
De hecho, hoy y siempre estoy con Dios
en el estado de testigo simple omnipresente. Eckhart dijo que «Dios
se halla más cerca de mí que yo
mismo», porque en el testigo
omnipresente que es precisamente la naturaleza intrínseca del
Espíritu (mi propia esencia), Dios y yo somos uno.. De modo que
cuando no soy un objeto, soy Dios. (Y eso es algo que puede decir
verazmente cualquier yo del Kosmos.)
Pero yo no puedo entrar en el estado de testigo omnipresente -que es
el Espíritu mismo- porque ese estado se halla precisamente presente
en
todo momento. Yo no puedo comenzar a testimoniar, sino que sólo
puedo advertir que eso es algo que ya está ocurriendo. Este estado
no tiene un comienzo ni un final en el tiempo porque es, en
realidad, omnipresente. Y, del mismo modo que no podemos acercamos a
él, tampoco podemos alejarnos de él, porque siempre somos él. Ése es
también, precisamente, el motivo por el cual los budas nunca han
entrado en ese estado y los seres sensibles jamás lo han abandonado.
Cuando descanso en el testigo simple, claro y omnipresente, estoy
reposando en lo no nacido, en el Espíritu intrínseco, en la Vacuidad
primordial, en la libertad infinita. Yo no puedo ser visto porque
carezco de todo tipo de cualidades. Yo no soy eso, yo no soy esto,
yo no soy un objeto, yo no soy luz ni oscuridad, grande ni pequeño,
aquí ni ahí, yo carezco de color y de ubicación y estoy fuera del
espacio y del tiempo. Yo soy la vacuidad última, otro modo de llamar
a la libertad infinita, esencialmente libre. Yo soy la apertura, el
claro del que ahora mismo emana la totalidad del mundo manifiesto
pero yo no emerjo ahí, eso emerge en mí, en la inmensa vacuidad y
libertad de lo que soy.
Las cosas que pueden ser vistas son placenteras o dolorosas,
afortunadas o tristes, gozosas o temibles, sanas o enfermas, pero el
vidente de todas esas cosas no es afortunado ni triste, gozoso ni
temible, sano ni enfermo, sino sencillamente Libre. Como testigo
puro y simple yo estoy libre de todos los objetos, libre de todos
los sujetos,
completamente libre del tiempo y del espacio, del
nacimiento, de la muerte y de todas las cosas que se hallan entre el
nacimiento y la muerte. Yo soy, sencillamente, libre.
Cuando descanso en el testigo puro y simple advierto que esta
conciencia no es una experiencia.
Es consciente de las experiencias
pero no es, en sí misma, una experiencia. Las experiencias van y
vienen, aparecen y desaparecen, tienen un comienzo en el tiempo,
perduran durante un tiempo y terminan desvaneciéndose. Pero todas
ellas emergen en la simple apertura o claro que es la inmensa
expansión de lo que soy. Las nubes discurren por esa inmensa
vastedad, los
pensamientos discurren por esa inmensa vastedad y las
experiencias discurren por esa inmensa vastedad. Todo objeto aparece
y termina desvaneciéndose por esa inmensa vastedad, el vidente libre
y vacío, la espaciosa apertura o claro de donde emergen todas las
cosas, no aparece ni desaparece ni tampoco se mueve en modo alguno.
Así pues, cuando descanso en el testigo puro y simple he dejado ya
de estar atrapado en la búsqueda de experiencias, sean de la canse,
de la mente o del espíritu.
Las experiencias —sean sublimes o
abyectas, sagradas o profanas, dichosas o auténticas pesadillas—
simplemente van y vienen de continuo como las olas del océano que
soy. Cuando descanso en el testigo puro y simple, dejo de estar a
merced de las experiencias gozosas o aterradoras, todas las
experiencias discurren por mi rostro original como lo hacen las
nubes por el cielo
transparente de otoño y en mí hay cabida para
todo.
Cuando descanso en el testigo puro y simple, comienzo incluso a
advertir que el testigo no es una entidad o una cosa separada de lo
que atestigua, Todas las cosas emanan
de¡ testigo y el testigo mismo
se derrama en todas las cosas.
Así es, descansando en la conciencia simple, clara y omnipresente,
como descubro que no existen ningún interior y ningún exterior,
ningún sujeto y ningún objeto. Las cosas y los sucesos siguen
emergiendo con claridad —las nubes se desplazan, los pájaros cantan
y la brisa fresca sigue soplando—, pero no hay ningún yo separado
detrás
de todo ello. Los hechos simplemente emergen tal como son,
sin la menor referencia constante al yo o al sujeto contraído. Los
sucesos emergen tal y como son y lo hacen con la libertad de no
verse limitados por un pequeño yo que los contempla. Emergen con el
Espíritu y como Espíritu, en la apertura o claro que soy, no lo
hacen para ser vistos y distorsionados perceptivamente por ningún
ego.
En la modalidad contraída yo estoy «aquí», a este lado de mi rostro,
contemplando el mundo que se halla «ahí», del lado «objetivo». Yo
existo a este lado de mi rostro y mi vida entera gravita en tomo al
intento de protegerme, de salvaguardar esta contracción, de mantener
la sensación de búsqueda e identificación, una contracción que me
aliena del mundo externo, un mundo que desearé o detestaré, amaré u
odiaré, ante el que me acercaré o retrocederé, que trataré, en fin,
de apresar o de evitar. El interior y el exterior están en lucha
perpetua, desempeñando todos los papeles posibles del drama
esperanzado o aterrador de proteger la contracción sobre mí mismo.
Creemos que «perder nuestro prestigio es como morir», lo que es
profundamente cierto: ¡no queremos perder nuestro prestigio porque
no queremos morir!. ¡No queremos perder la sensación de identidad
separada!. Pero ese miedo primordial a perder prestigio es, en
realidad, la raíz de nuestra agonía más profunda, porque el intento
de protegemos —de salvar nuestra identidad con el cuerpo-mente— es
el propio mecanismo del sufrimiento, el propio mecanismo que termina
escindiendo el Kosmos en un interior versus un exterior, fractura
brutal que experimentamos como sufrimiento.
Pero cuando descanso en la conciencia simple, clara y omnipresente
simplemente dejo de protegerme, dentro y fuera desaparecen por
completo y lo único que existe es lo siguiente:
Cuando abandono todos los objetos —yo no soy esto, yo no soy eso— y
descanso en el testigo puro y simple, todos los objetos emergen
sencillamente en mi campo visual, todos los objetos emergen en el
espacio del testigo. Yo soy simplemente la apertura o claro en que
emergen todos los objetos. Yo advierto que todas las cosas emergen
en mí, emergen en la apertura o claro que soy. Las nubes flotan en
la vasta apertura que soy, el sol resplandece en la vasta apertura
que soy y el mismo cielo se halla en mí. Yo puedo degustar el cielo
porque se halla más cerca de mí que mi propia piel. Las nubes están
en mi interior y yo las veo desde dentro. Cuando todas las cosas
emergen en mí yo soy todas las cosas, el universo es un solo sabor y
yo soy eso.
Así pues, cuando descanso en el testigo todas las cosas emergen en
mí y yo soy la totalidad de las cosas. No hay sujeto y objeto
porque yo no veo las nubes sino que soy las nubes; no hay sujeto y
objeto porque yo no siento el frescor de la brisa sino que soy la
brisa fresca; no hay sujeto y objeto porque yo no escucho el fragor
del trueno sino que soy el propio estruendo que retumba.
Yo ya no estoy aquí, a este lado de mi rostro, contemplando un mundo
que se halle ahí fuera, sino que simplemente soy el mundo. Yo ya no
estoy aquí, he perdido mi identidad y he descubierto mi rostro
original, el Kosmos mismo. En la pura conciencia omnipresente, los
pájaros cantan y yo soy eso, el sol resplandece y yo soy eso, la
luna riela y yo soy eso.
Cuando descanso en la conciencia simple, clara y omnipresente, cada
objeto es su propio sujeto, cada evento, por así decirlo, «se ve a
sí mismo» porque yo soy ahora el que se está viendo a sí mismo. Yo
no estoy mirando el árbol sino que soy el árbol viéndose a sí mismo.
La totalidad del mundo manifiesto sigue apareciendo tal y como es,
con la única salvedad de que sujeto y objeto han desaparecido. La
montaña sigue siendo la montaña pero ya no es un objeto contemplado
y yo no soy el sujeto separado que la contempla. La montaña y yo
aparecemos en la conciencia simple y omnipresente, y en ese claro
ambos somos libres, en ese espacio no dual ambos estamos liberados,
en esa apertura de la conciencia omnipresente ambos estamos
iluminados. Tal apertura está libre de esa violencia divisora
llamada sujeto y objeto, aquí versus ahí y yo contra el mundo.
Cuando dejo de protegerme y desaparezco termino descubriendo a Dios
en la conciencia simple omnipresente.
Cuando descanso en el testigo atemporal, la gran búsqueda finalmente
termina. La gran búsqueda
es el principal enemigo del Espíritu
omnipresente, la más violenta mentira ante el más amable infinito.
La gran búsqueda es el intento de alcanzar una experiencia última,
una visión fabulosa, un paraíso de placer, un tiempo incesantemente
esplendoroso, una intuición poderosa —sea la búsqueda de Dios, la
búsqueda de la
Diosa o la búsqueda del Espíritu— ... pero el
Espíritu no es un objeto, y en consecuencia no puede ser buscado,
apresado, encontrado ni visto porque es el testigo omnipresente.
Buscar al testigo es equivocarse por completo, porque el mismo hecho
de buscar constituye el principal de los errores. ¿Cómo sería
posible buscar lo que ahora mismo es consciente de esta página? ¡Tú
eres eso!. Es imposible buscar al buscador.
Cuando dejo de ser un objeto soy Dios, y cuando voy tras un objeto
—el que sea—, dejo de ser Dios. Y esa lamentable catástrofe jamás
podrá ser corregida mediante la búsqueda de más objetos.
Al contrario, yo sólo puedo descansar en el testigo, que ya está
realmente libre de objetos, libre del tiempo y libre de la búsqueda.
Cuando yo no soy un objeto soy el Espíritu, cuando descanso en el
testigo libre y sin forma soy uno con Dios, ahora mismo, en este
instante atemporal y eterno. Sólo puedo degustar el infinito y
empaparme de la plenitud cuando dejo de seguir buscando y descanso
simplemente en lo que soy.
Antes de que Abraham fuera, yo ya era. Antes del Big Bang, yo ya
era. Y después de que el universo se disuelva, yo seguiré siendo. En
todas las cosas, grandes o pequeñas, yo soy. Y jamás podré ser
visto, oído, sentido, ni conocido. Yo soy es el testigo
omnipresente.
Poco importa, pues, lo que se vea en un determinado momento, ya que
la realidad esencial no es nada que pueda verse, sino el vidente
mismo. Poco importa, pues, que experimentemos paz o inquietud,
ecuanimidad o agitación, dicha o terror, felicidad o tristeza,
porque todos estos son objetos de nuestra conciencia y el testigo
que los experimenta es ya libre.
Poco importan, pues, los estados fluctuantes, porque lo que
realmente importa es reconocer al testigo omnipresente. Aun en
medio de la gran búsqueda o en la más intensa de mis contracciones
en mí mismo, sigo teniendo acceso directo e inmediato al testigo
omnipresente. No es que
tenga que intentar traer esa conciencia
simple a la existencia, ni tampoco que deba tratar de entrar en ese
estado. No tengo que hacer
el menor esfuerzo, sólo darme cuenta de
que ya soy consciente de los cielos, percatarme de que ya soy
consciente de las nubes, advertir que el testigo omnipresente se
halla ya completamente operativo y que no es algo difícil de
alcanzar sino, por el contrario, imposible de evitar. Nunca he
dejado de estar inmerso en esa conciencia omnipresente, la vacuidad
esencial de la que emana toda manifestación.
Cuando usted es el testigo de todos los objetos y todos los objetos
emanan de usted, usted permanece en la libertad última, en la vasta
amplitud de la inmensidad del espacio. En ese único gusto, el
viento ya no sopla sobre usted, sino que lo hace desde su interior,
el Sol ya no brilla
sobre usted sino que irradia desde el centro
mismo de su ser, y cuando llueve es usted mismo quien está
derramándose. Entonces podrá beberse el océano Pacífico de un solo
trago y tragarse el universo entero, las supernovas nacerán y
morirán dentro de su corazón y las galaxias girarán incesantemente
en el centro de su corazón y todo resultará tan sencillo como el
canto del petirrojo en un amanecer transparente como el cristal.
Cada vez que me doy cuenta o reconozco al testigo omnipresente,
pongo fin a la gran búsqueda y acabo de una vez con la sensación de
identidad separada. Esa es
la práctica no dual, la práctica última,
la práctica secreta, la práctica de la no práctica, la práctica del
simple reconocimiento, la práctica de la remembranza y del
reconocimiento que se asienta eterna y atemporalmente en el hecho de
que lo único que existe es el Espíritu, un Espíritu que no es
difícil de encontrar sino, por el contrario, imposible de evitar.
El Espíritu es lo único que nunca ha estado ausente, lo único que ha
permanecido inmutable en medio del flujo incesante de la
experiencia. Y esto es algo
que usted sabe desde hace literalmente
millones de años y no hay, en consecuencia, nada que le impida
reconocerlo. «Si usted comprende esto, descansa en lo que comprende
y eso, precisamente, es el Espíritu. Si usted no lo comprende,
descansa en lo que no comprende y eso, precisamente, es el
Espíritu.» Por toda la eternidad sólo hay Espíritu, el testigo de
este, y de este y también de este
instante... hasta el mismísimo fin
del mundo.
El ojo del Espíritu
Cuando descanso en la conciencia simple, clara y omnipresente, estoy
descansando en el Espíritu intrínseco, yo no soy, de hecho, más que
el Espíritu testigo. No es
que me convierta en Espíritu sino que
simplemente reconozco el Espíritu que siempre he sido. Cuando
descanso en la conciencia simple, clara y omnipresente, yo soy el
testigo del mundo, el ojo del Espíritu. Entonces veo el mundo como
lo ve Dios, como lo ve la Diosa, como lo ve el Espíritu, y todo
objeto es la más pura expresión de la belleza, toda cosa y todo
evento un gesto de gran
perfección, todo proceso el latido mismo de
mi ser eterno. Entonces no
soy un testigo ajeno a todo lo que
aparece sino que soy un solo sabor con todo lo que emana de mi
interior. El Kosmos entero
brota ante el ojo del Espíritu, ante el
yo del Espíritu, ante mi propia conciencia, el estado simple
omnipresente que siempre he sido.
Desde el fundamento de la conciencia simple y omnipresente el
cuerpo-mente se renueva por completo. Cuando usted descansa en la
conciencia primordial, la conciencia satura todo su ser y de la
corriente misma de la conciencia emerge un nuevo destino. Cuando la
gran búsqueda ha finalizado, cuando la sensación de identidad
separada ha desaparecido, cuando la continuidad del testigo se ha
estabilizado, cuando la conciencia omnipresente constituye su
continuó sustrato, su cuerpo-mente resucitará y se reconstruirá en
tomo al Espíritu intrínseco y usted se levantará de entre los
muertos, por así decirlo, para asumir un nuevo destino y una nueva
misión.
Cuando usted deje de existir como yo separado (y ponga fin al daño
que eso provoca al cuerpo-mente), se convertirá en un vehículo del
Espíritu (y su cuerpo-mente, libre ya de las distorsiones y
brutalidades de la contracción sobre sí mismo, podrá actuar desde
sus potencialidades
más elevadas). Desde el sustrato
de su
conciencia omnipresente, usted personificará todas y cada una de las
cualidades iluminadas de los budas y los bodhisattvas («aquellos
cuyo ser [sattva] es la conciencia [bodhi] omnipresente»).
Los términos budistas son poco importantes, lo único que importa son
las cualidades iluminadas que representan. El hecho es que, una vez
que usted ha estabilizado la conciencia simple y omnipresente —una
vez que la gran búsqueda y la contracción sobre el yo ha dejado de
seguir alimentando la vida separada y ha vuelto a Dios, ha vuelto a
su fundamento en la conciencia omnipresente—, entonces podrá
resurgir desde el sustrato de su conciencia omnipresente y
personificar las posibilidades más elevadas de ese sustrato.
Entonces usted será el vehículo del Espíritu que ya es, el sustrato
omnipresente vivirá a través de usted, como usted, en una
extraordinaria diversidad de formas.
Tal vez entonces usted se convierta en Samantabhadra —cuya
conciencia omnipresente asume la forma de una inmensa conciencia de
igualdad— y entonces se dé cuenta de que la conciencia omnipresente
que se halla en usted es la misma conciencia que se halla totalmente
presente en todos los seres sensibles sin excepción alguna. Una y
la misma, singular y única, un solo corazón, una sola mente, una
sola alma que respira y late en todos los seres sensibles
recordándoles ese simple hecho, recordándoles que lo único que
existe es el Espíritu, recordándoles que nada se halla más cerca de
Dios que otra cosa, porque sólo existe Dios, sólo existe divinidad.
Quizás usted devenga Avalokiteshvara, cuya conciencia omnipresente
asume la forma de la compasión bondadosa. En la resplandeciente
claridad de la conciencia omnipresente, todos los seres sensibles
emergen como formas iguales del Espíritu intrínseco, de la vacuidad
pura, y todos ellos son tratados como hijos e hijas del Espíritu que
son. Usted habrá elegido
vivir esta compasión con una delicada
entrega, de modo que su misma sonrisa caldeará los corazones de
quienes sufren y ellos le buscarán para que les confirme la promesa
de su posible liberación en la gran amplitud de su conciencia
primordial y usted nunca les dará la espalda.
Quizás aparezca entonces como Prajnaparamita, la madre de los budas,
cuya simple conciencia omnipresente asume la forma de inmensa
vastedad, el útero de lo no nacido en que reside el Kosmos entero.
Porque lo cierto es que, del sustrato de su propia conciencia,
simple, clara y omnipresente, nacen todos los seres y a él terminan
retornando. Cuando descansa en el claro resplandor de su conciencia
omnipresente, contempla el nacimiento de los mundos del que emergen
y al que terminan regresando también todos los budas y todos los
seres sensibles. Y usted permanecerá sonriendo y abrazando la
inmensa amplitud de la sabiduría eterna mientras todo comienza de
nuevo, una y otra vez, por siempre jamás, desde el útero de su
omnipresente estado.
Tal vez se presente como
Manjushri, cuya conciencia omnipresente
asume la forma de la inteligencia luminosa. Aunque todos los seres
sean igualmente Espíritu intrínseco, los hay que no reconocen
fácilmente esta esencia omnipresente y la sabiduría discriminativa
emergerá brillantemente del sustrato de la conciencia de igualdad.
Entonces usted percibirá instintivamente lo verdadero y lo falso y
clarificará todo lo que toque. Y si el yo contraído sobre sí no
escucha su amable voz, su conciencia omnipresente se manifestará en
su forma más airada que, según se dice, no es sino el temible
Yamantaka, el vencedor del Señor de la Muerte.
Quizás aparezca como Yamantaka, el fiero protector de la conciencia
omnipresente, el samurai del Espíritu intrínseco. Este aspecto
terrible aparece para superar los obstáculos que bloquean la
conciencia omnipresente. En tal caso, usted simplemente brotará
desde el sustrato de la conciencia de igualdad para revelar lo
falso, lo superficial y lo menos-que-omnipresente. Ese ya no es un
tiempo de sonrisas, sino de la espada de la sabiduría
discriminativa, que atraviesa sin piedad todos los obstáculos que
impiden acceder al sustrato que todo lo engloba.
Tal vez se presente como Bhaishajyaguru, cuyo conciencia
omnipresente asume la forma del resplandor curativo. Desde la
brillante claridad de la conciencia omnipresente, usted siempre
recordará a los enfermos, a los afligidos y a los que sufren que,
aunque su sufrimiento sea real, ése no es su verdadero ser. Y ante
la simple presencia de su sonrisa, las almas contraídas se relajarán
en la inmensa vastedad de la conciencia intrínseca, una relajación
ante la que la enfermedad perderá todo su sentido. Y esa conciencia
omnipresente es tan ajena al esfuerzo que nunca se agotará y
recordará de continuo a todos los seres qué y quiénes son, del otro
lado del miedo, en el amor esencial y la aceptación ecuánime que es
la mente-espejo de la conciencia omnipresente.
Quizás devenga usted Maitreya, cuya omnipresente conciencia asume la
forma de la promesa de que, aun en el más alejado de los futuros, la
conciencia siempre se hallará presente. Desde la brillante claridad
de la conciencia primordial, usted hará el voto de permanecer con
todos los seres hasta una eternidad de futuros, porque esos mismos
futuros emergerán en la simple conciencia del presente, la misma
conciencia que ahora ve da cuenta de ello.
Éstas son, simplemente, algunas de las potencialidades de la
conciencia omnipresente. Poco importan, repito, los términos
budistas, porque no son más que algunas de las formas de su propia
resurrección, algunas de las posibilidades que pueden presentársela
cuando haya llegado al final de la gran búsqueda, algunas de las
formas en que el mundo se aparece ante el ojo omnipresente del
Espíritu, ante el yo omnipresente del Espíritu, lo que usted ve,
ahora mismo, cuando contempla el mundo tal como lo ve Dios, desde el
sustrato sin fundamento de la simple conciencia omnipresente.
Cuando todo ha
concluido
Tal vez usted aparezca como cualquiera de esas formas de la
conciencia omnipresente. Pero en realidad eso tampoco importa,
porque cuando usted descansa en la resplandeciente claridad de la
conciencia omnipresente, no es buda bodhisattva, no es esto ni eso,
no se halla aquí ni ahí. Cuando usted descansa en la conciencia
simple y omnipresente, usted es lo no nacido y carece de todo tipo
de cualidades. Carente de color, usted es lo incoloro, carente de
tiempo, usted es lo atemporal, carente de forma usted es lo sin
forma. Cuando usted descansa en la vacuidad primordial, es invisible
a este mundo.
Sólo que, como ser
encarnado, usted también emerge al mundo de la
forma que es su propia manifestación. Y algunos de los potenciales
intrínsecos de la mente iluminada (los potenciales intrínsecos de su
conciencia omnipresente) —como la ecuanimidad, la sabiduría
discriminativa, la sabiduría semejante a un espejo, la conciencia
sustrato y la conciencia que todo lo alcanza— se combinan con las
predisposiciones naturales y los talentos concretos de su
cuerpo-mente individual. Así pues, cuando el yo separado muere en la
vasta amplitud de su propia conciencia omnipresente, usted aparece
alentado por algunos o varios de estos potenciales iluminados.
Entonces ya no se halla motivado por la gran búsqueda, sino por la
gran compasión de esas potencialidades, algunas de las cuales son
amables, otras airadas, pero todas, a fin de cuentas, posibilidades
de ese estado omnipresente.
Así pues, cuando usted descansa en la conciencia simple, clara y
omnipresente, usted reaparece con las cualidades y virtudes de sus
posibilidades más elevadas, como la compasión, la sabiduría
discriminativa, el discernimiento, la intuición cognitiva, la
presencia curativa, el recuerdo airado, las habilidades artísticas,
las destrezas atléticas, las virtudes pedagógicas o algo —por qué
no— tan sencillo como ser el mejor jardinero del barrio. (Dicho en
otras palabras, cualquiera de las líneas del desarrollo llevada a su
condición primordial, liberada de su condición
post-postconvencional). Cuando el cuerpo-mente se libera de las
brutalidades infligidas por la contracción sobre uno mismo,
naturalmente gravita en torno a su estado más elevado, manifestado
en los potenciales superiores de la mente iluminada, las grandes
potencialidades de la conciencia simple y omnipresente.
De modo que cuando usted descansa en la conciencia simple y
omnipresente, usted es lo no nacido, pero en la medida en que nace
—en la medida en que emerja de la conciencia omnipresente— lo hará
manifestando ciertas cualidades, las cualidades inherentes al
Espíritu intrínseco teñidas por las predisposiciones de su
cuerpo-mente y de sus talentos particulares.
Y sea
cual fuere la forma de su propia resurrección, no lo hará
motivado por la gran búsqueda, sino impulsado por el gran deber, por
su Dharma ilimitado, por la manifestación de su potencialidades más
elevadas, y entonces el mundo comenzará a cambiar gracias a usted.
Y usted nunca se desalentará, nunca temerá fracasar en su gran
misión y nunca se alejará de ella, porque la conciencia simple y
omnipresente se halla con usted, ahora y siempre, hasta el fin de
todos los mundos, porque ahora, siempre e interminablemente siempre,
lo único que existe es el Espíritu, la conciencia intrínseca, la
conciencia simple de esto y nada más.
Pero el viaje que conduce a lo
que es empieza en el comienzo sin
principio, empieza reconociendo lo que siempre ha sido así. («Si
usted comprende esto, descansa en lo que comprende y eso,
precisamente, es el Espíritu.
Si usted no comprende esto, descansa
en lo que no comprende y eso, precisamente, es el Espíritu.»)
Nosotros permitimos que el reconocimiento de la conciencia
omnipresente aparezca, de manera amable, accidental y espontánea, a
lo largo del día y de la noche.
Basta, simplemente, con percatamos
de que la conciencia simple y omnipresente no es difícil de alcanzar
sino, por el contrario, imposible de evitar.
Así pues, seguimos haciendo esto, de manera amable, accidental y
espontánea, a lo largo de¡ día y de la noche. No tardará, este
reconocimiento, en crecer e impregnar los tres estados de la
vigilia, el sueño y el sueño sin ensueños, evidenciando los
obstáculos que fingen ocultar su naturaleza hasta que la conciencia
simple y omnipresente se revele en una continuidad ininterrumpida a
través de todos los cambios de estado, a través de todos de cambios
de espacio y de tiempo, tras de lo cual el espacio y el tiempo
pierden todo su significando manifestando lo que son, velos
resplandecientes de la radiante vacuidad que usted es y pronto se
desvanecerá en la belleza, morirá en la verdad y se disolverá en la
bondad y no quedará nadie para testimoniar el terror, nadie para
derramar seriamente sus lágrimas, nadie para inquietarse, nadie para
negar lo divino, lo único que es, lo único que fue y lo único que
será.
Y en una fría y cristalina noche la luna brillará sobre una Tierra
silenciosa para recordarnos lo que hay detrás de todo este juego. El
brillo de la Luna consumirá los sueños que alientan nuestros
adormecidos corazones y el anhelo de despertar conmoverá los
cimientos mismos de esa noche y usted se verá impulsado, una vez
más, a responder a los más apesadumbrados de los lamentos y se
descubrirá, aquí y ahora mismo, preguntándose qué es lo que
realmente significa todo esto, hasta que un fogonazo traspase su
mente y el sueño concluya de una vez por todas. Entonces podrá
aparecer como la Luna misma y cantar
los sueños de su propio
corazón; entonces podrá aparecer como la Tierra misma y glorificar a
todos sus benditos habitantes; entonces podrá aparecer como el mismo
Sol, tan infinitamente radiante que resulta evidente. Y en ese único
sabor de pureza primordial, carente de todo comienzo y de todo
final, en el que no puede entrarse y del que no se puede salir, que
no nace ni tampoco muere, todo es. Y el remoto sonido de una cascada
es todo lo que queda de este relato, en una noche fría y cristalina
bañada, en este instante, y también en éste, y en este otro, por la
luz de la Luna.
Cuando el gran maestro zen Fa-ch'ang estaba muriendo, una ardilla
jugueteaba en el tejado. «Esto es todo —dijo Fa-ch'ang—, nada más.»
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