Sobre nuestra curación y la del mundo
Laszlo: Los temas que hemos tratado esta mañana dejan bien claro que la
primera condición básica para crear un mundo sustentado en la paz y la
cooperación es un mejor
entendimiento entre las personas, y también entre
las culturas. ¿Queremos decir, por consiguiente, que la nueva
espiritualidad también es una manera de alcanzar el entendimiento
intercultural? ¿Acaso la espiritualidad capacita a las personas para
vivir juntas y llega a curar las heridas de la sociedad y el mundo en
general?
Grof: Sin duda aquí está el potencial. Las experiencias transpersonales
en
las que sentimos que nos identificamos con los demás podrían
desembocar en una mayor aceptación. He podido comprobarlo en numerosas
ocasiones. El único problema sería saber si eso puede darse a gran
escala,
y
a tiempo, para poder cambiar las cosas.
Laszlo: La gente de Auroville, la comunidad experimental hindú basada en
la
espiritualidad, está convencida de que si un gi‑upo de individuos se
concentra en una determinada clase de conciencia, eso afectará también a
los demás. ¿Creéis que la difusión de la conciencia transpersonal es un
factor real y prometedor?, ¿que esta propagación, y no esa conciencia
que
va
pasando de uno a uno hasta abarcar a todos los individuos, podría ser
la
causa de un cambio significativo en nuestro mundo actual?
Grof: ¡Absolutamente! En la India creen que los yogis que meditan en las
cuevas del Himalaya pueden influir de manera positiva en la situación
mundial; y en la actualidad disponemos también de las ideas de Sheldrake
sobre la resonancia mórfica. Por desgracia, la teoría del centésimo
mono,
una atractiva y logradísima imagen de este mecanismo, resultó ser una
ficción en lugar de un hecho científico. Al principio creó una gran
expectación, pero luego Lyall Watson admitió que la había inventado.
publicaron en revistas especializadas japonesas, según dijo, pero los
resultados no fueron tan espectaculares como afirmaba; no había nada
especial en todo aquello.
Lo
que, sin embargo, encontré más increíble de la historia del centésimo
mono es lo fácilmente que se adhirió todo el mundo a ella. La gente
deseaba creerla, tanto más cuanto que fueron muy pocas las personas que
se
cuestionaron su autenticidad o se tomaron la molestia de analizar la
investigación original; lo cual todavía es más sorprendente, dado lo
curioso de su contenido. Lo
mismo ocurre con la teoría de Sheldrake, que
toca un tema muy parecido: la idea de que aprender es contagioso y que
cuanta más gente aprenda a hacer una tarea determinada, más fácil será
para los demás aprenderla, incluso aunque vivan en el hemisferio opuesto
del planeta. Volvemos a encontramos con otra afirmación de lo más
extravagante y, sin embargo, veo que mucha gente acepta esta teoría sin
cuestionársela.
No
he dejado de preguntarme la razón, porque eso no suele ocurrir con las
ideas poco convencionales. Creo que la gente nota en su interior que las
cosas son así: lo sienten de manera intuitiva. Es como un conocimiento
interior que nos dijera de algún modo, no sabemos exactamente cómo, que
el
estado de conciencia de una persona puede influir en la conciencia de
los
demás. Es como si se diera una especie de divulgación transpersonal de
la
conciencia, y cuando alguien sale con teorías o experimentos que
refrendan
esta posibilidad, tenemos la sensación de que ésa es la prueba que nos
faltaba.
Grof: Me gustaría plantear una observación que podríamos considerar una
prueba indirecta. A menudo sucede que revivir el nacimiento biológico
tiende a facilitar en el inconsciente colectivo el acceso a imágenes y
experiencias de una violencia, una crueldad y un derramamiento de sangre
inimaginables. La gente revive las atrocidades que se cometieron en el
pasado durante guerras o revoluciones, las cámaras de tortura de la
inquisición y los campos de concentración. Cuando el proceso de
autoexploración alcanza este nivel, la experiencia se vuelve
transpersonal; la historia de lo individual se funde con la historia de
la
especie. Aquellos que iniciaron el proceso como una terapia personal a
menudo sienten, llegado este momento, que en realidad no se están
curando
sólo ellos, sino que ese beneficio también repercute en el campo de la
conciencia de la especie. Es como si el inconsciente colectivo
contuviera
impurezas, alguna materia indigesta de épocas anteriores, y al
recuperarlas en la conciencia individual para procesarlas luego, tuviera
lugar una limpieza y una curación colectivas.
La
profundidad e intensidad de estas experiencias va mucho más allá del
marco de lo que uno considera personal e individual: las personas
sienten
que se identifican con el sufrimiento humano. Algunas incluso refieren
arquetipos presentes en la literatura espiritual, como, por ejemplo,
Jesús
sufriendo por los pecados de los demás, o bien el Bodhisattva negándose
a
alcanzar la liberación personal y adoptando voluntariamente la tarea de
liberar a todos los seres que sufren.
Todo ello nos conduce a plantearnos la cuestión de la relación existente
entre el trabajo interior y el activismo dirigido hacia el mundo
exterior.
¿Cuál es la mejor estrategia para lograr un cambio efectivo en la
situación externa? Ya he mencionado a esos yogis que según parece
solucionan los problemas del mundo sin abandonar el entorno inmediato de
sus cuevas. Hace unos años Ram Dass y Daniel ElIsberg sostuvieron una
interesante discusión sobre el tema en el congreso anual de la
Asociación
de
Psicología Transpersonal (APT) en Asilomar, en Califomia. Ram Dass,
defensor de la práctica espiritual sistemática y que contaba en su haber
con experiencias transpersonales impresionantes, llegó a la conclusión
de
que lo más importante que podíamos hacer para contribuir a mejorar la
situación mundial era realizar un trabajo interior sistemático que nos
condujera a una profunda transformación psicoespiritual. Si todos
hiciéramos lo mismo, el mundo cambiaría, e incluso evitaríamos la
posibilidad de enfocar erróneamente diversas actividades, que es lo que
en
realidad empeora las cosas.
Daniel ElIsberg tenía una idea distinta. Como activista y pacifista que
había divulgado los planes secretos de los círculos militares americanos
publicando documentos del Pentágono, Ellsberg estuvo convencido desde el
principio de que lo único que podía cambiar el mundo era una actividad
externa decidida: protestas políticas, manifestaciones, boicots y otras
posibles estrategias de la misma naturaleza. Creía que participar en
manifestaciones y terminar en comisaría para aparecer luego en los
titulares de los periódicos era la actividad revolucionaria más eficaz y
lo
mejor que podía hacerse para catalizar un cambio positivo.
Es
decir, la discusión empezó desde dos posiciones diametralmente
opuestas, pero a medida que iban adentrándose en el tema, fueron
acercando
sus puntos de vista de manera progresiva. Ram Dass terminó por aceptar
que
una vez se ha trabajado partiendo de las inclinaciones personales y
cuando
ya
hemos clarificado nuestra propia posición gracias a un profundo trabajo
interior, hay que salir al mundo para poner en práctica nuestras ideas.
En
la
actualidad está profundamente implicado en su trabajo y dedica gran
parte de su tiempo y energía a proyectos sobre el medioambiente y otras
causas altruistas.
Por su parte, Daniel Ellsberg cayó en la cuenta de que los activistas
mas
acérrimos deben realizar también un trabajo sistemático interior para
poder intervenir con plena conciencia, centrando sus energías, con los
medios más adecuados y librándose de los coletazos de sus propios
impulsos
inconscientes todavía no resueltos.
Russell: Hay muchas posibilidades de que una persona que realice un
trabajo interior influya directamente en la conciencia de los demás. Sé
por propia experiencia que cuando medito con un grupo de personas en la
misma
habitación, algo ocurre: mi manera de meditar es significativamente
más profunda y clara. Se nota mucho, aunque es algo que no puedo
explicar,
a
menos que demos por supuesta la existencia de una influencia directa
entre los que estamos meditando.
Se
ha demostrado que el efecto se extiende más allá de la estancia donde
la
gente medita. Unos investigadores que estudiaban las consecuencias de
la
meditación trascendental descubrieron que el hecho de que un gran
número de personas meditaran juntas tenía consecuencias visibles sobre
los
que vivían en la misma zona. Estos profesionales formaron grupos de
cinco
mil personas que meditaron en la misma ciudad durante varias semanas.
Luego analizaron diversas estadísticas
de orden social en aquella
localidad durante el período que duró el experimento y descubrieron que
las tasas de delincuencia, los accidentes y los ingresos hospitalarios
habían disminuido. Ya sé que suena rarísimo, pero no creo que amañaran
los resultados. Los críticos que denostaron esta teoría estudiaron
detenidamente los experimentos y pusieron de relieve que los
investigadores no habían controlado una determinada variable. Los
grupos
de
meditación trascendental volvieron a repetir el experimento mejorando
el
control de los parámetros implicados... y siguieron saliendo los mismos
resultados. De verdad que es increíble.
Laszlo: El hecho de que exista una conexión interna/externa es bastante
probable. He presenciado experimentos sobre el tema en Milán, en Italia.
Los voluntarios del grupo de control se sometieron a una prueba con
electrodos conectados a la cabeza para detectar sus ondas cerebrales.
Resultó que cuando los sujetos entraban en plena meditación, los dos
hemisferios del cerebro seguían un modelo sincronizado. Las ondas se
volvían armónicas.
Ahora bien, lo que me interesa destacar de todo esto es que se da algo
parecido cuando varias personas meditan juntas. Las ondas cerebrales de
todas ellas, o prácticamente todas, se sincronizan; y del grupo surge un
modelo de onda cerebral casi idéntico, aun sin haber contacto sensorial
entre los individuos. He visto casos en los que tras cinco o seis
minutos
de
meditación, doce de los sujetos llegaron a alcanzar una sincronización
entre ellos de un 98%.
Las sincronías y otras conexiones sorprendentes
Grof: A mí lo que me fascina de verdad es algo que se encuentra en el
terreno de lo puramente psicológico: el campo de las sincronías en lugar
del de la sincronización. Cuando hacemos los ejercicios respiratorios,
muchísimas veces ocurre que las personas compartimos las mismas
experiencias, o bien que éstas se complementan a la perfección, aunque
no
se
haya tenido contacto a través de los canales habituales. También
ocurre que estos individuos suelen aparecer en las experiencias del
grupo
y,
al acabar la sesión, dibujan mandalas prácticamente idénticos.
Russell: No creo que estas sincronías ocurran simplemente por
casualidad.
Me
he percatado de que las sincronías se dan con mayor frecuencia cuando
tengo la conciencia clara y centrada. Si, por ejemplo, acabo de volver
de
un
retiro donde se practica la meditación, parece que las sincronías no
dejan de sucederse. Es como si el universo entero estuviera de mi lado;
todo sale a la perfección: muchísimo mejor de lo que yo podría haber
previsto o planeado; y al contrario, cuando siento el estrés y la
fatiga,
y
mi estado mental acusa la tensión o el agotamiento, apenas hay
sincronía en mi vida. Es decir, estas conexiones de alguna manera
parecen
reflejar el estado de mi propia conciencia. La interesantísima
implicación del argumento es que puedo ejercer un cierto grado de
control
sobre
la manifestación de estas sincronías si procuro por mi propio
bienestar interior.
La
comprensión de estas relaciones es algo muy complejo dentro del
paradigma actual. Sin embargo, unas cuantas experiencias me han
convencido en primer lugar de la
existencia del fenómeno y, en segundo,
que, por lo tanto, algo debe de funcionar mal en este paradigma.
Laszlo: Lo que necesitamos es damos cuenta de que, por un lado, estos
efectos y experiencias sincrónicos ocurren efectivamente y, por el
otro,
ocurren con independencia de la clásica relación de causa y efecto. Sin
embargo, me pregunto si en realidad no existirá alguna clase de
correspondencia. El hecho de no hallarla quizás se deba a que la
estemos
buscando en el marco del paradigma antiguo. Quizás deberíamos considerar
a
los individuos como fragmentos de una totalidad mayor; una totalidad
más
vasta que está sufriendo una transformación, y los individuos van dando
palos de ciego para entender lo que está ocurriendo (a ellos, a la
comunidad y a la cultura en la que viven inmersos). Mientras sigamos
buscando la explicación en la mente individual, conseguiremos unos
resultados paradójicos y en apariencia esotéricos. La explicación real
podría hallarse en el nivel de la totalidad.
Ahora bien, es importante aclarar precisamente cuáles son las sincronías
e
interconexiones (o coincidencias) de que hablamos: ¿las que relacionan
entre sí la mente de distintas personas?, ¿o bien las que relacionan la
mente y la materia?
Grof: Existen dos clases de coincidencias atípicas que me interesan. La
primera se trata meramente de una acumulación o combinación de
acontecimientos harto improbable. De ella habló por primera vez el
científico austriaco Kammerer, del que hizo un estupendo retrato Arthur
KoestIer en The Case of the Midwife Toad (“El caso de la comadrona
asquerosa”). A Kammerer le fascinaba el fenómeno de la sincronía. Por
ejemplo, un día vio el mismo número en el resguardo del aparcamiento y
en
la
entrada de teatro que utilizaría aquella misma noche. Por si fuera
poco,
volvió a tropezarse con él cuando, al pedir un teléfono a un
conocido, éste le dio ese mismo número.
C.G. Jung citaba las observaciones de Kammerer en un artículo titulado
“La sincronía como principio conector no causal” y que relataba una
historia todavía más increíble concerniente a un tal señor Deschamps y a
una extraña variedad de budín de ciruela. La primera vez que el señor
Deschamps vio el budín fue cuando su amigo, el señor de Fontgibu, se lo
regaló por su aniversario. La segunda vez que tropezó con el mismo
budín
fue cuando lo vio en la carta de un restaurante de París, al cabo de
unos
años. Al pedir el postre, descubrió que la última porción de aquella
exquisitez acababa de pedirla al otro extremo del restaurante el mismo
señor de Fontgibu que le había descubierto el bizcocho. Acababa de
llegar
a
París y, “por accidente”, había entrado en el mismo restaurante.
Muchos años después al señor Deschamps le sirvieron aquel budín en una
fiesta. Esta tercera vez le pasó por la cabeza que lo único que faltaba
era su amigo, el señor de Fontgibu. De repente sonó el timbre de la
puerta
y
ahí apareció su amigo, perplejo y confuso. Llegaba a este tercer
encuentro con el budín por error, porque alguien le había dado mal la
dirección. Me cuesta mucho creer que esta clase de extraordinarias
coincidencias sean sólo una casualidad (en realidad, son astronómicamente
improbables). Yo me inclino más bien por ver en ellas la obra de un
embaucador cósmico redactando el guión de la realidad.
Más notable aún resulta la segunda clase de coincidencia, ésa en la que
una parte es una experiencia intrapsíquica y la otra un acontecimiento
de
la
realidad consensuada, del mundo material. El famoso ejemplo de Jung es
el
del escarabajo que golpeaba a la ventana de su estudio justo cuando el
psicólogo estaba analizando el sueño de un paciente sobre un escarabajo
egipcio. Joseph Campbell describió un caso similar que le ocurrió a él
en
una ocasión. En la época en que escribió el libro The Way of the Animal
Powers Campbell residía en Manhattan, en el piso decimocuarto de un
altísimo edificio. Su estudio tenía dos paneles de ventanas: uno daba a
la
Sexta Avenida, el otro, al río Hudson. Casi nunca abría los ventanales
que daban a la avenida, porque la vista que desde allí se ofrecía no era
interesante. Estaba escribiendo el capítulo sobre la mitología de los
bosquimanos kalahari de África, según la cual una de las principales
figuras heroicas es la mantis religiosa, y tenía varios artículos e
imágenes del personaje dispuestos a su alrededor. En plena tarea sintió
el
impulso repentino de abrir una de las ventanas, que, por lo general,
mantenía cerradas; y allí, en el piso decimocuarto de un altísimo
edificio
de
Manhattan, había una mantis religiosa subiendo por la fachada. ¿Qué
probabilidades hay de que algo así ocurra por casualidad?
He
observado que las sincronías son más frecuentes en la vida de aquellas
personas que han sufrido una transformación psicoespiritual profunda
presenciando la muerte del ego y el renacimiento. Es una experiencia
que
suele comportar muchos cambios decisivos en el sistema de valores y la
estrategia vital. La gente es más capaz de vivir el presente y lo hace
con
un
gran celo. No le interesa tanto la rígida búsqueda de objetivos
específicos. Su vida deja de parecerse a un combate de boxeo o lucha
libre
y
se asemeja más a las artes marciales. El surf nos brinda una metáfora
incluso mejor. Cuando hacemos surf, no podemos decidir a dónde iremos,
hemos de deslizamos sobre las olas. Las personas, por consiguiente, en
lugar de forzarnos a lograr un objetivo futuro, luchando contra
enemigos
y
apartando obstáculos del camino, sentimos la dirección de la energía, y
la
manera en que podemos adaptamos a ella. Sencillamente nos dejamos
arrastrar por la corriente. Es muy parecido al concepto taoísta wu wei,
la
inacción en el sentido de aceptar el devenir de los acontecimientos.
La
vida se vuelve más llevadera y, por muy extraño que parezca, más
creativa, productiva y gratificante. Esto es lo que sucede cuando
empiezan a darse las sincronías y éstas, de manera inesperada, suscriben
y
posibilitan todo aquello que hacemos, lo cual, por otro lado, no sólo
redunda en beneficio propio, sino que beneficia a toda la comunidad. Hay
una sensación de vinculación profunda con los demás y una necesidad de
prestar
nuestros servicios en bien de la cooperación y la sinergia. Se
advierte un gusto por las diferencias, una mayor tolerancia y la
sensación de pertenecer a la familia humana, la naturaleza y el cosmos.
A
su
vez, la conciencia y la sensibilidad ecológicas aumentan
considerablemente.
Laszlo: Cuando varios sucesos aparentemente distintos se reúnen en
nuestra propia mente, o incluso en la mente de personas conocidas,
siempre
podemos intentar ofrecer una explicación en términos de memoria y
recuerdo
asociativo. Sin embargo, cuando algo que sucede en la mente de uno
entra
en
relación sincrónica con un acontecimiento que sucede fuera del cráneo,
en
el mundo físico, tenemos que lidiar con un asunto muy distinto.
Necesitamos en este caso un marco de explicación radicalmente
diferente.
Éste es el auténtico desafío para los investigadores modernos dedicados
a
analizar el alcance y el poder de la mente y la conciencia.
1. El papel de la espiritualidad *
Durante varias jornadas, tres representantes de la llamada
“psicología transpersonal” (Ervin Laszlo, Stanislav Grof y Peter
Russell)
se reunieron para —en palabras de Ervin Laszlo—:
“reflexionar sobre las posibilidades de que haya paz en el mundo...”. En
el presente
fragmento se debate sobre los papeles encontrados de la
espiritualidad y la religión —institucionalizada— en la “revolución
de la conciencia” que los autores preconizan.
GROF: Dejadme volver al desafío del que hablábamos antes, la síntesis de
las concepciones científica y mística del mundo. En los círculos
académicos reina la sensación de que la ciencia y su monismo
materialista
han refutado y descalificado de una vez por todas lo espiritual y lo
religioso, desde las primitivas creencias populares hasta las grandes
tradiciones místicas. Creo que, además de reflejar un profundo
desconocimiento de la naturaleza y la función de la ciencia, confunden
la
espiritualidad con la religión, Considero que es un problema grave y
creo
que es imposible reconciliar ciencia y espiritualidad si no aclaramos
este
punto.
LASZLO: Muy bien. ¿Cómo definirías tú la espiritualidad? ¿En qué sentido
es
distinta de la religión?
GROF: La espiritualidad es un asunto privado y refleja la relación
existente entre el individuo y el cosmos. Por analogía, la religión es
una
actividad organizada que precisa de un lugar concreto y un sistema de
mediadores asignados y distribuidos jerárquicamente. En teoría la
religión
debería ofrecer a sus miembros los medios y el apoyo necesario para que
desarrollaran sus experiencias personales. Sin embargo, eso no ocurre
jamás. De hecho, las experiencias espirituales personales son una clara
amenaza para las religiones organizadas, porque independizan a sus
miembros de la organización, del sistema de creencias. Los místicos no
necesitan mediación, están en contacto directo con lo divino, porque la
espiritualidad se basa en una experiencia directa cuya perspectiva sobre
la
realidad consensuada es radicalmente distinta o cuyas dimensiones de la
realidad por lo general suelen permanecer veladas. Estas experiencias
transcurren durante los estados atípicos de la conciencia y su estudio
compete a la psicología transpersonal. Es un campo de fenómenos que
debería estudiarse a fondo, y los resultados habrían de incluirse en una
concepción científica globalizadora del futuro.
En
el albor de todas las grandes religiones siempre hay estados
visionarios, que son las experiencias transpersonales de sus fundadores:
la
iluminación del Buda bajo el árbol de la bodhi, el milagroso viaje de
Muhammad o la visión de Jehová en la zarza ardiendo. En la Biblia
abundan
descripciones de esta clase de experiencias: la visión de Ezequiel del
carro en llamas, Jesús tentado por el diablo, la visión cegadora de
Jesús
que Saulo presenció en su viaje a Damasco o la revelación apocalíptica
de
san Juan en la cueva de la isla de Patmos.
Sin embargo, al organizarse las religiones, los creyentes oyeron hablar
de
estas experiencias en los sermones y las leyeron en las sagradas
escrituras. El acceso directo a la divinidad ya no era posible y, a
menudo, ni siquiera aceptable. Si se diera el caso de que alguien
tuviera
una auténtica experiencia mística en alguna de las iglesias actuales,
los
sacerdotes le enviarían al psiquiatra. Cuando la religión se organiza,
las
experiencias transpersonales directas suelen darse sólo en las ramas
místicas o las órdenes monásticas que realizan prácticas espirituales:
meditación, ayuno, oraciones, etc.
Existe una diferencia fundamental entre religión y misticismo. Hay
religiones sin espiritualidad y espiritualidad sin religión. La religión
organizada necesita convencer a la gente de que tiene que acudir con
periodicidad a un lugar específico e implicarse en el sistema para
relacionarse adecuadamente con la divinidad. Para los místicos, la
naturaleza y su propio cuerpo ya desempeñan el papel del templo. Su
conexión con lo divino es directa y no precisa de mediadores, sobre todo
cuando éstos jamás han pasado por estas experiencias y tan sólo son
dirigentes nombrados a dedo. Los místicos cuentan, por el contrario, con
el
apoyo de una comunidad de personas y maestros que han recorrido un
camino más largo en pos de la verdad.
Los verdaderos sistemas espirituales son el producto de un análisis
sistemático y secular de la psique gracias a tecnologías precisas que
alteran los estados mentales. Son el resultado, por otro lado, de un
proceso que en muchos sentidos se parece al método científico.
LASZLO: El filósofo Alfred North Whitehead dijo algo muy bonito: la
ciencia, y también la cultura, progresa con la llegada de una mente
preclara que arroja una nueva luz, más integrada y comprensiva, sobre un
aspecto en particular de la experiencia y la investigación. Las ideas
que
postula son correctas en general pero inconsistentes en detalle.
Entonces
entran en escena sus seguidores, quienes las reducen hasta darles una
cierta consistencia, aunque en el proceso se pierda una cierta frescura
de
la
idea original. Se convierten, por consiguiente, en algo estéril, un
mero dogma. El dogma, a su vez, se destruye con el tiempo, y entonces
aparece otro nuevo ser integrador con una nueva y creativa manera de
reflexionar, y el proceso vuelve a comenzar desde el principio. Esto
también le ocurre a la religión.
RUSSELL: Es inevitable que esto suceda. Acabamos de decir que las
religiones siempre las han empezado los individuos o, a veces, grupos de
individuos que han vivido una profunda experiencia personal de
liberación.
De
alguna manera se les ha revelado la verdad, y desean trasladarla a los
demás. Así es como surgieron por primera vez las enseñanzas.
Por desgracia, las enseñanzas nunca se reciben en el mismo estado de
conciencia con que se imparten. El maestro habla desde la iluminación,
mientras que el discípulo intenta entender desde una conciencia que no
participa de la misma iluminación, y es inevitable que algo se pierda
por
el
camino. Mientras el maestro siga junto al discípulo, podrá intentar
corregir sus errores y asegurarse de que reciba la instrucción de forma
adecuada. Sin embargo, cuando el maestro muera, sus enseñanzas irán
pasando de unos a otros y, a cada paso, algo se perderá o no se
entenderá
del todo, o bien se añadirán nuevos datos al original. Es un poco como
el
juego de los secretos, en que las personas se disponen en un círculo y
se
van pasando mensajes. A cada
mensaje, la información se distorsiona un
poco y cuando vuelve al punto inicial, es completamente distinta del
principio.
Con las enseñanzas espirituales ocurre otro tanto de lo mismo, pero a
mayor escala. El mensaje no sólo pasa de una persona a otra, sino de una
generación a otra, de una cultura a otra y, a menudo, de un idioma a
otro.
A
cada nueva versión se pierden trozos y se añaden otros nuevos, y la
versión resultante apenas guarda parecido con la original. Es lo que en
alguna ocasión he llamado “la decadencia de la verdad”, y justifica la
abismal diferencia entre las principales tradiciones espirituales, no
obstante partir todas ellas de experiencias muy similares. Necesitamos
redescubrir ese tronco común en lugar de preocuparnos por las
diferencias.
Por eso es importante no intentar resucitar las tradiciones espirituales
anteriores. Estaríamos resucitando una versión adulterada del original
sin
poder evitarlo. El desafío consiste en volver a las fuentes, la viva
fuente que se basa en la experiencia personal en lugar de la doctrina y
el
dogma, y vivir esa experiencia en nuestras propias vidas.
LASZLO: Las tradiciones místicas ya se encontraban presentes en las
escuelas griegas, incluso las conocían los presocráticos, aunque sus
reflexiones no llegaran a formularse en un lenguaje ordinario para
divulgarlas al público. El enunciado que sí se formuló era de
compromiso,
para que la sociedad lo entendiera. La esencia de las enseñanzas no
podía
captarse de oídas o por medio de lecturas, debía vivirse. No
sorprenderemos a nadie entonces si decimos que la tradición nos ha legado
sólo un cadáver, del que no ha sabido conservar vivo el espíritu.
GROF: Lo que hoy en día necesitamos en el mundo es más espiritualidad,
no
más religiones. Las religiones organizadas tal y como se presentan en la
actualidad forman parte del problema, y no de la solución. Los
conflictos
religiosos son una de las principales fuentes de violencia en muchos
lugares del planeta.
RUSSELL: Debemos recordar que la religión organizada no refleja la
iluminación de la conciencia. Por muy loables que sean sus objetivos,
sus
promotores o defensores, por lo general carecen de la misma iluminación
que nosotros. Es triste, pero suelen ser un reflejo más de los defectos
de
la
sociedad.
Todo se reduce al egocentrismo. El
egocentrismo está bien en el plano
biológico; necesitamos ser egocentristas si queremos asegurar nuestra
alimentación y nuestra propia seguridad: necesitamos ese nivel básico de
egocentrismo para poder sobrevivir físicamente. Sin embargo, también
aplicamos esa misma manera de pensar orientada al yo a ámbitos
absolutamente improcedentes. Hasta podríamos decir que hemos olvidado lo
que interesa a nuestro propio yo.
La
conclusión final vendría a decir que lo que todos deseamos es estar en
paz. Queremos sentirnos bien, en equilibrio con nosotros mismos. La
sociedad nos dice que esa experiencia interna la obtendremos a partir de
lo
que poseamos y hagamos, de lo que percibamos en el mundo exterior; y
eso nos conduce a un egocentrismo intrínseco. Siempre estamos pensado en
lo
que podríamos obtener y hacer para ser felices, en cómo nos ven los
demás y qué sistema de valores deberíamos adoptar.
Esta búsqueda subyace a gran parte de nuestro materialismo, y además
también es la razón de que las religiones nos atrapen. Creemos que tal
creencia o tal enseñanza en concreto nos salvarán, y que siguiendo una
senda determinada, no tendremos problemas. Luego nos sentimos tan
ligados
a
nuestra fe en particular que hacemos cualquier cosa para defender y
proteger el camino que hemos elegido. En este sentido la religión puede
anclarse muy fácilmente en el egocentrismo; lo cual es irónico, porque
la
religión parte de la idea de liberar a las personas de su egocentrismo.
LASZLO: La religión también es un fenómeno social, una cuestión de
identidad colectiva. Necesitamos pertenecer a una comunidad, un grupo
cultural y social o una congregación religiosa. En la actualidad
respondemos a esta necesidad de una manera muy distinta a como lo
hacíamos
en
la Edad Media, cuando la congregación religiosa era la comunidad clave
a
la que uno pertenecía, al menos en Europa. Ahora tenemos comunidades
nacionales y regionales, divididas a su vez en múltiples niveles hasta
llegar a la comunidad étnica del vecindario. Pertenecer a un grupo o
congregación religiosa genera una sensación de identidad entre un número
limitado de personas; y eso cada vez se aleja más de la idea de captar
la
verdad última. Las doctrinas que allí se imparten se limitan a trazar
límites entre el grupo de “iniciados” y el resto: entre los “creyentes”
y
los “infieles”.
1.
Dimensiones de la transformación
GROF: Tradicionalmente lo que ha hecho la religión organizada ha sido
unificar a un grupo de personas basándose en la singularidad de ciertos
personajes y temas arquetípicos. Como es
natural, el grupo entraba en
conflicto con otras comunidades que habían elegido una manera distinta
de
representar y relacionarse con lo divino: los cristianos contra los
judíos, los hinduistas contra los musulmanes, los sijs contra los
hinduistas, etc., etc. A veces incluso alguna de estas religiones
organizadas ni siquiera lograba unir a los miembros de su mismo credo en
su
propio seno. Un ejemplo clarísimo lo tenemos en el cristianismo y el
exacerbado conflicto entre católicos y protestantes que empezó a apuntar
a
finales de la Edad Media y causó un gran derramamiento de sangre y un
profundo dolor.
En
cambio, las experiencias espirituales facilitan el acceso directo a las
dimensiones sagradas de la existencia. Revelan la unidad que subyace al
mundo de la aparente separación, la naturaleza divina de la creación y
nuestra divinidad. Nos apartan del chovinismo sectario de las religiones
organizadas y nos conducen a una visión de la realidad y la humanidad
universal, globalizadora y unificadora. Las religiones organizadas tal y
como existen en la actualidad alimentan la discordia y contribuyen a
agudizar la crisis mundial. No obstante, una religión con un enfoque
místico genuino podría cambiar de verdad el mundo.
LASZLO: El otro día en Berlín, en un simposio de la Universidad
Internacional de la Paz, el Dala¡ Lama me dijo que nunca intentara
convertir a la gente a una religión en concreto. Él mismo jamás
intentaba
convertir a los demás al budismo tibetano. Ése no es el propósito,
justificaba: el propósito es el espíritu que subyace a la religión, que
es
el amor, la solidaridad y la compasión.
Nos aconsejó que jamás creyéramos
que una única religión puede ofrecer todas las respuestas. Lo que cuenta
es
el espíritu de la religión, y no las palabras de la doctrina.
Hay lugares donde han puesto en práctica esta idea. Por ejemplo, en
Auroville, una comunidad espiritual experimental de la India, sus
fundadores decidieron que no debería haber ninguna religión. Las
doctrinas
religiosas debían evitarse de manera explícita, al igual que los ritos
religiosos. Sólo se fomentaría una profunda espiritualidad en la vida
diaria a través de la meditación individual y colectiva. Cuando la
religión se institucionaliza, según Sri Aurobindo, divide más que une.
RUSSELL: Esto lo han dicho
muchísimos líderes espirituales, quienes nos
han advertido también de que sus enseñanzas podrían convertirse en una
religión. El Buda dijo a sus discípulos que no creyeran sus palabras
sólo
porque las había dicho él. Sólo debían aceptarlas tras contrastarlas con
sus propias experiencias. Más recientemente Rudolf Steiner afirmó que si
volviera al cabo de cien años, seguramente quedaría aterrado de ver lo
que
la
gente había hecho con sus enseñanzas. La sabiduría espiritual es una
sabiduría universal, pero a medida que va pasando de unos a otros, las
enseñanzas de cada maestro van compilándose en un conjunto de doctrinas
y
dogmas que inspiran religiones muy distintas entre sí. Estoy seguro,
Ervin, de que si volvieras a Auroville al cabo de doscientos o
trescientos
años, te encontradas con una nueva religión.
Hoy en día somos testigos del surgimiento de una nueva espiritualidad.
Todavía no tiene nombre y, en realidad, tampoco posee una forma
específica
ni
cuenta con líderes. Sin embargo, está apareciendo una nueva manera de
ver las cosas muy al estilo de la “filosofía perenne” de Aldous Huxley.
Muchas personas están empezando a descubrir la sabiduría eterna de la
conciencia humana y a ponerla en práctica en sus propias vidas.
En
algunos aspectos se advierten ciertos paralelismos con el Buda y su
búsqueda de la liberación interior. Cuando el Buda se adentró en el
bosque, pasó seis años en compañía de varios maestros y practicó
diversas
técnicas hasta finalmente adquirir plena conciencia de lo que supone
liberar a la mente del sufrimiento. Hoy nos encontramos en un proceso
similar. Sin embargo, ahora no es sólo cuestión de una persona; somos
millones, y todos vamos en el mismo barco, aprendiendo de las
experiencias
mutuas sobre la marcha. Cuanto más aprendemos, más nos acercamos a la
misma verdad. Estamos puliendo nuestro conocimiento del desarrollo
espiritual. Lo he visto en libros, debates y conferencias: todos decimos
lo
mismo. Quizás con el tiempo esta recuperación de la espiritualidad se
convierta en otra religión fosilizada, pero ahora, a finales del siglo
XX,
está vivita y coleando, y se ha lanzado a la búsqueda de esa verdad
universal que es la base de todas las religiones. Por eso creo que esta
época es tan fascinante. Nos hallamos en medio de un nuevo renacimiento
espiritual, pero a diferencia de otros renacimientos anteriores, éste no
tiene líder; por primera vez, lo estamos redescubriendo colectivamente.
GROF: Me gustaría mencionar aquí una cosa que se desprende del estudio
de
los estados atípicos de la conciencia y que encuentro fascinante. Hemos
visto repetidas veces, trabajando con la psicodelia y la respiración
holotrópica (ejercicios de inhalaciones rápidas acompañados de una
música
evocadora), que las experiencias nos permiten acceder a todo el espectro
de
la mitología existente, las figuras arquetípicas y la totalidad de las
culturas, incluyendo las experiencias procedentes de contextos raciales,
culturales, geográficos e históricos distintos al nuestro. El hecho de
conocer previamente estas mitologías no parece ser de gran importancia.
Las personas actuales parecemos tener acceso a todos los ámbitos del
inconsciente colectivo. Eso confirma básicamente las observaciones que
hace varias décadas hizo C. G. Jung, observaciones que le llevaron a
formular el concepto de inconsciente colectivo.
Hemos trabajado con personas en Europa, América del Norte y del Sur y
Australia, y sus experiencias entroncan con la mitología hindú,
japonesa,
china, tibetana o egipcia, y viceversa, durante nuestra estancia en la
India y Japón, gente de formación hinduista, budista o sintoísta a
menudo
revivían episodios claramente cristianos durante las sesiones. A lo
largo
de
estos años yo mismo he tenido visiones de un acusado simbolismo
religioso budista, cristiano, musulmán, sintoísta y zoroástrico, y
también
de
temas africanos, mesoamericanos, sudamericanos y de los aborígenes
australianos.
¡Es realmente asombroso! Muchos grupos humanos utilizaron en el pasado
poderosas técnicas de perturbación de la mente, entre las que podríamos
incluir algunas de las que ahora emplearnos nosotros: sustancias
psicodélicas, música y diversos
ejercicios respiratorios. Sin embargo, su
acceso al inconsciente colectivo parece haber sido mucho más específico
y
restringido, limitado en esencia a sus propios arquetipos culturales.
Por
ejemplo, no veremos referencia alguna en el Libro tibetano de los
muertos
al
espíritu del ciervo, que desempeña un importante papel en la mitología
y
la religión de los indios huichol de México, y tampoco se menciona el
dhyána búdico en la Biblia o El libro de Mormón. Es decir, esta
permeabilidad del inconsciente colectivo parece ser un nuevo fenómeno
característico de los tiempos modernos. Si en la antigüedad hubiera
podido
accederse al inconsciente colectivo como en la actualidad, hoy en día no
dispondríamos de unas mitologías tan distintas y específicas para cada
grupo humano y su religión. En el pasado acceder a través de la
experiencia a los arquetipos debía de ser muy específico culturalmente.
De
algún modo existe un paralelismo con lo que está ocurriendo en el mundo
exterior. En el pasado la humanidad se hallaba mucho más fragmentada y
los
distintos grupos se encontraban apartados y aislados entre sí. Por
ejemplo, los europeos no tuvieron la más remota idea de que existía el
Nuevo Mundo hasta el siglo XV, y hasta mediados de ese mismo siglo, el
Tíbet tenía un contacto mínimo con el resto del mundo. En la actualidad
podemos ir a cualquier parte del mundo viajando tan sólo unas horas en
avión, y existe un floreciente intercambio de mercancías, libros y
películas. Asimismo, los programas de radio de onda corta, la televisión
vía satélite, el teléfono e Internet conectan todas las partes del globo
entre sí.
Pasamos con extrema rapidez de un mundo fragmentado y dividido a una
aldea
global unificada; y nuestro acceso ilimitado al ámbito arquetípico del
inconsciente colectivo parece una parte fundamental del proceso. Espero
y
creo firmemente que eso servirá para crear una base de donde pueda
surgir
una religión universal del futuro. En mi opinión, una religión así
debería
ofrecer un contexto propicio para las experiencias espirituales y
proporcionar
los medios adecuados para hacerlas realidad (“tecnologías de
lo
sagrado”), sin interesarle dictar o promover los numerosos marcos
arquetípicos entre los que el individuo debería elegir para penetrar en
el
ámbito de lo divino y trascendental.
Creo que si las religiones organizadas constituyen una fuerza relevante
y
constructiva en nuestro futuro global, tendrán que flexibilizar sus
arquetipos y aceptar que, efectivamente, son relativos. Esto generaría
una
atmósfera de tolerancia en los distintos sistemas que optaran por una
forma simbólica alternativa de adoración de lo divino. Vincularía las
religiones con sus raíces místicas y su común denominador, reverenciar
lo
absoluto, aquello divino que trasciende todas las formas.
Joseph Campbell solía citar a Graf Durkheim y su manera de interpretar
la
función de las formas arquetípicas específicas o “deidades”. Para ser de
utilidad en una búsqueda espiritual genuina, la deidad debe mostrarse
transparente respecto a lo trascendente. Ha de ser una puerta hacia lo
supremo, pero no debe confundirse con ello. Su papel es de mediadora de
lo
absoluto y, por lo tanto, constituye un camino, no un objeto de
adoración
en
sí y por sí. Hacer de los arquetipos algo opaco e impermeable conduce a
la
idolatría, que es una fuerza divisoria, destructiva y peligrosa del
mundo.
RUSSELL: Éste es otro aspecto del cambio que implica pasar de considerar
a
deidades y dioses algo que está “ahí fuera”, separado de nosotros, a
verlos como aspectos de nuestra propia psique. Cada vez nos damos más
cuenta de que la toma de conciencia interior no consiste en realizar un
ritual para comunicamos con otro ser, sino en trabajar con nuestra
propia
mente. Lo que nos preguntamos, por lo tanto, es cómo puedo liberar mi
mente de la rutina en la que ha caído y cómo abrirme a las experiencias
de
que estamos hablando.
GROF: Respecto a lo que comentaba antes sobre abrimos al inconsciente
colectivo, tengo toda la sensación de que la religión del futuro se
basará
en
la experiencia, hará honor a la búsqueda espiritual y respetará las
formas específicas que adopte en los distintos individuos. Por suerte
esta
religión no será una organización que postule dogmas y objetos de
adoración específicos, sino una comunidad de gente inquieta que se
ofrecerá apoyo mutuo en el campo de la búsqueda espiritual, al ser
consciente de estar explorando un fragmento en concreto del gran tapiz
del
misterio universal. La conciencia de la unidad que subyace a toda la
existencia y el sentido de estar íntimamente vinculado con los demás, la
naturaleza y el cosmos sería la característica más importante de este
credo.
RUSSELL: Sí, y las enseñanzas que se desprendan de esta nueva
espiritualidad versarán sobre nuestra propia psique, al igual que hace
el
budismo. Será una enseñanza
contemporánea que tratará de cosas como, por
ejemplo, el desarrollo de ego, cómo derivamos nuestro sentido de la
identidad, creamos temores injustificados, interpretamos,
equivocadamente
o
no, nuestras experiencias y la manera de liberar la mente de todas estas
limitaciones. Serán enseñanzas psicológicas en lugar de centrarse en
deidades y entidades parecidas.
GROF: En 1985 vivimos una experiencia muy interesante durante la
celebración del congreso de la Asociación Internacional Transpersonal
(AIT) en Kioto. La AIT es una organización que intenta reunir
espiritualidad y ciencia esforzándose por abolir los límites raciales,
culturales, políticos y religiosos del mundo. En esa época en cuestión
unos ejecutivos estadounidenses y japoneses negociaban las posibles
salidas a un grave conflicto que se había desatado.
Uno de los ponentes era un psicólogo junguiano japonés, Hayao Kawai, que
había
vivido varios años en Zurich, en Suiza, y conocía bien la mentalidad
occidental, así como, por supuesto, la japonesa. Cuando veía las
negociaciones por televisión, no paraba de reírse. Según afirmaba,
aquellos ejecutivos creían que por el hecho de contar con un intérprete
ya
se
estaban comunicando, que se entendían; y no era así, porque partían de
enfoques muy distintos. Le pedimos que se explicara y lo hizo empleando
el
sistema junguiano.
«Los marcos arquetípicos de sus lugares de origen son distintos —nos
contó—, y sus premisas metafísicas también lo son. Oriente tiene un
modelo
de
cosmos centrado en un vacío. La creación surgió de este vacío como una
gestalt total en la que las cosas están interconectadas, tienen un lugar
y,
en último término, constituyen una parte fundamental del todo. En
Occidente tenéis un modelo cosmogónico muy distinto. En el centro se
sitúa
la
fuente de todo poder. Es Dios, el gran jefe, el que creó el universo y
desde esa fuente inagotable hizo que emanara un sistema jerárquico de
orden decreciente. En el mundo arquetípico contáis con tropas de seres
celestiales dispuestos en gradación: desde los superiores, como, por
ejemplo, serafines y querubines, hasta arcángeles y ángeles comunes
pasando por principados, potestades, tronos y virtudes. En la
naturaleza,
también separáis los organismos inferiores de los superiores, rango en
el
que aparecen los humanos en último lugar, como la perla de la creación».
Hayao Kawai explicó que en un diálogo entre Oriente y Occidente la
diferencia en los supuestos metafísicos básicos se manifiesta en todas
las
afirmaciones. Es como una conversación entre físicos newtonianos y
einsteinianos. Ambos utilizarían las mismas palabras (materia, energía,
tiempo y espacio), pero estos términos significarían algo muy distinto
según el marco conceptual en el que se inserieran. Todos encontramos
esta
idea muy interesante, e incluso motivó otras comparaciones culturales de
algunos participantes. André Patsalides, un psicólogo belga nacido en
Siria, nos habló de las diferencias existentes entre la mentalidad árabe
y
la
occidental. Karan Singh, erudito hindú y antiguo regente de Jaminu y
Cachemira, hizo un análisis comparativo de la manera de pensar hindú y
la
occidental; y Credo Mutwa, antropólogo y curandero zulú, expuso la
concepción del mundo de los africanos y la comparó con la de los
angloamericanos.
Fue fascinante ver que a raíz de esta discusión surgía una nueva
perspectiva completamente diferente. Nos sentíamos ligados por nuestra
humanidad, por todo lo que compartíamos y teníamos en común, y empezamos
a
considerar las diferencias raciales, culturales y religiosas como
inflexiones y variaciones de una humanidad básica. Era como si
reflejaran
la
extraordinaria creatividad de la inteligencia creativa cósmica surgida
de
una matriz subyacente e indiferenciada. Al mismo tiempo, estas
diferencias resultaban de lo más excitante, algo interesante de lo que
podíamos aprender y con lo que podíamos enriquecemos. Pudimos liberamos
de
nuestros programas culturales idiosincrásicos y de la vana ilusión de
que
nuestra manera de entender la realidad y hacer las cosas era la mejor o
la
más correcta. No resultó muy fácil ver lo arbitraria y relativa que era.
LASZLO: Teilhard de Chardin habló de un
proceso de intensificación o
concretización progresivas, cuyas causas se remontaban al número cada
vez
mayor de personas en el planeta y al cúmulo de información que
generaban.
Quizás sea posible que unos seis mil millones de personas hayan creado,
tal y como tú apuntabas, Pete, una especie de cerebro global. Yo creo
que
este cerebro también posee una dimensión subyacente que nos vincula de
una
manera que el consciente ignora, pero que podemos entrever a niveles más
profundos. Puede que bajo la superficie exista un ámbito de la
conciencia
colectiva que se va intensificando y volviendo accesible a esos
individuos
con un estado alterado de la conciencia: el estado que Stan ha estudiado
y
en
el que encontraremos los potenciales ya mencionados.
- La revolución de la conciencia, ed. Kairós, pp. 55-68
2. La transformación de la conciencia social y la
transformación del paradigma científico *
Durante
varias jornadas, tres eminentes representantes de la
llamada “psicología transpersonal” (Ervin Laszlo, Stanislav Grof y
Peter Russell) se reunieron para —en palabras de Ervin Laszlo—:
“reflexionar sobre las posibilidades de que haya paz en el
mundo...”. Publicamos aquí un fragmento del libro de conversaciones
resultante, en el que los autores hablan del encuentro entre la
espiritualidad y la ciencia.
Laszlo: Lo que se desprende claramente de nuestra conversación matutina
es
que todos coincidimos en la importancia de un cambio fundamental en la
conciencia del que ya empiezan a advertirse signos. Sin embargo,
contemplando algunos aspectos de este cambio, quizás deberíamos
preguntarnos en qué radica la diferencia esencial entre la conciencia
necesaria y la conciencia que sigue imperando hoy en día.
Grof: Yo veo dos elementos diferentes en la crisis actual que exigen un
cambio radical de la conciencia. El primero ha formado parte de la
naturaleza humana desde tiempos inmemoriales y el segundo es producto de
la
era moderna.
La
historia de la humanidad siempre se ha visto dominada por una violencia
desenfrenada, la “agresividad maligna” de Erich Fromm, y una avaricia y
un
afán de posesión insaciables: el deseo insatisfecho. En todas las épocas
hemos podido comprobar que la intolerancia racial, cultural, política y
religiosa
siempre ha desembocado en guerras y revoluciones, invasiones,
conquistas y dominaciones sangrientas.
La
última y más moderna contribución al problema viene de la mano de la
ciencia materialista y su profunda influencia ideológica. La concepción
científica del mundo imperante justifica y suscribe de alguna manera una
estrategia vital basada en el individualismo y la competitividad en
lugar
de
la sinergia y la cooperación. En el contexto de los pensamientos
darwiniano y freudiano sería absolutamente
natural, legítimo y
comprensible perseguir objetivos egoístas y egotistas a costa de los
demás. Eso refleja nuestra verdadera naturaleza, basada en instintos
primitivos y en plena coherencia con el principio darwiniano de la
«supervivencia de los más aptos».
Por otro lado, también debemos tener en cuenta las significativas
implicaciones ecológicas del viejo paradigma de que hablaba Pete, la
actitud que formuló Francis Bacon por primera vez y que nos aboca a una
salvaje y ciega explotación de la naturaleza, al expolio de recursos
perecederos y la contaminación global. Por consiguiente, necesitamos
estas
dos nuevas estrategias para transformar las tendencias destructivas del
ser humano, como, por ejemplo, la agresión maligna y la avaricia
insaciable, y una profunda revisión de nuestro sistema de valores y la
concepción científica del mundo. En esta cultura nuestra, que respeta
profundamente la ciencia, incluso con una desmesura rayana en la
exageración, la importancia del cambio de paradigma no debería
infravalorarse.
Laszlo: Stan, cuando hablas del profundo respeto actual por la ciencia,
también
mencionas la primacía de las concepciones cartesianas, baconianas
y
newtonianas. A mi me parece que el respeto que nos inspira la ciencia es
un
respeto por una ciencia radicalmente superada.
Grof: Sí, ése es el problema.
Laszlo:
Una de las dificultades con que nos encontramos al intentar
desarrollar una nueva conciencia y difundirla entre la gente es el
divorcio existente entre la emergente concepción del mundo que definen
las
nuevas ciencias y la más extendida, ésa que defiende la clase científica
y
tecnológica. Es decir, me parece que también necesitamos actualizar la
idea que tenemos de los contenidos reales de la ciencia. La sociedad en
general lleva años de retraso respecto a los últimos avances
científicos.
Grof: Eso es exactamente lo que quería decir. La ciencia tiene un enorme
prestigio y lo que la mayoría entiende por ciencia es el paradigma
newtoniano‑cartesiano dominado por el materialismo monista, y
esta manera
de
pensar tiene consecuencias funestas para nosotros tanto como individuos
como integrantes de una colectividad. Por esta razón necesitamos poder
combinar lo que sería una transformación interior profunda y una
revisión
radical de las obsoletas concepciones científicas del mundo. Por eso
creo,
Ervin, que tu obra es extremadamente importante para el futuro de todos.
Al
margen de ofrecer una brillante síntesis de las teorías generales
existentes, como, por ejemplo, los marcos conceptuales de David Bohm,
Rupert Sheldrake e Ilya Prigogine, también nos permite traspasar los
límites entre la ciencia y la espiritualidad. En una cultura en que la
ciencia infunde respeto y autoridad, si su mensaje es claramente
antiespiritual, va a inhibir sin lugar a dudas la búsqueda espiritual de
las personas.
Laszlo: Damos por sentado que la ciencia es una empresa abierta,
dispuesta
a
cambiar a la luz de nuevos datos. No obstante, muchos científicos son
extremadamente conservadores: en realidad son tan conservadores como sus
colegas del mundo académico en general. Por lo tanto, pedir a los
científicos que asuman la responsabilidad de comunicar un saber que
signifique algo para la gente y, al mismo tiempo, se muestre abierto a
nuevas perspectivas, es un gran desafío. En la tradición conservadora de
las ciencias puras sólo tienen sentido las matemáticas y las lecturas de
los instrumentos. Nada importa lo que todo eso pueda significar, siempre
y
cuando las ecuaciones funcionen y puedan ser contrastadas con
observaciones y lecturas. Esta actitud, sin embargo, ha quedado
peligrosamente anticuada. Por suerte este conservadurismo no se ha
extendido a la creativa e innovadora vanguardia de la ciencia, cuna de
los
grandes avances y crisol de nuevas ideas, nuevas concepciones del mundo
e
incluso una nueva espiritualidad.
Grof: Creo que es fascinante comparar la situación en la psicología y
psiquiatría actuales con lo que ocurrió en la vanguardia de la física
durante las primeras décadas del siglo. ¡Qué poco les costó a los
físicos
iniciar una radical transición conceptual de la física newtoniana a las
teorías de la relatividad de Einstein y de ahí a la teoría cuántica! Por
analogía disponemos de una gran cantidad de datos que demuestran que el
conocimiento científico actual de la conciencia y la mente humana es
inadecuado e insostenible, sobre todo en los terrenos de la religión
comparativa, la antropología, la psiquiatría experimental, la
psicoterapia
experiencial, la parapsicología, la tanatología y otros campos. Sin
embargo,
la ciencia académica ha ignorado por completo todo este material.
Veremos un ejemplo muy claro en el caso de la tanatología. Gracias a
numerosas observaciones podemos inferir que las personas al borde de la
muerte a menudo poseen la capacidad de percibir el entorno sin mediación
de
los sentidos: contemplan desde el techo cómo su cuerpo resucita,
presencian acontecimientos que se desenvuelven en otras habitaciones del
mismo edificio o incluso viajan de manera incorpórea a diversas
localidades remotas. Son las denominadas “experiencias incorpóreas
verídicas”. El público conoce muy bien este fenómeno porque ha salido en
libros, debates e incluso películas de Hollywood. En un estudio reciente
Ken Ring ha demostrado que estas experiencias también se dan en personas
congénitamente ciegas. Esta sola experiencia bastaría para derrocar el
mito de que la conciencia es el producto de procesos neurofisiológicos
cerebrales y revisar el paradigma actual. Podríamos citar asimismo
numerosas observaciones similares a ésta dentro del ámbito de la
psicología transpersonal y las modernas investigaciones sobre la
conciencia.
Russel: A medida que esta clase de observaciones gocen de mayor
credibilidad, asistiremos a un significativo y gradual cambio del
paradigma científico. Podría ser el cambio más decisivo del pensamiento
occidental, y quizás estemos ya en la primera fase. Thomas Kuhn, que
introdujo la idea de los paradigmas hace unos treinta años, destacó el
hecho de que el cambio pasaba por varios estadios. Primero se descubrían
datos anómalos que no encajaban en el modelo actual de la realidad. Como
nadie cuestionaba el modelo aceptado, las anomalías solían ignorarse, o
incluso negarse. Luego, al ir acumulándose el número de irregularidades
sin poder descartarlas, se modificaba el modelo existente para intentar
acomodar en él los datos excepcionales. En el caso clásico de la
revolución copernicana, los datos anómalos fueron el hecho de que los
planetas no se movían en suaves órbitas circulares, como deberían haber
hecho si en efecto se desplazaban alrededor de la Tierra. Los astrónomos
medievales intentaron ajustar esas peculiaridades añadiendo epiciclos a
las órbitas (curvas que describían los círculos que daban vueltas
alrededor de otros círculos); y cuando éstos no bastaron para dar una
explicación de los fenómenos observados,
añadieron otros epiciclos a los
anteriores (círculos que daban vueltas alrededor de otros círculos
mientras estos asimismo describían otras curvas alrededor de otros
círculos): como consecuencia, crearon un modelo muy farragoso. Sin
embargo, la concepción básica del mundo seguía sin cuestionarse.
Respecto a los fenómenos de la conciencia nos encontramos en un estadio
parecido. En lo que concierne a la ciencia occidental, la conciencia es
una gran anomalía. No hay nada en el modelo científico de la realidad
que
prediga que los seres humanos deberían ser conscientes, y tampoco hay
manera alguna de encontrar una explicación adecuada. Sin embargo, si de
algo podemos estar plenamente
seguros es de la conciencia. Eso es lo que
Descartes intentaba demostrar con su famoso cogito ergo sum; podré dudar
de
mis percepciones, podré dudar de mis pensamientos, incluso de mis
sentimientos, pero de lo que es imposible dudar es del hecho de que
percibo, pienso y siento, de que soy un ser consciente. Es decir, los
científicos en la actualidad se encuentran en la incómoda situación de
verse continuamente enfrentados a la existencia de su propia conciencia
y,
sin embargo, no disponer de una explicación plausible.
En
el pasado la ciencia sencillamente ignoraba la conciencia. No le era
necesaria; a fin de cuentas, estudiaba el mundo físico y no la mente.
Hoy
en día la ciencia está descubriendo que ya
no puede prescindir
tranquilamente del tema de la conciencia, y se encuentra en el segundo
estadio del cambio paradigmático, el que consiste en intentar agrandar
el
modelo imperante para incorporar de alguna manera la anomalía en
cuestión.
Algunos científicos recurren a la física cuántica, los hay que se basan
en
la
teoría de la información y, por último, también preocupa a los expertos
en
neuropsicología. Sin embargo, ninguno de ellos ha conseguido grandes
resultados en esta dirección. La razón es que todos intentan explicar la
conciencia a partir del paradigma existente de espacio, tiempo y
materia.
El
hecho de no realizar progresos notables sugiere que quizás se hallen en
el
camino equivocado. Lo que se necesita es un nuevo modelo de la realidad
completamente distinto, que incluya la conciencia como un aspecto
fundamental de la realidad, tan fundamental como el espacio, el tiempo y
la
materia; quizás incluso mucho más determinante.
Este es el tercer estadio del proceso de Kuhn, la creación de un nuevo
modelo radicalmente distinto que dé una explicación de los fenómenos
anómalos. No obstante, todavía no hemos llegado a eso. Vemos que el
viejo
paradigma no funciona. Vemos todas sus lagunas y defectos, aunque sólo
unos pocos se atreven a pensar más allá de ese paradigma limitado de
espacio, tiempo y materia; y eso es precisamente lo que se necesita para
que surja un nuevo modelo. Por el momento, no obstante, la ciencia sigue
firmemente anclada en el modelo antiguo.
Laszlo: Seguimos arrastrando el paradigma caduco y tratándolo como si
fuera la realidad en lugar de un modelo. Creemos en él (es decir, la
mayoría de los científicos y los que consideran que la ciencia es fuente
de
toda verdad), literalmente.
Russel: Sí. Eso es lo que siempre ocurre con los paradigmas. La gente
cree
que el modelo es la verdad, y contemplan toda la realidad a la luz de
ese
modelo.
Grof: Gregory Bateson analizó en diversos ensayos y conferencias la
confusión existente entre mapa y territorio. Decía que es como entrar en
un
restaurante y comerse la carta en lugar de la comida.
Laszlo: Por suerte, incluso en el augusto mundo de la ciencia, a veces
se
operan cambios sutiles que tienen unas consecuencias tremendas y, por lo
general, impredecibles. Hasta es Posible desechar un esquema considerado
real durante trescientos años. Eso es precisamente lo que ocurrió
durante
la
primera década de este siglo, cuando la relatividad de Einstein fue
aceptada y desplazó a la mecánica clásica de Newton. ¿Cómo ocurrió en
realidad? Después de todo, los físicos también podían explicar los
mismos
fenómenos a la luz de otras teorías muy dispares. Siempre hay más de una
explicación para todas las cosas.
Grof: Es cierto. ¿Por qué se aceptó la teoría de Einstein basada en los
resultados obtenidos a partir de la medición del perihelo de Mercurio
durante el eclipse solar? En realidad, la predicción no era exacta; tan
sólo se ajustaba algo más a las medidas actuales que las derivadas del
modelo newtoniano.
Laszlo: En el fondo prácticamente se podía llegar a las mismas
predicciones a través de la física newtoniana si se aceptaba la teoría
balística de la luz. Imaginemos que la luz (el flujo de fotones) tiene
masa y que la masa del Sol y otros cuerpos celestes atrae estos fotones.
Obtendremos una línea curva, la misma que si hubiéramos aceptado que el
espacio (o el espacio‑tiempo) era curvo.
Grof: Entonces, ¿por qué se aceptó la teoría de Einstein en lugar de la
de
Newton?
Laszlo: Al final parece ser que el motivo fue algo que la ciencia
considera casi un factor estético: la simplicidad y la elegancia. En
este
caso se buscó la simplicidad y elegancia de las matemáticas básicas de
una
teoría. En esta especial teoría de la relatividad que por primera vez
propuso Einstein las ecuaciones del movimiento permanecían invariables
incluso cuando existía una aceleración del movimiento. Las famosas
“invariables relativas” hacían que las ecuaciones resultaran constantes
y
elegantes. Por otro lado, al descubrir los extraños efectos que salieron
a
la
luz en las postrimerías del siglo XIX (la radiación del cuerpo negro,
por ejemplo), los físicos no tuvieron que añadir suposiciones ad hoc, ni
recurrir a otros recursos para salvar la teoría conservando su validez.
Unos siglos antes Copérnico había realizado una hazaña similar con su
teoría heliocéntrica. Acabó con esos epiciclos añadidos a otros
epiciclos
que los astrónomos necesitaban para conservar la validez de la antigua
astronomía geocéntrica. Copérnico se convenció de que la naturaleza ama
la
simplicidad. Así es; a los científicos les encanta que ésta aparezca en
sus teorías, que ya son lo bastante complicadas de por sí como para
hacerlas más complejas de lo absolutamente necesario. Este principio es
fundamental en la ciencia moderna para aceptar nuevas teorías.
Russel: Siempre me ha fascinado el aspecto simple e invariable del
cosmos.
Empecé a trabajar de matemático porque me atraía la simplicidad y la
belleza de la materia, y lo que encontré más fascinante de todo
(reconozco
que para mí fue como una revelación) fue el descubrimiento de que existe
una ecuación básica que subyace a la mecánica de todo el mundo físico.
Todo se reduce a la ecuación de Euler expresada de una u otra manera, o
lo
que en términos populares se conoce como la ecuación de onda. Es una
fórmula muy simple, pero sumamente eficaz. Puede aplicarse a la
oscilación
de
un péndulo, la dinámica del átomo, la propagación de la luz o el
movimiento de los planetas. ¡Es tan simple y tan bella! Si entonces me
hubierais preguntado si existía un dios, habría respondido que ese dios
estaba en las matemáticas.
Sin embargo, lo más relevante de todo es que las matemáticas, que son
una
creación de la mente humana, deban estar en relación con la realidad
física.
Grof: Uno podría pensar que la capacidad de las matemáticas para modelar
fenómenos del mundo material sería uno de los principales obstáculos
contra la defensa de la separación cartesiana entre la res cogitans y la
res extensa, la mente y la materia. ¿Cómo es posible, en cambio, que un
sistema producto de la psique predija correctamente los fenómenos en un
contexto absolutamente distinto?
Laszlo:
Los científicos tienden a considerar los fenómenos de manera
aislada e intentan explicarlos con la matemática más simple y hermosa.
No
obstante, la simplicidad y la belleza de la matemática cambia ante la
multiplicidad de los fenómenos considerados. Si entendemos que el mundo
físico y el biológico forman una misma unidad, veremos que ahí funciona
un
conjunto de conceptos básicos distinto del que podríamos aplicar a cada
uno de los ámbitos por separado. Si, por otro lado, contemplamos el
mundo
de
la psique humana e incluimos en él los hallazgos más esotéricos de la
experiencia (por ejemplo, las experiencias transpersonales y las
experiencias al borde de la muerte de que hablábamos antes), el sistema
de
explicación único volverá a cambiar. Buscaremos otros conceptos
aclaratorios más generales. Quizás en un futuro próximo una matemática
básica y bella rija una parte considerable de la realidad: un ámbito que
también incluya la conciencia humana en el mundo vivo y el universo
físico.
Russel: Sí, creo que ésta es la dirección que hemos tomado: el nuevo
paradigma podría surgir muy pronto. Lo único que necesitamos es que
alguien reúna todas las piezas en una ordenación radicalmente distinta y
produzca un modelo teórico que pueda dar razón del mundo de la mente así
como del mundo de la materia. Es algo que encuentro muy excitante, y
además se ha convertido en el eje de mi trabajo durante estos últimos
años. Ahora vemos la conciencia como algo que surge del espacio, el
tiempo
y
la materia, algo que aparece como resultado de la actividad física en el
sistema nervioso del ser humano. No obstante, vamos en dirección
contraria. Creo que tarde o temprano tendremos que aceptar que la
conciencia es absolutamente fundamental para el cosmos y no algo que
surge
de
la materia.
En
cierto sentido no planteo nada nuevo. La sabiduría antigua tradicional
ya
se había ocupado del tema. La mayor parte de la filosofía hinduista,
por ejemplo, se deriva del supuesto de que la conciencia es
absolutamente
fundamental. La ciencia en la actualidad rechaza esta clase de ideas,
pero
al final quizás tenga que
aceptar la posibilidad de que haya algo cierto
en
todas ellas.
Laszlo: Nos dirigimos hacia una nueva cultura en la que la ciencia
ocuparía una parte, la sabiduría antigua, otra, y en la que ambas
podrían
encontrar una nueva manera de integrarse.
No se trataría de recuperar o
reinterpretar el pasado, sino de elaborar una nueva síntesis.
Grof: Sí, la dirección que hemos tomado no es una simple regresión y
vuelta atrás hacia las ideas obsoletas, sino una progresión en espiral
en
la
que algunos de los elementos anteriores aparecen a un nivel más
elevado, formando parte de una síntesis creativa de la sabiduría antigua
y
la
ciencia moderna.
Russel: Me gusta la idea de la espiral, porque implica volver a donde ya
hemos estado pero habiendo adquirido algo más. Yo no creo que asistamos
a
un
mero retorno de las tradiciones antiguas. Eran muy válidas para su
época, pero nosotros vivimos en un mundo diferente, inmersos en otro
clima
social, y poseemos un conocimiento distinto del cosmos. Lo que ahora
necesitamos es una sabiduría contemporánea que se adecue a los tiempos
actuales. El mensaje central es el mismo. Es lo que Aldous HuxIey llamó
“la filosofía perenne”, la misma sabiduría básica recurrente que aflora
en
diversas épocas y culturas y en momentos diferentes. Sin embargo, su
formulación real varía considerablemente. Lo que hoy en día necesitamos
es
una formulación en términos contemporáneos comprensible para la gente de
la
calle y, al mismo tiempo, acorde con nuestros tiempos.
Creo que en eso consiste la revolución de la conciencia. Estamos
redescubriendo para nosotros la sabiduría eterna en términos
contemporáneos, y dándole la importancia que merece en un mundo donde
predominan la ciencia y la razón.
3. El mundo en transformación
Durante varias jornadas de 1996, tres representantes de la llamada
“psicología transpersonal” (Ervin Laszlo, Stanislav Grof y Peter
Russell)
se reunieron para —en palabras de Ervin Laszlo—: “reflexionar sobre
las posibilidades de que haya paz en el mundo...”. Presentamos aquí
el inicio de dicha conversación, tal y como ha sido publicada
recientemente en castellano.
Laszlo: La pregunta de si podemos continuar en el mundo actual como
veníamos haciendo hasta ahora sin desencadenar rupturas y crisis y poner
en
peligro la paz es un verdadero interrogante. La preocupación es
creciente, y prueba de ello es la difusión de que goza hoy en día la
palabra “sostenibilidad”.
Todos hablamos de la sostenibilidad, pero sin entender necesariamente lo
que está en juego. Vivir sin perspectiva de continuidad es algo nuevo e
inesperado en la historia de la especie humana. Parece que de ahí se
derivaría la idea de que debemos cambiar, pero me temo que ni siquiera
se
trata de si debemos cambiar o no, sino de lo que tardaremos en cambiar y
la
manera en que lo haremos. Por consiguiente, en lugar de conversar sobre
las mismas cosas que debaten los comités asesores, como, por ejemplo, el
número de árboles que deberíamos talar o conservar junto con otras
cuestiones e implicaciones estratégicas, deberíamos contemplar el tema
fundamental sin ambages. Sospecho entonces que lo primero que deberíamos
preguntamos es dónde estamos, qué somos y cómo vemos el mundo y a
nosotros
mismos.
Quizás estemos ante el hito más importante de la historia. Hasta ahora
los
momentos cruciales ocurrían primero y luego se analizaban. Sin embargo,
este orden ahora resulta demasiado arriesgado. Deberíamos formarnos una
idea previa de lo que nos aguarda para actuar con conciencia y mejorar
nuestras posibilidades. En vistas a enfrentamos a este tremendo desafío,
necesitamos arrojar algo de luz sobre ciertos factores subyacentes a
este
cambio actual, que también lo es de época.
Dejadme empezar con una proposición: si hemos de sobrevivir y
evolucionar,
y
quizás ahora ya deberíamos decir no extinguimos, debemos revisar a fondo
nuestra noción del universo, del ser humano, y también los conceptos de
progreso y evolución.
Russel: Hablas de la extinción pero, en realidad, ¿qué es lo que está
amenazado de extinción? Yo no creo que vayamos a destruir la vida de
este
planeta. La vida es muy resistente. Diversas especies fundamentales se
han
extinguido en el pasado y, sin embargo, la vida ha renacido. Eso es así;
si
no hubiera sido por el cataclismo que barrió de la Tierra a los
dinosaurios hace sesenta y cinco
millones de años, y con ellos al ochenta
y
cinco por ciento de las otras especies restantes, los seres humanos
quizás nunca habrían evolucionado. Puede que ahora el ser humano esté
causando la extinción de otras especies importantes. En ese caso, sería
la
primera vez que la extinción la iniciaría una de las especies propias
del
planeta, y sin duda sería un acontecimiento sin precedentes, pero la
vida,
no
obstante, seguiría renaciendo. Si se destruyera por completo una de
estas especies fundamentales, sin duda también nos destruiríamos
nosotros,
pero no acabaríamos con la vida del planeta.
La
peor catástrofe sería que destruyéramos la capa de ozono. Si eso
ocurriera, la vida en la tierra sería
imposible. Los rayos ultravioleta
son tan peligrosos para los insectos, las flores y los microorganismos
como para los seres humanos. Sin embargo, la vida en el mar
sobreviviría;
existió, de hecho, durante miles de millones de años antes de formarse
la
capa de ozono. Cuando finalmente la capa de ozono volviera a
constituirse,
la
vida podría volver a colonizar la tierra.
No
obstante, no creo que este panorama sea el más probable. Es mucho más
posible que asistamos a una serie de grandes catástrofes
medioambientales
y
económicas que provoquen el hundimiento de la civilización occidental.
Ahora bien; éste tampoco sería el fin de la humanidad. Quizás existirían
pequeños reductos indígenas que habrían sobrevivido al cataclismo y, en
último término, podrían dar pie al nacimiento de civilizaciones futuras
(esperemos que con mejor criterio que la nuestra). Además, ni siquiera
la
caída de la civilización occidental significaría necesariamente nuestra
destrucción. Ya hemos presenciado la caída del sistema soviético y, sin
embargo, eso no significó el fin para todos los que allí vivían. Es
cierto
que cambiaron muchas cosas, y llegaron arduos tiempos para muchos. Sin
embargo, la mayoría todavía vive.
Aunque parece que esté pintando un cuadro de lo más pesimista, albergo
un
gran optimismo respecto a los seres humanos y a nuestros logros como
individuos enfrentados a la adversidad. Nos esperan tiempos muy duros en
el
ámbito de lo material, pero también creo que estamos a punto de
presenciar grandes cambios en el terreno de la conciencia.
Laszlo: Sí. La extinción de las especies. Por desgracia, la posibilidad
siempre está ahí. Cuando la civilización occidental atraviesa momentos
difíciles, puede acabar con todo lo que la rodea; tenemos tantos brazos
y
una capacidad destructiva tan enorme que si no destruimos toda la vida
de
la
Tierra, al menos sí podríamos acabar con todas las formas de vida
“superiores”. La regeneración conllevaría miles, o, en el peor de los
casos, incluso millones de años. Es obvio, no obstante, que la vida en
el
planeta
seguirá existiendo porque (y a menos que hubiera una catástrofe
cósmica) la Tierra seguirá dando vueltas durante miles de millones de
años
más.
Pongamos un ejemplo concreto. En la actualidad contamos con una
capacidad
de
cuarenta días de excedentes alimentarios en los Estados Unidos; y éste
es
el único país con un excedente tan abundante. Si las malas cosechas
fueran la tónica general en los países pobres, no habría dinero para la
importación de alimentos; y, en cualquier caso, este excedente no
duraría
demasiado si estallara una crisis generalizada en África o Asia.
¿Qué ocurriría entonces? ¿Qué ocurriría si la capacidad del planeta
Tierra
se
rebajara de seis mil millones a, por decir algo, cuatro o cinco mil
millones? ¿Qué ocurriría cuando la gente “extra” se hallara por debajo
del
nivel de subsistencia? Surgirían conflictos de una gravedad mayúscula,
se
extenderían muchísimas epidemias y seríamos testigos de migraciones
masivas. El sistema entero se colapsaría. No deseo alargarme más en este
aspecto catastrófico del tema pero, sin duda alguna, nos enfrentamos a
una
amenaza real, una dificultad grave, gravísima diría yo; y eso significa
que debemos cambiar la
manera que Occidente tiene de contemplar el mundo.
No
hace mucho volví de un viaje a Asia donde fui testigo una vez más de lo
difícil, por no decir imposible, que le resulta a la gente pobre cambiar
sus condiciones de vida. A duras penas se ganan el sustento. El nivel de
vida de la mayor parte de la humanidad se reduce a la mera subsistencia,
y
eso está acabando también con los sistemas que protegen la vida.
Los problemas nos acucian desde múltiples frentes, y en todos estos
frentes tenemos que adaptamos: y eso significa cambiar la conciencia
dominante. Ésta es la raíz del problema. Debemos empezar a pensar de
manera distinta, sentir de otra manera, y relacionamos entre nosotros y
con la naturaleza de modo distinto. En caso contrario, corremos un
inmenso
peligro. Ahora vamos todos en el mismo barco. ¿Creéis que somos capaces
de
cambiar? ¿Hay posibilidades reales de que se produzca un cambio radical
en
la
conciencia?
Grof: Llevo cuarenta años dedicándome al estudio de esos estados
atípicos
de
la conciencia inducidos por las sustancias psicodélicas y los poderosos
enfoques experimentales en psicoterapia, y también al análisis de otros
estados análogos que surgen espontáneamente. Durante todo este tiempo he
visto muchos casos de individuos que han sufrido transformaciones
profundas; cambios que se caracterizan por una reducción significativa
de
la
agresividad y un aumento generalizado de la compasión y la tolerancia.
A
medida que se hacía hincapié en la capacidad de disfrutar la vida,
disminuía significativamente ese impulso insaciable de trazarse unos
objetivos lineales que parece ejercer un encanto irresistible en los
individuos del mundo industrial occidental y el conjunto de la sociedad
(atrapada en la creencia de que hay que acumular bienes y que el
crecimiento ¡limitado y el doblar o triplicar el producto nacional bruto
nos traerá la felicidad a todos). Otro aspecto significativo de esta
transformación es el surgimiento de una espiritualidad de naturaleza
universal y aconfesional caracterizada por la conciencia de la unidad
que
subyace
a todo lo creado y una profunda conexión entre las personas, las
especies, la naturaleza y el cosmos entero.
Por consiguiente, no albergo ningún género de dudas sobre la posibilidad
de
que se dé una profunda transformación de la conciencia en los
individuos, y que eso incremente nuestras posibilidades de sobrevivir a
condición de que suceda a gran escala. Es cierto que, aun así, seguiría
existiendo el interrogante de si una transformación de este estilo
afectaría a un segmento de la
población lo suficientemente grande y en un
período de tiempo lo bastante breve para ser significativa. La cuestión
práctica es si tal cambio puede facilitarse y por qué medios, y cuáles
serían los problemas asociados a una estrategia de tal envergadura. Sin
embargo, en la misma personalidad humana existen mecanismos que podrían
actuar de mediadores en esta deseable y profunda transformación.
Laszlo: Ya estamos presenciando cambios en la manera de pensar de la
gente
que auguran la llegada de una revolución fundamental de la conciencia.
¿Cuál es vuestra opinión? ¿Guarda todo ello relación con el hecho de
sentimos amenazados, o bien es un fenómeno independiente, una mera
coincidencia?
Russel: Creo que está relacionado; pero no creo que la amenaza sea la
causa de esta transformación, sobre todo teniendo en cuenta que ambas
parten del mismo asunto: la conciencia materialista de nuestra cultura.
Ésta es la causa originaria de la crisis global, y no la ética en los
negocios, la política o ni siquiera nuestro propio estilo de vida. Todo
ello son síntomas de un problema subyacente mucho más profundo. Nuestra
civilización entera es insostenible; y la razón de su insostenibilidad
es
que nuestro sistema de valores, la conciencia con que abordamos el
mundo,
es
un modo insostenible de la conciencia.
Nos han enseñado a creer que cuantas más posesiones tengamos y cuantas
más
cosas hagamos, dispondremos de un mayor control sobre la naturaleza y
seremos más felices. Esto es lo que nos hace tan explotadores y
consumistas, y nos vuelve insensibles a lo que ocurra en otras partes
del
planeta
o incluso a otros miembros de nuestra misma especie. Es este modo
de
conciencia lo que es insostenible.
Hoy en día sólo el diez por ciento de la población humana se clasifica
como acomodada (es decir, que después de satisfacer su necesidad de
alimentos, ropa, vivienda y otras necesidades físicas sólo a esta
proporción de población le queda el suficiente dinero para permitirse
ciertos lujos). Por otro lado, estas personas consumen más de las tres
cuartas partes de los recursos del planeta. Por consiguiente, queda
claro
a
estas alturas que esta situación es insostenible: al conjunto de la
población humana no le será posible llevar este estilo de vida en el
futuro, máxime si esta población sigue creciendo.
El
aspecto positivo es que esta cultura material y la conciencia
materialista que subyace a ella ya se están cuestionando a fondo, de
manera simultánea y generalizada. Los occidentales, aunque tenemos
estilos
de vida muy lujosos, nos
vamos dando cuenta de que este sistema no
funciona; no nos aporta lo que realmente deseamos. Nuestro sistema es
ideal para satisfacer nuestras necesidades físicas. Compramos alimentos
en
el
supermercado, viajamos a los lugares que más nos placen, llevamos ropa
de
moda y vivimos en casas lujosas. No obstante, eso no satisface nuestras
necesidades más profundas, interiores y espirituales. A pesar de todas
estas posibilidades materiales, las personas nos sentimos tan
deprimidas,
inseguras y carentes de amor como antes.
Grof: De alguna manera es el mismo hecho de la saturación y la
sobresaturación de las necesidades materiales básicas lo que ha creado
una
crisis de significado y el surgimiento de una necesidad espiritual en la
sociedad. Durante mucho tiempo mantuvimos el espejismo y la falsa
esperanza de que un aumento de los bienes materiales en sí mismos y por
sí
mismos podía cambiar de manera fundamental la calidad de nuestras vidas
y
aportarnos bienestar, satisfacción y felicidad. Nuestra época ha sido
testigo de un incremento de riqueza considerable en los países
industriales de Occidente, en especial en ciertos segmentos de la
población. Muchas familias viven en la abundancia: una gran casa, dos
neveras rebosantes de comida, tres o cuatro coches en el garaje y la
posibilidad de ir de vacaciones a cualquier lugar del mundo. Sin
embargo,
lejos de aportamos satisfacciones, lo que observamos es un aumento de
los
trastornos emocionales, un consumo abusivo de estupefacientes,
alcoholismo, criminalidad, terrorismo y violencia doméstica. Hay una
pérdida generalizada de significado, valores y perspectiva, una
alienación
de
la naturaleza y una tendencia general autodestructiva. Es la conciencia
del fracaso de la filosofía académica lo que marca un punto de inflexión
en
las vidas de muchas personas, quienes empiezan a buscar alternativas y
las encuentran en la búsqueda espiritual.
Laszlo: Es casi como si algún mecanismo en la psique colectiva de la
humanidad se anunciara en un cartel invitándonos a cambiar.
Russel: También es algo parecido a lo que el Buda experimentó en su
propia
vida, antes de convertirse en un buda. Había nacido en el seno de una
familia muy rica. Era príncipe, y tenía todo lo que podía desear: los
manjares más exquisitos, toda clase de lujos, joyas, bailarinas... Todo
lo
que quisiera. Sin embargo, se dio cuenta de que la posesión de todos
estos
bienes no bastaba para eliminar el sufrimiento. Vio el dolor en su
familia
y
en la corte; y también padecía la ciudad, más allá de los muros de
palacio. Por lo tanto, la misión que se propuso el Buda fue encontrar la
manera de terminar con la desdicha.
En
la actualidad estamos viviendo un proceso paralelo. En términos de las
comodidades de que disponemos, la mayoría somos incluso más ricos que el
Buda, aun siendo príncipe, y, al igual que él, empezamos a percatamos de
que esto no anula el sufrimiento; a veces, incluso lo aumenta. Se palpa
en
el
ambiente el profundo dilema colectivo sobre el sentido de la vida.
¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué es lo que deseamos en
realidad? No son cuestiones que preocupen sólo a un par de individuos:
millones de personas buscan, más allá de la cultura material, un
significado profundo, una paz interior y una manera de satisfacer sus
ansias espirituales.
Laszlo: Hay visos de esperanza. Si todos creyéramos que la felicidad
depende de nuestra posición material, aumentándola conforme a las
nociones
habituales
de progreso (ir poseyendo cada vez más cosas), jamás se haría
la
luz al final del túnel. Si la mentalidad de la gente está cambiando de
verdad, podemos esperar que surja una cultura más adaptada.
Grof: He sometido a tratamiento a personas que se habían marcado un gran
objetivo en la vida, propósito que requería décadas de un esfuerzo
intenso
y
prolongado. Cuando al final lo lograban, caían en una grave depresión,
porque esperaban algo que el mero cumplimiento de ese objetivo no podía
darles. Joseph Campbell llamó a esta situación «subir a lo alto de la
escalera y descubrir que se apoya contra la pared equivocada».
Esta obsesión por alcanzar diversos objetivos lineales es algo muy
característico en nosotros, tanto a
nivel individual como colectivo: toda
la
cultura occidental se dedica a buscar la fata Morgana de la felicidad,
que siempre parece habitar en el futuro. Las cosas, tal y como son,
jamás
nos satisfacen: sentimos que algo debe cambian Deseamos parecer
distintos,
tener más dinero, poder, posición o fama, o bien encontrar una pareja
distinta. No vivimos el presente en toda su plenitud. Nuestra vida
siempre
es
provisional, una preparación para un futuro mejor; y este modelo vacío
e
insaciable sigue conduciendo nuestras vidas con independencia de los
éxitos que vayamos consiguiendo en la vida real. Podemos citar varios
ejemplos de personas que consiguieron eso que atribuimos a la felicidad
(Aristóteles Onassis, Howard Hugues y muchos otros) y se dieron cuenta
de
que ése no era el camino. A nosotros no nos basta con su ejemplo.
Creemos
que en nuestro caso sería distinto.
Por otro lado, también he conocido a muchísimas personas que fueron
capaces de descubrir las raíces psicológicas de este modelo y pudieron
romperlo o minimizar la influencia que tenía en sus vidas. Como es
habitual se dieron cuenta de que esta actitud frente a la vida está
íntimamente relacionada con el hecho de que llevamos en nuestro
inconsciente la gestalt inacabada del trauma del nacimiento biológico.
Nacimos anatómicamente, pero en realidad no hemos digerido e integrado
el
hecho de que escapamos de las garras del
canal del parto. Esta huella
impresa con cincel determinará nuestra concepción del mundo y el papel
que
desempeñamos en él. Al igual que el feto que pugna por salir del
confinamiento del canal del parto, somos incapaces de disfrutar de la
situación presente. Buscamos la solución en el futuro; una solución que
siempre parece encontrarse más allá de nosotros.
Los existencialistas llaman a esta estrategia “autoproyectarse”:
imaginarse a uno mismo en una situación
futura mejor y luego esforzarse
por conseguir hacer realidad este espejismo. Es la estrategia del
fracasado, tanto si alcanzamos la meta como si no, puesto que jamás nos
aporta lo que esperamos de ella. Nos lleva a vivir la vida sin
autenticidad, incapaces de descubrir la auténtica satisfacción: es una
existencia basada en la lucha incesante, o bien monótona y gris, como la
gente suele definirla. La única solución es volcamos hacia nuestro
interior y completar este modelo con la experiencia, con el trabajo que
realizamos en el proceso del renacimiento psicoespiritual. En último
término la plena satisfacción vendrá de la experiencia de la dimensión
espiritual de la existencia y de
nuestra propia divinidad, y no de la
búsqueda de objetivos materiales de cualquier clase y condición. Cuando
las personas identificamos adecuadamente las raíces psicoespirituales de
este modelo de insaciable avaricia, nos damos cuenta de que debemos
buscar
las respuestas en nuestro interior, y luego sometemos a una
transformación
interna.
Laszlo: ¿Hay cada vez más gente que se dé cuenta de la situación?
Grof: Parece ser que sí. Creo que tiene que ver con el hecho de que un
número cada vez mayor de personas está llegando a la conclusión de que
la
autoproyección es una estrategia fallida que no funciona, porque ya
saben
que el éxito material no es garante de la satisfacción; o bien ocurre la
situación contraria: su lucha denodada por lograr unos objetivos
externos
genera unos problemas insalvables. En ambos casos las personas se
encierran en su mundo interior y empiezan un proceso de transformación
interna. Además, el fracaso de la estrategia del crecimiento ¡limitado a
escala global podría ser un factor determinante en el proceso.
Por desgracia, se diagnostica por error como psicóticos a muchos
individuos que están pasando por esta radical transformación, y se les
administra medicación supresora. Mi esposa Christina y yo creemos que
existe un importante subgrupo de personas a quienes se aplica un
tratamiento contra la psicosis cuando en realidad están sufriendo una
difícil transformación psicoespintual, o “emergencia espiritual”, como
solemos denominarlo.
Russel: De alguna manera nuestra cultura entera está viviendo una
situación de emergencia espiritual, gran parte de la cual se remonta a
los
cambios que presenciamos a finales de los años sesenta. Por primera vez
un
amplio estrato de la sociedad empezó a desafiar la manera de entender el
mundo actual; creía en un modo de hacer las cosas, y relacionarse con la
gente y el mundo, que no se basaba en el caduco paradigma materialista.
A
posteriori, ahora nos parece todo muy ingenuo, pero los aspectos
fundamentales no han cambiado; y han influido profundamente en nuestra
cultura.
En aquella época la meditación se consideraba algo muy extraño.
En
la actualidad muchísima gente practica alguna forma de meditación
(incluso se enseña en varias empresas). Se ha convertido en una
actividad
respetable. Lo mismo ocurre con el yoga. Durante los sesenta se
consideraba vanguardista; hoy en día lo practican millones de personas.
Tomemos la terapia como ejemplo. Antes seguir una terapia equivalía a
decir que se tenían problemas psicológicos graves; que se atravesaban
serias dificultades. Ahora en Califomia lo grave es no seguir una
terapia.
Incluso los que gozan de buena salud mental consideran que quizás no
estén
aprovechando del todo su potencial y reconocen que necesitan ayuda para
descubrir las actitudes y los modelos de pensamiento que podrían impedir
su
desarrollo.
Hace treinta años el tema del desarrollo personal despertaba poco
interés.
Hoy en día, sin embargo, todos hablan de ello. Cuando estudiaba en
Cambridge durante los años sesenta, la librería más importante (y una de
las más grandes del Reino Unido) sólo tenía una estantería destinada a
los
libros de aprendizaje esotérico y espiritual. Ahora, en cambio, en
cualquier ciudad hay una al menos, cuando no media docena, especializada
en
el campo de la conciencia y la metafísica.
Las listas de los libros más vendidos se hacen eco del interés creciente
por estos temas. Desde hace varios años el cincuenta por ciento de los
libros más vendidos, y a veces incluso más, trata del desarrollo
personal,
la
espiritualidad o la conciencia. Esto es lo que la gente lee, y esto es
lo
que le interesa. La misma tendencia se manifiesta en las películas, la
televisión, las revistas e incluso en Internet. Es una corriente que se
extiende con rapidez.
Laszlo: Eso nos retrotrae a una cuestión que siempre me ha fascinado y
sigue fascinándome cada vez más, y es la posibilidad de que como
individuos no seamos prisioneros de nuestro propio cráneo, encerrados en
nuestra propia piel, sino que estemos íntimamente ligados los unos a los
otros, y seguramente también con toda la vida del planeta. De este modo,
cuando se presenta una situación como la que vivimos en la actualidad,
con
un
peligro real al que debemos enfrentarnos, hay algo que, aunque la
mayoría no sea consciente, penetra en la mente, pone señales de
precaución, se centra en el cambio y genera impulsos. Quizás no sea del
todo descabellado afirmar que existe algo parecido a una mente de la
humanidad, algo como una esfera vinculante, un inconsciente colectivo
que
actúa dentro y fuera de nosotros, y que ahora empieza a manifestarse en
la
conciencia de los individuos. Quizás existen fuerzas en este mundo que
trascienden los acostumbrados motores sociales, políticos y económicos.
Nuestra supervivencia así lo requiere: la situación sería casi
desesperada
si
sólo se contemplara a la luz de los factores que intervienen, porque
con ellos jamás llegaríamos a tiempo de iniciar el cambio.
De
hecho, hay intervalos de tiempo insertos en la dinámica de nuestro
mundo, un gran número de ellos en realidad. Hubiéramos tenido que
cambiar
en
el pasado, por decirlo de alguna manera, para abortar la crisis del
mañana. Sin embargo, si existe algo en el inconsciente colectivo que
pueda
penetrar en nuestra conciencia individual, la situación es bastante más
esperanzadora.
Grof: Estoy absolutamente de acuerdo. Los acontecimientos mundiales no
siempre siguen una progresión lógica y lineal. Tanto tú como yo, Ervin,
somos de la Europa oriental y seguimos con gran interés los avatares
políticos que allí se suceden. Creo que estarás de acuerdo en que si,
una
semana antes de que ocurriera, alguien nos hubiera dicho que el muro de
Berlín iba a caer, nos habríamos burlado diciendo que era una solemne
bobada. Nos habría parecido también absurdo que, tras cuarenta años de
totalitarismo y despotismo político en la Unión Soviética, Gorbachev
perdiera interés por los países satélites, como, por ejemplo, Hungría,
Checoslovaquia y Polonia entre otros, y les diera la libertad. Es más,
habría sido sumamente difícil predecir que prácticamente de la noche a
la
mañana la Unión Soviética sencillamente se disolvería y cesaría de
existir
como superpotencia. Era imposible anticipar y predecir estos
acontecimientos extrapolándolos simplemente del pasado. Debían
intervenir
otros factores.
Laszlo: El hecho de que estos fenómenos sucedan de manera no lineal y
como
a
saltos no debería sorprendemos, si conocemos el modo en que los sistemas
complejos actúan y se transforman. Los pormenores de las grandes
transformaciones son imprevisibles: lo único que podemos aventurar es
que
aportarán alguna novedad radical. No obstante, esta revolucionaria
especie
de
cambio ¿acaso es también relevante en aquellos procesos que dominan
nuestra mente? ¿Se advierte un cambio en la conciencia, un cambio
decisivo
y
del que se hablará durante los próximos años aunque ahora sólo tengamos
una vaga idea? ¿Podríamos estar en el umbral de una revolución
fundamental
de
la conciencia?
Russel: Sin duda es posible. Si el interés por el desarrollo personal
sigue creciendo a este nivel, y este interés se traduce en un cambio
real
de
la conciencia, observaremos un proceso de retroalimentación positiva
que conduce a una aceleración exponencial de la toma de conciencia
interior. Cuanta más gente tome conciencia, y cuanto más sepamos qué es
lo
que promueve este despertar interior, más favorable se mostrará el
entorno
social, y más propicio a que un número cada vez mayor de personas asista
al
despertar de su conciencia, incluso con mayor rapidez; lo cual, a su
vez, facilita que un número creciente de individuos sufra una
transformación de la conciencia. El resultado final bien podría ser un
gran salto colectivo en la conciencia.
*
La revolución de la conciencia, ed. Kairós, pp. 15-27
4. Sombras y símbolos más allá de la caverna
Por Ken Wilber
El presente ensayo constituye el prólogo a “Cuestiones cuánticas”
(ed. Kairós, pp. 15-27), obra que recoge diversos ensayos de físicos
famosos —entre ellos
cinco premios Nobel— sobre las relaciones de
la ciencia con la religión y el misticismo.
Física y misticismo, física y misticismo, física y misticismo... En los
últimos diez años han aparecido literalmente docenas de libros, escritos
por físicos, filósofos, psicólogos y teólogos, con el común propósito de
describir o explicar la relación extraordinaria que se da entre la más
ardua de las ciencias, la Física, y la Mística, la más tierna entre las
religiones. Según algunos, la física y la mística están llegando
rápidamente a una visión del mundo notablemente cercana. Para otros, se
trata de enfoques complementarios de una misma realidad. Los escépticos,
en
cambio, proclaman que nada tienen en común: sus métodos, objetivos y
resultados se oponen diametralmente. De hecho, se ha recurrido a la
física
moderna tanto para defender como para refutar el determinismo, el libre
albedrío, Dios, el espíritu, la inmortalidad, la causalidad, la
predestinación, el budismo, el hinduismo, el cristianismo y el taoísmo.
La
realidad es que cada generación ha intentado echar mano de la física
tanto para probar como para rechazar al espíritu, lo que ya debería
resultamos suficientemente sospechoso. Según Platón, usando sus propias
palabras, toda la física no era más que una «descripción conveniente» ya
que en último término no descansaba en otra cosa que en la evidencia
huidiza y tenebrosa de los sentidos, mientras que la verdad residía en
las
formas trascendentales más allá de la física (de aquí el nombre de
«metafísica»). Demócrito, por el contrario, ponía toda su fe en los
«átomos» y en el «vacío», puesto que para él no existía ninguna otra
cosa
—molesta concepción que llevó a Platón a expresar su más ferviente deseo
de
que todas las obras de Demócrito fueran quemadas sin dilación.
Cuando la física newtoniana brillaba en todo su esplendor, los
materialistas se aferraban a la física para demostrar que, siendo el
universo con toda evidencia una máquina determinista, no podía haber
lugar
para el libre albedrío, Dios, la gracia, la intervención divina, o
cualquier otra cosa que recordase aún vagamente al espíritu. Esta
argumentación, aparentemente incontestable, no ejerció sin embargo el
menor influjo sobre los filósofos de mentalidad idealista o
espiritualista. De hecho, señalaban que la segunda ley de la
termodinámica
(según la cual el universo camina inequívocamente hacia el desorden)
sólo
puede significar una cosa: si el universo marcha hacia el desorden, algo
o
alguien tiene que haberlo ordenado previamente.
La
física newtoniana no proporciona un argumento en contra de Dios. Por el
contrario, sostenían, ¡prueba la absoluta necesidad de un Dios creador!
Cuando apareció en escena la física relativista, todo el drama volvió a
repetirse. El cardenal O’Connell de Boston previno a todos los católicos
frente a la relatividad, afirmando de ella que era «una especulación
nebulosa tendente a inducir una duda universal acerca de Dios y de su
creación»; la teoría era «una mortífera encarnación del ateísmo». Por el
contrario, el rabino Goldstein proclamó solemnemente que lo que Einstein
había hecho era nada menos que proporcionar «una fórmula científica en
favor del monoteísmo». Y de un modo semejante las obras de James Jeans y
de
Arthur Eddington fueron recibidas con alborozo desde todos los púlpitos
de
Inglaterra: ¡la física moderna apoya al cristianismo en todos sus
aspectos esenciales! El problema era que ni Jeans ni Eddington estaban
en
modo alguno de acuerdo con semejante acogida, ni tampoco realmente entre
sí, lo que dio lugar a ese famoso e ingenioso comentario de Bertrand
Russell: «Sir Arthur Eddington considera probada la religión por el hecho
de
que los átomos no obedecen a las leyes matemáticas. Sir James Jeans la
considera probada por el hecho de que sí las obedecen.»
Hoy en día se oye hablar de la supuesta relación que se da entre la
física
moderna y la mística oriental. La teoría del bootstrap, el teorema de
Bell, el orden implicado, el paradigma holográfico constituyen otras
tantas pruebas (¿o contrapruebas?) supuestas del misticismo oriental. En
lo
esencial es sencillamente la misma historia con diferentes ropajes. Se
airean por uno y otro lado los argumentos en pro y las objeciones en
contra, pero la única conclusión que permanece clara e inmutable es que
el
tema en sí es extremadamente complejo.
En
medio de toda esta confusión, me pareció una buena idea acudir a
consultar a los propios fundadores de la física moderna para comprobar
qué
es
lo que ellos mismos pensaban sobre la naturaleza de las relaciones
entre la ciencia y la religión. ¿Qué relación existe, si es que hay
alguna, entre la física moderna y el misticismo trascendente? ¿Tiene la
física algo que decir en temas tales como el libre albedrío, la
creación,
el
alma o el espíritu? ¿Cuáles son los papeles respectivos de la ciencia y
la
religión? ¿Puede la física llegar a ocuparse de la Realidad (con
mayúscula), o debe conformarse necesariamente con estudiar las sombras
que
ésta proyecta en la caverna
Este volumen recoge, de forma compendiada, prácticamente la totalidad de
los principales pasajes que sobre estos temas se encuentran en los
fundadores y más relevantes teóricos de la física moderna (cuántica y
relativista):
Einstein, Schrodinger, Heisenberg, Bohr, Eddington, Pauli,
Jeans y Planck. Aunque hubiera sido pedir demasiado
encontrar un acuerdo
completo entre ellos acerca de la naturaleza y las relaciones entre la
ciencia y la religión, me sentí sumamente sorprendido al comprobar cómo
se
iba delimitando una comunidad general de
enfoques en la visión del mundo
propia de estos diversos filósofos‑científicos. Con algunas
excepciones,
prácticamente todos ellos parecen haber llegado a unas mismas y
fundamentales conclusiones. En seguida volveremos sobre estas
conclusiones
para examinarlas más precisa y cuidadosamente, pero como primera
aproximación puede decirse lo siguiente: existe una práctica unanimidad
entre todos estos teóricos en declarar que la física moderna no ofrece
soporte positivo de ninguna clase en favor de ninguna especie de
misticismo o trascendentalismo. (¡Y sin embargo todos ellos fueron
místicos, de una u otra forma! El porqué de ese hecho constituirá uno de
los puntos centrales de esta parte.)
Es, pues, opinión común de todos ellos que la física moderna no
constituye
una prueba, ni a favor ni en contra, de la visión
místico‑espiritual del
mundo; no hay en ella ninguna demostración ni ninguna refutación a este
respecto. Están dispuestos a admitir que existen ciertas semejanzas
entre
la
visión del mundo de la nueva física y la de la mística, pero esas
semejanzas, cuando no son puramente accidentales, resultan triviales
comparadas con las amplias y profundas diferencias que las separan. El
intento de apuntalar una visión espiritualista del mundo en base a datos
tomados de la física (antigua o nueva) equivale sencillamente a
desconocer
enteramente la naturaleza y
la función de cada una de ellas. Como decía el
propio Einstein, «la moda actual de aplicar los axiomas de la física a
la
vida humana no es sólo una completa equivocación, sino que es en sí algo
reprensible». (1) Al preguntarle el arzobispo Davidson a Einstein qué
efecto tenía sobre la religión la teoría de la relatividad, éste
replicó:
«Ninguno. La relatividad es una teoría puramente científica, y no tiene
nada que ver con la religión.» Sobre lo cual Eddington comentaba
ingeniosamente: «En aquel tiempo uno tenía que convertirse en un experto
en
sortear a las personas que estaban convencidas de que la cuarta
dimensión era la puerta a la espiritualidad». (2)
Eddington
poseía por supuesto (como Einstein) una perspectiva hondamente
mística, pero sobre este punto era tajante: «No estoy sugiriendo que la
nueva física aporte ninguna “demostración de la religión”, ni que
ofrezca
siquiera algún tipo de fundamentación positiva a la fe religiosa... Por
mi
parte, me declaro absolutamente opuesto a esa clase de intentos.» (3) El
mismo Schrodinger, que en mi opinión fue probablemente el más místico
del
grupo, era igualmente severo: «La física no tiene nada que ver con eso.
La
física parte de la experiencia cotidiana, y sigue valiéndola de medios
más
sutiles. Permanece afín a ella, no la trasciende en términos generales,
no
entra en otros dominios.» (4) El intento de hacerlo, dice, es algo
sencillamente «siniestro»: «El terreno del que algunos antiguos logros
científicos han debido retirarse es reclamado con admirable destreza por
ciertas ideologías religiosas como ámbito propio, sin que puedan realmente
hacer de él un uso provechoso, ya que su auténtico campo está mucho más
allá de cuanto puede quedar al alcance de la explicación científica.»
(5)
La
posición de Planck, tratando de resumirla, era que la ciencia y la
religión
se ocupan de dos dimensiones muy diferentes de la existencia,
entre las cuales no puede decirse con propiedad que pueda darse acuerdo
o
conflicto de ningún tipo, lo mismo que, por ejemplo, entre la botánica y
la
música tampoco puede hablarse de acuerdo o de conflicto. El intento de
contraponerlas, por una parte, o de «unificarlas», por otra, proviene de
una deficiente comprensión, o más exactamente de una confusión de las
metáforas religiosas con las afirmaciones científicas. Innecesario es
decir que el resultado no tiene ningún sentido.» (6) En cuanto a sir
James
Jeans, se mostraba sencillamente asombrado: «¿Qué pasa con todo lo que
no
se
ve, a lo que la religión atribuye un carácter de eternidad? Se ha
hablado mucho últimamente de las aspiraciones a dotar de un “soporte
científico” a los “hechos trascendentes”. Hablando como científico,
considero absolutamente inconvincentes las pruebas alegadas; hablando
como
ser
humano, la mayoría de ellas me parecen además ridículas». (7)
Por otro lado, no se puede achacar sin más a estos hombres un
desconocimiento de los escritos místicos de oriente y occidente. No se
puede decir alegremente que bastaría con que leyeran La danza de los
maestros (8) para cambiar de opinión y confesar la condición gemela de
la
física y la mística; ni se puede afirmar que sólo con que conocieran
algo
más en detalle la literatura mística podrían de hecho encontrar
numerosas
semejanzas entre la mecánica cuántica y la mística. Por el contrario,
sus
escritos están positivamente plagados de referencias a los Vedas, a las
Upanishads, al taoísmo (Bohr incluyó en su escudo familiar el símbolo
del
yin‑yang), al budismo, a Pitágoras, Platón, Plotino,
Schopenhauer, Hegel,
Kant, y prácticamente a todo el panteón de campeones de la filosofía
perenne. Y no obstante llegaron a las conclusiones arriba mencionadas.
Eran perfectamente conscientes, por ejemplo, de que uno de los puntos
claves de la filosofia perenne es la afirmación de que en el
conocimiento
místico el sujeto y el objeto se unifican. Sabían también que algunos
filósofos, proclamaban que el principio de indeterminación de Heisenberg
y
el
de complementariedad de Bohr venían a apoyar esa concepción mística,
desde el momento en que, según esos principios, el sujeto no puede
conocer
al
objeto sin «interferir» con él, lo que prueba que la física moderna ha
trascendido la dualidad sujeto‑objeto. Ninguno de los físicos
que se
recogen en este volumen suscribió nunca tal afirmación. El propio Bohr
afirmó taxativamente que «la noción, de complementariedad no supone en
modo alguno un alejamiento de nuestra posición como observadores
desligados de la naturaleza... El aspecto esencialmente nuevo del
análisis
de
los fenómenos cuánticos es la introducción de una distinción
fundamental entre los aparatos de medida y los objetos sometidos a
investigación (cursiva original)... En nuestros futuros encuentros con
la
realidad tendremos que distinguir el lado objetivo y el subjetivo,
tendremos que establecer una división entre ambos». (9) Louis de Broglie
era aún más explícito,
«(Se ha dicho que) la física cuántica reduce o difumina la región
divisoria entre lo subjetivo y lo objetivo, pero hay aquí... un uso
equivocado del lenguaje. Porque en realidad los medios de observación
pertenecen claramente al aspecto objetivo; y el hecho de que no podamos
dejar de lado en microfísica las reacciones que esos medios producen en
las porciones del mundo exterior que deseamos estudiar no suprime, ni
siquiera disminuye, la distinción tradicional entre sujeto y objeto».
(10)
Schrödinger, por su parte —y tengamos presente que estos hombres
reconocían firmemente que en la unión mística el sujeto y el objeto se
hacen uno, aunque
sencillamente no encontrasen fundamento alguno para esta
idea en la física moderna—, afirmaba que «el estrechamiento de la
frontera
entre el observador y lo observado, que muchos consideran una
significativa revolución del pensamiento, a mí me parece una
sobrevaloración de un aspecto provisional carente de significado
profundo». (11)
Así pues, para tratar de explicar el hecho de que estos teóricos
rechazaran la idea de que «la física apoya a la mística» habremos de
buscar otro argumento que no sea la consabida afirmación de que no
estaban
familiarizados con la literatura o con la experiencia mística. E incluso
aunque se demostrara que su conocimiento, digamos, del taoísmo era
insuficiente, pienso que su crítica seguiría siendo absolutamente
válida.
Más aún, esa crítica (que voy a presentar a continuación) no puede
quedar
afectada en modo alguno por ningún tipo de nuevos descubrimientos
físicos.
Es una crítica lógica,
absolutamente inmune frente a cualquier posible
nuevo descubrimiento. Es una crítica simple, profunda y directa; de un
solo trazo da al traste prácticamente con todo cuanto se ha escrito
sobre
el
supuesto paralelismo existente entre la física y la mística.
Brevemente, la crítica se reduce a lo siguiente. El núcleo de la
experiencia mística puede describirse de forma aproximada (si bien un
tanto poética) como sigue: en la conciencia mística se aprehende directa
e
inmediatamente la Realidad, es decir sin ningún tipo de mediación, ni de
elaboración simbólica, conceptualización o abstracción alguna. El sujeto
y
el
objeto se unifican en un acto fuera del espacio y del tiempo, que
trasciende todas las formas posibles de mediación. Todos los místicos
hablan universalmente de contactar la realidad en su mismidad, en su
entidad, en su taleidad, sin ninguna clase de intermediarios, más allá
de
las palabras, los símbolos, los nombres, los pensamientos o las
imágenes.
Ahora bien, cuando el físico contempla la realidad cuántica o
relativista,
no
contempla las «cosas en sí mismas», el nóumeno, la realidad directa,
sin mediación alguna. Más bien, lo que el físico contempla no es otra
cosa
que una serie de ecuaciones diferenciales sumamente abstractas, esto es,
no
la «realidad» en cuanto tal, sino los símbolos matemáticos de la
realidad. Como dice Bohr, «es preciso reconocer que se trata aquí de un
procedimiento puramente simbólico... Por consiguiente, toda la visión
espacio‑temporal que tenemos de los fenómenos físicos depende
en último
término de tales abstracciones». (12) Sir James Jeans era explícito a
este
respecto: en el estudio de la física moderna, afirma, «nunca podemos
comprender lo que sucede, sino que debemos limitamos a describir las
pautas de comportamiento en términos matemáticos; no podemos aspirar a
otra cosa. Los físicos que intentan comprender la realidad pueden estar
trabajando en campos diferentes o con métodos distintos: uno puede que
se
dedique a cavar, otro a sembrar y otro a recoger. Pero la cosecha final
siempre será un haz de fórmulas matemáticas. Y éstas nunca serán una
descripción de la naturaleza en cuanto tal... (Por eso) nuestros
estudios
no
alcanzan nunca a ponernos en contacto con la realidad». (13)
¡Qué diferencia tan abismal, radical y absoluta con la mística! Y esta
crítica es válida para todo tipo de física —vieja, nueva, antigua,
moderna, cuántica o relativista—. La propia naturaleza, objetivos y
resultados de ambos enfoques son profundamente distintos: una, volcada
sobre los símbolos y formas abstractas y mediatas de la realidad, y la
otra, tendente a un contacto directo, sin mediaciones, con la misma
realidad. El mismo hecho de proclamar la existencia de semejanzas
nucleares y directas entre los descubrimientos físicos y la mística
supone
proclamar necesariamente al mismo tiempo que la última se reduce en
esencia a una mera abstracción simbólica, porque es absolutamente cierto
que eso es exactamente la primera. Tal afirmación encierra cuando menos
una profunda confusión entre la verdad absoluta y la relativa, entre lo
finito y lo infinito, entre lo temporal y lo eterno. Yeso es lo que
tanta
repulsión despertaba entre los físicos que aparecen en este volumen.
Eddington, como de costumbre, lo expresó de un modo tajante: «Podríamos
sospechar la intención de reducir a Dios a un sistema de ecuaciones
diferenciales. En cualquier caso (es preciso) evitar ese fracaso. Por
mucho que las ramas actuales (de la física) puedan ampliarse con nuevos
descubrimientos científicos, no pueden por su propia naturaleza llegar a
traspasarlos lindes del trasfondo en el que se asienta su ser. Hemos
tenido ocasión de aprender que la exploración del mundo exterior con los
métodos de la ciencia física no nos lleva a encontramos con la realidad
concreta, sino con un mundo de sombras y símbolos, por debajo de los
cuales aquellos métodos no resultan ya adecuados para seguir penetrando.
(14)
La
física, en resumen, se ocupa —y no puede ocuparse de otra cosa— del
mundo de las sombras y los símbolos, y no de la luz de lo real que se
encuentra fuera de las tinieblas de la caverna. Tal es, en una primera
aproximación, la conclusión general a que llegan estos teóricos.
¿Pero por qué entonces llegaron de hecho todos ellos a abrazar y
profesar
una u otra forma de misticismo? Evidentemente este hecho nos indica aquí
una
profunda conexión de algún tipo, Ya hemos visto que esa conexión no
reside, según estos científicos, en la similaridad de puntos de vista
entre la física y la mística, ni en la de objetivos o resultados. Entre
la
sombra y la luz no cabe ninguna semejanza esencial. Entonces, ¿qué es lo
que ha obligado a tantos físicos a salir de la caverna? Y en particular,
¿qué es lo que ha venido a decirles a estos físicos la nueva física
(cuántica y relativista), que no les hubiera mencionado la física
antigua?
¿Cuál era, a fin de cuentas, la diferencia crucial entre la antigua y la
nueva física, que hacía que la última les hiciera tender con mucha más
frecuencia al misticismo?
Una vez más nos encontramos ante una conclusión común y general entre la
mayoría de los físicos teóricos recogidos en este volumen, expuesta con
la
máxima claridad por Schrödinger y Eddington. Eddington parte del hecho
reconocido de que la física se ocupa de las sombras, no de la realidad.
Ahora bien, afirma, la gran diferencia entre la antigua y la nueva
física
no
reside en que esta última sea relativista, no determinista,
cuatridimensional, o cualquiera de estas cosas. La gran diferencia entre
la
antigua y la nueva física es a la vez más simple y mucho más profunda:
tanto una como otra sólo se ocupan de sombras y de símbolos, pero la
nueva
fisica se vio obligada a hacerse consciente de este hecho, se vio
forzada
a darse cuenta de que estaba ocupándose de
sombras e ilusiones, no de la
realidad. Así, tal vez en uno de los pasajes más famosos y más
frecuentemente citados de todos estos científicos, Eddington
elocuentemente afirma: «En el mundo de la física contemplamos una
representación de la vida cotidiana en sombras chinescas. La sombra de
mi
codo descansa sobre la sombra de mi mesa, mientras la sombra de la tinta
resbala sobre la sombra del papel...
El
franco descubrimiento de que la ciencia física se desenvuelve en un
mundo de sombras es uno de los avances recientes más significativos.»
(15)
Schrödinger insiste sobre este punto más explícitamente: «Me permito
hacerles notar que los últimos progresos (de la física cuántica y
relativista) no residen en el hecho de haber dotado a la ciencia física
de
ese carácter umbrío; siempre lo tuvo, desde los tiempos de Demócrito de
Abdera e incluso antes, pero no éramos conscientes de ello, pensábamos
que
estábamos ocupándonos del mundo en cuanto tal». (16) Y sir James Jeans
lo
resume perfectamente en forma de metáfora: «El hecho esencial es
sencillamente que todas las imágenes que la ciencia nos ofrece
actualmente
de
la naturaleza, y las únicas que parecen poder resultar adecuadas a los
hechos observados, son las imágenes matemáticas... No son otra cosa que
imágenes, ficciones si se prefiere, si por ficción se entiende el hecho
de
que la ciencia siga sin estar en contacto con la última realidad. Desde
un
amplio punto de vista filosófico, muchos sostendrían que el mayor logro
de
la
física del siglo veinte no es la teoría de la relatividad y la fusión
de
espacio y tiempo que comporta, ni la teoría cuántica con su aparente
negación de las leyes de la causalidad, ni la disección del átomo y el
consiguiente descubrimiento de que las cosas no son como parecen: es el
reconocimiento generalizado de que todavía no estamos en contacto con la
realidad última. Seguimos estando prisioneros en la caverna, de espaldas
a
la
luz, y sólo podemos contemplar las sombras contra el muro.» (17)
Esa es la gran diferencia entre la antigua y la nueva física: ambas se
ocupan de las sombras, pero aquélla no se había dado cuenta de ello.
Mientras se vive entre las sombras de la caverna, sin siquiera saberlo,
no
cabe, por supuesto, tener motivo ni deseo alguno de escapar hacia la luz
de afuera. Las sombras se toman
por la única realidad, y no se reconoce ni
se
sospecha la existencia de otra realidad. Ése era el efecto filosófico
que producía la antigua física. Pero la nueva física vino a poner de
manifiesto que ninguno de sus empeños puede superar el nivel de las
sombras, y con ello todos los físicos sensibles comenzaron en tropel a
mirar a un tiempo más allá de la caverna (y de la física).
«Hoy en día —explica Eddington—, se reconoce generalmente la naturaleza
simbólica de la física, y sus esquemas se formulan de tal forma que
resulta casi evidente por sí mismo el hecho de constituir un aspecto
parcial de algo más amplio.» No obstante, según estos mismos físicos, la
física no nos dice ‑ni puede
decimos‑ nada de ese «algo más amplio».
Justamente esa incapacidad de la física, y no su supuesta semejanza con
la
mística, fue lo que condujo paradójicamente a tantos fisicos a una
visión
mística del mundo. Eddington lo explica cuidadosamente: «En pocas
palabras, la situación es como sigue: hemos tenido ocasión de aprender
que
la
exploración del mundo exterior con los métodos de la ciencia física no
nos lleva a encontrarnos con la realidad concreta, sino con un mundo de
sombras y símbolos, por debajo de los cuales aquellos métodos no
resultan
ya
adecuados para seguir penetrando. Con la sensación de que debe haber
algo más detrás, volvemos a la conciencia humana como punto de partida,
al
único centro donde podríamos encontrar algo más y llegarlo a conocer.
Ahí
(en el inmediato interior de la conciencia), nos encontramos con otros
movimientos y otras revelaciones distintas de las que nos llegan
condicionadas a través del mundo de los símbolos... La física subraya
con
la
máxima energía que sus métodos no pueden ir más allá de lo simbólico.
Seguramente entonces esa naturaleza nuestra, mental y espiritual, de la
que
tenemos conciencia a través de un íntimo contacto que trasciende los
métodos de la física, nos proporciona justamente aquello que...
reconocidamente la ciencia no nos puede dar.» (18)
En
síntesis, según esta concepción, la física trata de un mundo de
sombras; ir más allá de la sombras es ir más allá de la física; ir más
allá de la física es apuntar a la meta‑física o a la mística.
Y ésa es la
razón por la cual tantos físicos pioneros han sido también místicos. La
nueva física no ha aportado nada positivo a esta aventura mística, salvo
un
monumental fracaso, de cuyas ruinas humeantes ha surgido sutilmente el
espíritu místico.
Notas
(1). Entrevista recogida en el libro de M. Planck «Where is Science
Going?»
(Nueva York. Norion. 1932), p. 209.
(2). Sir Arthur Stanley Eddington,
«The Nature of the Physical World»
(Nueva York, Macmillan, 1929).
(3). Sir
Arthur Stanley Eddington, «New Pathways in Science» (Nueva York,
Macmillan, 1935), pp.
307‑308.
(4). Erwin Schrödinger, «Science,
Theory and Man» (Nueva York, Dover,
1957), p. 204.
(5). Erwin Schrödinger, «Nature and
the Grecks» (Cambridgc University
Press, 19541 pág. 8
(6). Citado por W. Heisenberg en
«Physies and Beyond» (Nueva York, Harper
and Row, 197 11 pp. 82‑83.
(7). «Living Philosopbies», p. 117.
(8) La danza de los maestros: título en castellano
de la obra de Gary
Zultav The Dancing
Wu‑Li masters Argos‑Vergara, 1981. Es uno de los muchos
libros que divulgan las relaciones sobre la mística oriental y la física
moderna. (N. del T.)
(9).
Niels Bohr, «Atornic Physies and Human Knowiedge» (Nueva Yoik, Wiley,
19581 pág. 74. Citado por W
Heisenberg en «Physics and Beyond», p. 88.
(10). Louis de Broglie, «Matter and
Light» (Nueva York, Dover, 1946) p.
252.
(11). E. Schrodinger, «Nature and
the Greeks», p. 15.
(12). N. Bohr, «Atomic Theory and
the Description of Nature» (Cambridge
University Press, 1961) p. 77.
(13). Sir James Jeans, «Physics and
Philosopby», pp. 15‑17.
(14). A. Eddington, «The Nature of
the Physical World», p. 282.
(15). Ibid.
(16). E. Schrödinger, «Mind and
Matter» (Cambridge University Press,
1958).
(17). Sir James Jeans, «The
Mysterious Universe» (Cambridge University
Press, 1931) pág. 111.
(18). A. Eddington, «Science and the
Unseen World» (Nueva York Macmillan,
1929)
Conversación
con Fritjof Capra
Por Satish Kumar
Número 159 // 2 de febrero de 2002 // 20 Dhul-Qa`dah 1422 A.H.
CONCIENCIA
No
ha hablado de las estructuras de poder.
F.
Capra: Pienso que el asunto del poder y las actuales estructuras de
poder es relevante sobremanera. El poder es esencialmente una
exageración
de
la propia afirmación. Por supuesto que la propia afirmación es
necesaria y saludable, pero cuando se va de las manos desemboca en esas
extremas estructuras de poder. Pienso que es muy necesario ver
claramente
de
dónde viene el poder.
Un
presidente norteamericano difícilmente tiene poder, el poder reside en
el
Congreso y el Congreso está dirigido por las corporaciones, los grupos
de
presión, las camarillas y demás, así que el presidente no puede hacer
demasiado. La única vez que Jimmy Carter pudo estar realmente activo fue
cuando se hallaba fuera del país. Cuando estaba en el Medio Oriente o
hablando con Brezhnev y cosas por el estilo. Pero en la Casa Blanca tema
escaso poder. En los Estados Unidos, la gente cree que el presidente es
un
mal presidente porque no puede hacer un comino, y entonces viene alguno
de
afuera, de Georgia o California, o cualquier otro sitio y les dice:
"Bueno, cuando yo llegue a la Casa Blanca será todo muy diferente
porque
yo
vengo de afuera". Entonces, llega a la Casa Blanca y sucede exactamente
la
misma cosa otra vez. Pienso que es muy crucial reconocer, no solamente
en
Norteamérica, sino en todas partes, que el poder político reside en el
poder económico.
¿Cual es la relación entre materia y conciencia?
F.
Capra: Las pautas que observamos en la materia parecen ser reflejos de
las pautas de la mente. Cuando se observa cierta partícula o cierta
estructura en el mundo de las partículas, resulta muy difícil decir en
verdad si está fuera o si está dentro. Me parece que las pautas de la
mente y las pautas de la materia son reflejos una de la otra. Cuando
estudiamos la materia, entonces desembocamos en interconexiones y
correlaciones, y vemos que las estructuras materiales vienen a ser una
red
de
correlaciones. Cuando nos ocupamos de la mente, la psique, en el
dominio del pensamiento, de la conciencia, nos manejamos con
interconexiones y correlaciones. Así que tenemos dos lotes de
correlaciones y hay correlaciones entre ambos. Pienso que ése es el modo
en
que podemos realmente hacer contacto entre la materia y la conciencia.
Mientras considerábamos a la materia como objetos sólidos, no había un
modo en que pudiéramos relacionarla muy bien con la conciencia; pero
ahora
que vemos una malla o red en el campo psicológico y en el campo
material,
existe la esperanza de hacer alguna conexión.
¿Qué efecto tienen estas teorías en la conciencia de los físicos como
personas?
F.
Capra: Una de las diferencias entre la física y el misticismo es que el
conocimiento místico no puede ser obtenido meramente mediante la
observación sino sólo cambiando por completo el propio estilo de vida.
Mediante un compromiso íntimo e integral con la integridad del propio
ser.
Casi podría decirse que esta transformación existencial es en si misma
el
conocimiento. El conocimiento es la transformación. Ahora bien, en la
ciencia esto no es verdad. Muchos científicos son capaces de desarrollar
estas teorías con implicancias filosóficas profundas y hermosas, y
después
irse a su casa para vivir allí una vida muy newtoniana. Esto sucede
porque
el
intelecto puede desvincularse de la realidad. Sin embargo, ello no se
aplica a todos los científicos por cualquier medio y típicamente, los
realmente grandes muestran la influencia de esas teorías en sus propias
vidas, como Einstein. Los físicos más intuitivos muestran tal mezcla de
su
vida y su obra. Pero hay un ejército entero de físicos que pueden
elaborar
las teorías sin que ellas tengan mayor impacto en sus vidas.
¿Cómo aprecia Ud. la visión cristiana de Dios?
F.
Capra: La imagen de un dios creador que impone su ley divina al
universo es muy acorde con la clásica visión del mundo con leyes
naturales
fijas y el universo funcionando como una maquina según leyes naturales
estrictamente deterministas. Esta especie de rígida visión cristiana no
era la visión que tenían del mundo los místicos, ya que los numerosos
místicos de la tradición cristiana poseían una visión muy diferente de
Dios. Por esa mismísima razón no fueron realmente reconocidos por la
jerarquía de la iglesia. Las tradiciones místicas son suprimidas en
Occidente.
¿Algo que decir sobre los científicos médicos y los doctores?
F.
Capra: Mi próximo libro va a tratar sobre la salud en un contexto muy
amplio. Me explayaré sobre estas tres dimensiones de la salud: la
individual, la social y la ecológica. Individuo, sociedad y ecosistema.
Y
sugeriré cómo se puede ampliar el encuadre mecanicista que estoy de
acuerdo en considerar como muy fuerte en
la medicina. Lo que observo en
los Estados Unidos es que hay un fuerte movimiento popular, un poderoso
movimiento de base hacia el cuidado de la salud, y pienso que, como en
la
economía y la política, el cambio emanará de la gente y no de las
autoridades. Esto va a suceder, particularmente en la medicina, porque
tenemos un montón de poder para influenciar el campo médico. Cuando me
da
un
dolor de garganta no tengo que tomar una pastilla para la garganta,
sabiendo que matará a las bacterias pero que al mismo tiempo debilitará
al
organismo; puedo recurrir a otros medios. Al no comprar la droga, no
solamente se hace algo que es saludable para uno mismo, sino que es algo
saludable social, económica y ecológicamente. En otras palabras, si a
uno
le
duele la cabeza y no toma una aspirina, considero eso como un acto
político.
¿Por qué lo llama Nueva Física?
F.
Capra: La cuestión básica es que estamos viendo el universo como un
proceso cósmico unificado, y estamos viendo a todos los objetos, la
gente
y
los acontecimientos como pautas del proceso. No se puede separar alguna
de
las pautas del resto sin destruiría. Esto resulta bastante obvio cuando
se
había de organismos vivos, como un pájaro o un gato; separen ese
organismo del entorno, el aire y todo lo demás, y se mata al animal allí
mismo. La Nueva Física nos ha evidenciado que esto también es cierto
para
la
materia inorgánica: uno puede también destruir átomos, partículas y
moléculas, si logra sacarlas completamente de su ambiente. Lo que puede
hacerse es separar las pautas del resto: conceptualmente. Hemos tenido
mucho éxito haciéndolo. Puedo decir que
esta taza de agua es un objeto
separado y que el micrófono es un objeto separado y que Satish Kumar es
diferente a mí, estamos separados, él no es yo, y yo no soy él, todo
eso.
Pero la Nueva Física nos ha mostrado que se torna muy difícil separar
las
cosas de esta manera, especialmente cuando vamos a dimensiones más y más
pequeñas. Entonces se vuelve crecientemente difícil separar cualquier
pauta del todo. Todavía puede llegar a hacerse aproximadamente, pero se
vuelve más y más difícil. Se puede comenzar de una comprensión del
universo como un todo y luego especializarse en pautas individuales.
Pero
si
se comienza con las pautas y se dice que son objetos separados,
ladrillos separados, entonces jamás se comprenderá el todo. Creo que ese
es
el carozo de la Nueva Física. Así que no se trata de cómo juntar las
cosas sino que es cuestión de cómo empezar a partir del todo ya mismo y
luego especializarse en
pautas individuales.
¿Qué forma tomarán la nueva biología, la ingeniería genética y la
investigación genética; cuáles serán sus roles?
F.
Capra: Bueno, los biólogos tienen bastante éxito en la biología
molecular,
quebrando las cosas en pedazos y estudiando esos mecanismos
moleculares. En verdad ese método no les permite comprender algún
proceso
biológico, hasta el proceso más sencillo, de una manera relativamente
completa. Entienden fragmentos y pedacitos, pero los fragmentos y los
pedacitos les fascinan en demasía y la estrategia integra de la
investigación en biología esta organizada siguiendo esos lineamientos
reduccionistas. Así que si uno es un biólogo no obtendrá una subvención
si
no
escribe su requerimiento de subvención en esos términos, en ese
lenguaje. Ese es un campo donde no veo cómo pueden producirse los
cambios,
excepto tal vez a través de la medicina. Porque ahora, resulta bastante
claro en la medicina que estamos llegando al final del paraíso
produccionista y que tenemos que abandonarlo o modificarlo. Pienso que
esto causar un efecto en la biología.
¿No es la división de las cosas una manera conveniente para aprenderlas?
F.
Capra: Es cierto que dividimos las cosas por conveniencia pero
carecemos en nuestra cultura de una visión más profunda del mundo que
nos
lo
diga. Cuando uno crece y va a la escuela lo que le enseñan es que las
cosas están hechas de átomos; que
los átomos están hechos de partículas.
Ellos no dicen que todo es conciencia cósmica, que ésta tiene pautas
materiales, que ellas se hallan interconectadas, que todo es una danza y
que convenientemente uno puede separar la danza en movimientos
distintos.
¿Cómo estudia uno los organismos de manera realista, seriamente?
F.
Capra: Pienso que el Dr. de Bono lo expresó muy bien cuando dijo que el
95% de nuestros pensadores puede ser racional pero que 5% tiene que ser
lateral. Considero que uno puede decirlo similarmente: es posible
estudiar
la
pauta detallada pero nunca dejar el todo fuera de la vista, y eso va a
producir la diferencia. Lo que se diga acerca de estas pautas u
organismos
individuales o funciones va a ser aproximado. La noción de modelos es
extremadamente importante. El mapa no es el territorio. Es solamente una
representación aproximada de la realidad. Hay un muy hondo cambio de
actitud, una revolución real.
¿En la enseñanza de ciencia, cómo puede comenzarse desde una perspectiva
realística y no mecanística?
F.
Capra: Yo dicto cursos sobre física moderna para no físicos. Sería muy
interesante hacerlo hasta con niños pequeños. Comenzar de un modo
poético.
Desde las primeras dos clases hablarles de la danza cósmica y de todo y
todas las cosas de un modo bien in-científico, una manera poética, para
luego decirles: "bueno, ahora vamos a mirar los detalles, pero
cuando lo
hagan tendrán que desaprender algunas cosas a medida que avanzan, así
que
no
crean en ello muy firmemente. No es 100% verdad, se trata apenas de un
modelo". No se cómo podrías traducir esto a un lenguaje que
pudieran
entender los chicos del colegio secundario, pero pienso que vale la pena
hacerlo. Es realmente algo que tendría que serlas escuelas Stelner,
donde
comienzan con el mito y con un montón de pintura, y luego siguen hacia
algo más intelectual. Cuando se enseña física o ciencia, tienes este
mito
del científico sentado ante un escritorio (digo "científico"
porque
siempre es un hombre), elaborándolo todo a partir de ecuaciones básicas
de
una manera muy racional. Ahora bien, cuando se hace ciencia éste no es
en
absoluto el modo en que la ciencia se hace, hay un montón de trabajo
conjetural, muchísima intuición, mucha sincronicidad, pero eso no es
reconocido. Se podría agregar o incorporar en la enseñanza de la ciencia
el
desarrollo de la intuición. Hay variados ejercicios que uno puede
aprender a fin de ayudarse para desarrollar su intuición, y esto no esta
reconocido todavía aunque comienza a reconocerse. Has visto que siempre
hemos dicho que las mujeres son muy intuitivas y que eso esta bien para
ellas, como significando que eso que hacen no es demasiado importante.
Ahora se esta dando un cambio muy profundo. Esta es una modalidad femenina
del darse cuenta.
¿Qué es la mente?
F.Capra: No lo sé. Me impresionó mucho el libro de Gregory Bateson,
Mente
y
Naturaleza (Mind and Nature). El ve a la mente como una propiedad de
sistemas en los organismos vivientes y enumera cinco condiciones que
deben
darse para que uno pueda hablar de algo, un sistema, como poseyendo
mente
o
pensamiento, y esto va muchísimo más allá del desarrollo del sistema
nervioso por las suyas. Comienza muy tempranamente en los organismos
vivos
y
consiste en cierto modo de procesar la información, de usar la
información para sobrevivir. Tengo la sensación de que a partir de ello
se
deduce que existe cierta complejidad de interconectividad que permite
hablar sobre la mente y de
nuevo puede hacerse la conexión con la materia
cuando se constata que la materia también posee su interconectividad, y
tal vez existan similaridades o imágenes, y así en adelante. Pienso que
lo
mejor que puedo sugerir es la lectura de ese libro de Bateson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario